Más de 1.200 millones de personas en el mundo son jóvenes entre 15 y 24 años, pero la pandemia ha dejado entre sus consecuencias el aumento de las cifras de desempleo juvenil. Casi el 14 % de los jóvenes no consigue un empleo y el 21,8 % no estudia ni trabaja. Millones de jóvenes en África y en el mundo sufrieron en los últimos dos años el cierre de sus escuelas por la pandemia. Más de 20 millones aún no han regresado a las aulas.
Esta realidad y desigualdad social injusta, junto con tantos otros retos relevantes, como: la corrupción, el tráfico de personas y de armas, el abandono de los inmigrantes, el saqueo de tierras y recursos en África, el desempleo… son consecuencias del abuso de poder, de la apropiación de los bienes comunes y de una economía y política injustas en su raíz, pues busca ante todo lo que les conviene a los poderosos y olvida lo más importante: la justicia social, el cuidado del Planeta y el Bien Común.
Ante estos graves desafíos sociales, me sorprende que la respuesta preferida por muchas instituciones educativas, culturales, religiosas y políticas es casi siempre la caridad de las donaciones, de los centros de alimentos, las limosnas y las ayudas, que son como parches para cubrir los síntomas y quedarnos tranquilos, sin afrontar la raíz y las causas profundas de estos males, como son: el abuso de poder, el acaparamiento de recursos y todas las injusticias sociales que siguen causando el desempleo, el empobrecimiento de la mayoría y el descarte de media humanidad. ¿Por qué se alaba y se premia a la madre Teresa de Calcuta o al padre Ángel, y se persigue y asesina a Martin L. King, Oscar Romero o Joaquín Valmajó?
En primer lugar, necesitamos siempre justicia social (legislativa, conmutativa, distributiva y penal), para superar el actual sistema político-económico que es injusto en su misma raíz, porque busca lo que más conviene a los poderosos, olvidando el bien común. Esta es la única manera eficaz de practicar la caridad auténtica, aunque siempre debemos cuidar de las personas marginadas y en necesidades urgentes.
Miremos al mundo como un todo, que hoy está amenazado, sobre todo, por el cambio climático que provoca ocho millones de muertes al año, por la inseguridad alimentaria que provoca nueve millones de muertes al año, por el hambre en el mundo que equivale a ocho ataques al “World Trade Center” cada día, por el terrorismo que provoca entre 10.000 y 40.000 muertos al año. Lo que sucede hoy nos afecta a todos.
La verdadera inseguridad es, por tanto, global: no es separable. Es imposible separar el tratamiento del cambio climático en Francia, Brasil y Rusia. Dependemos unos de otros y esto es algo que se ha hecho patente en el tratamiento de la covid-19. El gran reto de nuestra sociedad se debe centrar en la regeneración social por los valores humanos universales, a través de un pacto global sobre la educación integral y por medio de la colaboración global, inspirada por los principios de la justicia social y del bien común.
Esta transformación social es para muchos utópica. Pero para los que tenemos confianza en la Humanidad, y en su Futuro, estamos convencidos de que, si trabajamos juntos por un mundo más justo y por el bien común, el Bien será más fuete que el mal, como el cuidado de los demás termina siempre superando a la exclusión del prójimo.
[CIDAF-UCM]