Francisco clama:
«Condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar”.
«Un futuro nuevo llegará, si el otro, sea tutsi o hutu, ya no es más un adversario o un enemigo, sino un hermano y una hermana en cuyo corazón es necesario creer que existe, aun escondido, el mismo deseo de paz»
«Es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando”.
El Papa pidió “en nombre del Dios de la paz, desmilitarizar el corazón, quitarle el veneno, rechazar el odio, aplacar la avaricia, eliminar el resentimiento”
“Hermanos, hermanas, hijos e hijas de Ituri, de Kivu del Norte y del Sur, estoy con ustedes, los abrazo y los bendigo a todos. Bendigo a cada niño, adulto, anciano, a cada persona herida por la violencia en la República Democrática del Congo, en particular a cada mujer y a cada madre».
«Mi corazón está hoy en el oriente de este inmenso país, que no tendrá paz hasta que la paz no haya llegado allí, a la zona oriental”, se solidarizó un papa “impresionado ante la violencia inhumana que han visto con sus ojos y experimentado en su propia carne”.
“Mientras los violentos los tratan como objetos, el Padre que está en los cielos mira su dignidad”, les aseguró, recalcando que “Dios los ama y no se ha olvidado de ustedes”, a la vez que reclamaba “¡que también los hombres se acuerden de ustedes!”.
“En su nombre -añadió Jorge Mario Bergoglio-, junto a las víctimas y a quienes se comprometen por la paz, la justicia y la fraternidad, condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar”.
“Causa vergüenza e indigna saber -tronó el Papa- que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta gente, son alimentadas no sólo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas”.
Ante la maldad de estos hechos, Francisco, dirigiéndose a “al Padre que está en los cielos”, le pidió “perdón por la violencia del hombre contra el hombre, consuela a las víctimas y a los que sufren, convierte los corazones de los que cometen crueles atrocidades, que deshonran a toda la humanidad. Y abre los ojos de aquellos que los cierran o miran para otro lado ante estas abominaciones«.
No se anduvo con contemplaciones el Papa al condenar esos conflictos:
“que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socio-económico, que causan heridas difíciles de sanar. Son luchas en las que se entrecruzan dinámicas étnicas, territoriales y de grupos; conflictos que tienen que ver con la propiedad de la tierra; con la ausencia o la debilidad de las instituciones; con odios en los que se introduce la blasfemia de la violencia en nombre de un dios falso. Pero, sobre todo, es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando”.
“Dirijo un vehemente llamado a todas las personas, a todas las entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola. Ustedes se están enriqueciendo por medio de la explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes. Escuchen el grito de su sangre. ¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!”.
Los ‘noes’ y los ‘síes’ que construyen futuro y paz
Pero, tras apelar a quienes mantienen vivo el conflicto, de una u otra manera -y ahí la comunidad internacional ha de sentirse sin duda interpelada-, el Papa invitó a reflexionar también sobre cómo promover cada uno la paz, para los que les propuso comenzar de nuevo “con dos ‘no’ y dos ‘sí’”.
“En primer lugar, no a la violencia, siempre y, en cualquier caso, sin condiciones y sin ‘peros’. Amar a la propia gente no significa alimentar el odio hacia los demás. Al contrario, querer al propio país supone negarse a ceder ante los que incitan al uso de la fuerza”, les dijo como forma de atajar el enfrentamiento tribal y étnico.
Otro ‘no’, “claro y fuerte también debe decirse a quienes propagan esto en nombre de Dios”, les dijo, invitándolos a que “no se dejen seducir por personas o grupos que incitan a la violencia en su nombre. Dios es Dios de la paz y no de la guerra. Predicar el odio es una blasfemia, y el odio siempre corroe el corazón del hombre”.
“Amigos -les dijo-, sólo el perdón abre las puertas al mañana, porque abre las puertas a una justicia nueva que, sin olvidar, rompe el círculo vicioso de la venganza. Reconciliarse significa generar el mañana, creer en el futuro«.
Finalmente llegó el último “sí”, y decisivo: “Sí a la esperanza”. “Si se representase la reconciliación como un árbol, como una palmera que da frutos, la esperanza sería el agua que la hace fecunda. Esta esperanza tiene una fuente y esta fuente tiene un nombre, que quiero proclamar aquí con ustedes: ¡Jesús!”, recalcó Francisco.
“Hermanos, hermanas del oriente del país, esta esperanza es para ustedes, tienen derecho a ella. Pero también es un derecho que debe ser conquistado. ¿Cómo? Sembrándola cada día, con paciencia”, señaló para acabar su encuentro bendiciendo “a todos los sembradores de paz que trabajan en el país”.
Antes del adiós, una última bendición, un último gesto de cercanía a los dolientes que quisieron acercarse a agradecer al Papa el interés demostrado por visitar su país y denunciar su situación. “Hermanos, hermanas, hijos e hijas de Ituri, de Kivu del Norte y del Sur, estoy con ustedes, los abrazo y los bendigo a todos. Bendigo a cada niño, adulto, anciano, a cada persona herida por la violencia en la República Democrática del Congo, en particular a cada mujer y a cada madre. Y rezo para que la mujer, toda mujer, sea respetada, protegida y valorada. Agredir a una mujer y a una madre es hacérselo a Dios mismo, que tomó de una mujer la condición humana, de una madre. Que Jesús, nuestro hermano, Dios de la reconciliación que plantó el árbol de la vida de la cruz en el corazón de las tinieblas del pecado y del sufrimiento, Dios de la esperanza que cree en ustedes, en su país y en su futuro, los bendiga y los consuele; que derrame la paz en sus corazones, en sus familias y en toda la República Democrática del Congo”.
CIDAF-UCM