La reciente carta Encíclica del papa Francisco sobre la fraternidad y la amista social, me ha impresionado como la mejor medicina y alimento, para una Humanidad que lucha por superar Covid 19, así como otras pandemias, incluso más graves, como: el hambre, el desempleo, la trata de personas, el tráfico de armas, un sistema capitalista que es injusto en su raíz, la corrupción, el saqueo de recursos naturales en el continente africano y otros muchos retos que debemos afrontar.
Gracias al personal sanitario, tan profesional y entregado a sanar los enfermos, y gracias a las ciencias de la salud, de la comunicación y de la tecnología, estamos cuidando y sanando a la inmensa mayoría de enfermos. Con todo recordamos a tantas hermanas-os que nos dejado, a causa de estas pandemias.
Somos conscientes de que todos estos abusos, injusticias y enfermedades, son causados, en su mayor parte, por manos humanas.
Por tanto, la vacuna más necesaria y urgente, además de la vacuna sanitaria, es la vacuna que nos presenta el papa: la auténtica fraternidad y la amistad social, porque sana la misma raíz del mal.
He vivido 52 años como Misionero de África, y de ellos, 35 en Uganda, trabajando especialmente en la formación de líderes seglares y religiosos-as, buscando empoderar a los educadores y agentes sociales, con los valores humanos y los de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).
Para ello, lanzamos, junto con otras seis congregaciones misioneras, un Instituto de educación ética (John Paul II Justice and Peace Centre), para capacitar a educadores de primaria y secundaria, así como otros líderes sociales, a ser constructores de un justo y sostenible desarrollo, buena gobernanza y de convivencia social.
Esta labor de formación ética de líderes seglares y religiosos, la realizamos desde el principio, era mi apuesta como director, junto con el “Consejo Interreligioso de Uganda”, es decir con la colaboración constante de todos los líderes civiles y religiosos de Uganda, que yo conocía bien, desde mi servicio como provincial de los Misioneros de África.
Se formaron Comisiones de justicia, paz y de cuidado de la Creación, por todas las regiones, donde trabajaban regularmente en la transformación de conflictos locales. De hecho, dedicamos gran parte del tiempo a esta labor de reconciliación.
Otro aspecto importante de esta educación ética, era comenzar siempre desde la experiencia y sabiduría ancestral de cada grupo étnico. Los líderes culturales tradicionales eran fundamentales en esta misión. Esta inclusión fue una gran revelación y fuente de eficacia, para el cuidado de los demás y de la naturaleza.
La dimensión comunitaria y la experiencia de familia abierta, es la característica más fundamental de todas las sociedades africanas que he conocido. Por tanto, este mensaje del papa sobre la fraternidad y la mistad social, penetra profundamente en la mente, corazón y experiencia de la mujer y hombre africano.
Este objetivo de colaboración para una educación integral y transformación de la sociedad ugandesa, nació de nuestro encuentro constante con el 75% de los jóvenes en paro, con el 70% de las familias en los suburbios de las capitales que vivían en la pobreza severa, con las 12.500 niñas-os de la calle en la capital Kampala, con el 80% de matrimonios prematuros. Todos estos datos salieron de nuestra investigación anual, en un país que cuenta con excelentes recursos humanos, naturales y minerales, pero que necesita líderes más íntegros.
En Uganda, como en todos los países de África Subsahariana (ASS), la población, con una media de 18 años, ha desarrollado un fuerte sistema inmunitario, por su constante lucha contra varias enfermedades. De hecho, mientras Europa cuenta con 1.5 millones de infectados por la covid-19 y los EE.UU. llegan a los 1,3 millones, África entera solo tiene 55.000 infectados.
Sin embargo, otras pandemias siguen causando muertes cada año en África: malaria (2.5 millones), diarrea (2.2 millones), tuberculosis (2 millones), sida (1.100 millones), neumonía (800.000).
Desde esta realidad, leemos con esperanza la nueva encíclica: Somos una Familia.
Señalaré los aspectos que más me han inspirado y motivado:
– 1. “Todos los seres humanos somos creados por Dios, iguales en derechos, deberes y en dignidad, y hemos sido llamados a vivir como hermanos” (nº 5)
La dignidad humana, junto con el bien común, son la roca de toda la enseñanza del papa Francisco, como resalta en “Laudato Si” y en esta encíclica social, como lo es para toda la DSI.
Los conflictos locales y globales, junto con el desinterés por el bien común, delatan la grave falta de conciencia sobre la dignidad humana y el respeto mutuo.
Uno de los mayores gozos que he experimentado en África, ha sido el vivir en mundo muy humano. Podrían faltar muchas cosas, pero se vive una humanidad exuberante, tanto en las familias, como en la sociedad.
A veces tengo la impresión de que en Occidente nos vamos deshumanizando, porque se debilita el respeto por la dignidad personal y el compromiso por el bien común. La forma de tratar a los inmigrantes africanos, y de tratarnos en los medios de comunicación, delatan un proceso de deshumanización. El contacto con los pueblos africanos nos puede ayudar a ser más humanos.
Aunque estamos cada día más conectados, vivimos más aislados, porque se debilita la “dimensión comunitaria de la existencia” (nº. 12). La conexión digital no basta para construir puentes y unir a la humanidad.
Los fundamentalismos buscan manipularnos culturalmente, olvidando los caminos de integración social. Los políticos que desean imponer sus ideologías partidistas y dividir a la sociedad, debería ser apartados de puestos de responsabilidad.
El descarte de los demás: ancianos, migrantes, otras razas y culturas, nos lleva a una vida y riqueza de inequidad (nº.21). La dignidad de la persona humana y el bien común deben ser siempre el centro de toda actividad política, cultural y económica.
Un modelo económico, basado en las ganancias, no duda en explotar, descartar e incluso matar al ser humano. Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad despreciada y pisoteada, sobre todo si son mujeres y personas en paro. (nº 22).
Todos nos necesitamos para construir un mundo nuevo. Grupos radicales buscan hoy levantar muros y evitar el contacto con otras personas, en parte porque no han vivido en condiciones de una vida digna.
En el mundo actual, sobre todo occidental, los sentimientos de pertenecer a una misma humanidad se debilitan y el sueño de construir juntos la justicia y la paz, parece una utopía de otras épocas (nº.30).
Podemos buscar juntos la verdad en la escucha mutua y el dialogo, que aportan sabiduría. El camino de una fraternidad local y universal solo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales. (nº 50). Caminemos en la esperanza y aprendamos de la sabiduría y fraternidad africana.
– 2. Encontrar la plenitud significa entregarse a los demás
En África, puedes entrar en cualquier casa, sobre todo en las zonas rurales, y siempre encontrarás acogida, cuidado, comida y conversación interesante.
Cuidarnos unos a otros es fundamental en las culturas humanas. Lo conocimos de niños en nuestros pueblos y familias. Esta cultura de cuidarse mutuamente es particularmente notable en África, donde la familia extensa y abierta es la base de su estilo de vida.
En Occidente hemos crecido en muchos aspectos, aunque estamos volviéndonos analfabetos y débiles en cuidar a las personas más necesitadas.
Hemos sido creados para la plenitud en la bondad y existen también innumerables buenos samaritanos que se acercan, cuidan y trabajan por las personas marginadas.
La inclusión o la exclusión de las personas que sufren define todos nuestros proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos (nº 69).
Mientras algunos siguen pensando en la política y en la economía para sus juegos de poder, nosotros alimentemos lo bueno y trabajemos al servicio del bien común. (nº 77). Los planes asistenciales solo deberían pensarse como respuestas pasajeras.
Frente a los nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, y violencia de género, cultivemos la dimensión fraterna que se basa en la inalienable dignidad de cada persona, y en las motivaciones profundas para amar y acoger a todos. (nº 86)
– 3. Pensar y gestar un mundo nuevo donde todos seamos hermanos-as
Durante toda mi vida de familia en mi pueblo natal de Izco, Navarra, así como durante mi vida misionera en Uganda, he recibido la bendición de sentirme siempre “en familia”, donde me sentía seguro y querido. Esto lo experimenté incluso viviendo cuatro años entre los pueblos nómadas y guerreros de los Tepés en Karamoja, llegando a compartir hasta sus propios ganados. Al principio pensé que sería difícil entrar en su mundo cultural. Pronto experimenté una relación muy humana y familiar.
Las diferencias étnicas y culturales, no son pues obstáculos para vivir como familia. Al contrario, la enriquecen y la hacen más bella y fuerte.
La vida subsiste y florece donde hay respeto, aprecio y fraternidad, pues se construyen relaciones de fidelidad. Cuando nuestra relación es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos y acoger a todos. (n.89).
La madurez humana y la felicidad se encuentran gestando unas relaciones nuevas donde todos puedan vivir dignamente y nos sintamos ser familia, donde se acogen mutuamente y se preocupan los unos por los otros, para que todos participen activamente en crear esa nueva sociedad.
Esta fraternidad ofrece nueva calidad a la libertad y a la igualdad humana, pues las hace más responsables y universales. El individualismo nos deshumaniza y es el virus más difícil de vencer. (nº 105)
Todos debemos promover los valores humanos universales, como la honestidad y la responsabilidad, así como los valores de la fe autentica que nos hace más humanos y comprometidos por la solidaridad.
Las personas que tienen responsabilidad educativa y formativa, como las familias, educadores y medios de comunicación, son fundamentales para fomentar estos valores de solidaridad que se expresa en servicios concretos a los demás. También se debe luchar contra las estructuras que general pobreza y desigualdad social.
Los bienes existen primero, para que todas las personas puedan vivir en dignidad y la propiedad privada es un derecho secundario (nº.120).
Los graves problemas del mundo no se pueden resolver solo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños grupos. La inequidad no afecta solo a individuos, sino a países enteros y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales (nº 126).
Es posible pensar y trabajar por un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos (nº.127)
Si llegamos a crear condiciones de vida digna en todos los países, se evitarán las migraciones innecesarias. Mientras tanto asumamos las actitudes de: acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes.
Favorecer por un lado políticas solidarias para el desarrollo de los países de origen, y acoger a los migrantes que llegan como un don enriquecedor para todos, como una bendición para las dos partes. Esto lo he vivido durante toda mi vida en África.
Hoy necesitamos promover el desarrollo integral y sostenible de todos los pueblos, porque o nos salvamos todos o no se salva nadie, como nos lo muestra el corona virus. Debemos desarrollar la capacidad de pensar no solo como país sino también como familia humana.
Una cultura sin valores universales, no es una verdadera cultura. Una familia, vecindario, clan o país sin relación con otros pueblos, no está viviendo una sana integración universal.
Todo compromiso social debe respetar la dignidad e igualdad humanas y promover ante todo el bien común. Hay populismos y radicalismos que no respetan estos pilares básicos. Esto es la principal degradación de un liderazgo popular y de una pobre gobernanza.
No existe peor pobreza que aquella que priva al ser humano del trabajo y de la dignidad del trabajo (nº.162). El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal.
La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado. Tenemos que volver a llevar la dignidad humana y el bien común, al centro de toda política económica y social.
Necesitamos una economía basada sobre principios éticos y en la colaboración de todos, para superar el mal ejercicio del poder. Cuando nos unimos para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entramo en el campo de la más amplia caridad y solidaridad, que busca el bien de todas y cada una de las personas.
La educación esta para que cada ser humano pueda se artífice de su destino. Aquí muestra su valor el principio de subsidiariedad, inseparable del principio de solidaridad. (nr.187).
Hoy nos enfrentamos al escándalo del hambre, mientras se desechan toneladas de alimentos. La trata de personas es otra vergüenza de la humanidad.
Mientras intolerables fundamentalistas dañan las relaciones entre personas y pueblos, vivamos en enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia y promover la prioridad de la dignidad de todo ser humano. Para esto, es fundamental que elijamos gobernantes íntegros.
La ternura es el camino que han vivido miles de mujeres y hombres. Se me quedó grabado que un líder tepés en Karamoja, me dijera un día:” lo que más nos sorprende y gusta en vosotros, es la bondad”.
Alcanzamos la plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y nombres (nº.195)
– 4. Diálogo, colaboración y amistad social
Mientras que, entre los pueblos Bantú de Uganda, las mujeres podían hablar en público, me sorprendió que entre los pueblos Karimojon, las mujeres nunca intervenían en los encuentros públicos.
Recuerdo cómo la enfermera de Tapac, que era de otra región, cuando se levantó por primera vez, para hablar a la asamblea sobre la salud de los niños-as, los hombres se levantaron en protesta para marcharse. Les pedimos que se quedaran, y gradualmente todo cambió de forma que ahora todas las personas hablan y participan libremente.
Vemos diariamente en nuestra sociedad occidental, cómo priman los monólogos, descalificaciones y la humillación del otro. Este poder manipulador, político, económico, mediático, puede estar presente en gobernantes y en otras instituciones. Esta falta de diálogo delata que pocos saben escuchar y preocuparse, por el bien común. (nº. 202)
El auténtico diálogo social implica la capacidad de respetar la opinión del otro y la voluntad de trabajar juntos por el bien del país.
De poco nos servirá la tecnología si no llegamos a una comunicación humana que busque encuentro y desarrollo integral para la sociedad.
Por eso necesitamos el fundamento sólido de respetar la dignidad e igualdad humana y de buscar juntos el bienestar social. No se puede sacrificar la dignidad y los derechos humanos universales por conveniencias personales o partidistas.
La vida es el arte del encuentro, y conviene desarrollar una cultura del encuentro. Por eso es tan fundamental la actitud de integrar a todos, de construir puentes y de trabajar juntos. (nº.216)
Los pueblos originarios o indígenas, en África y en otros continentes, no están en contra del progreso, sino que buscan otro progreso más humano y ecológico. La intolerancia y el desprecio occidental hacia los pueblos originarios es una violencia arrogante.
El individualismo consumista y sin principios, provoca muchos atropellos y abusos de los demás. La liberación de esta crueldad es posible si cultivamos la amabilidad y el trato respetuoso (nº.224)
El mundo de hoy necesita más que nunca, caminos de encuentro y para ellos necesitamos artífices y constructores de paz.
Solo desde la verdad y el respeto por la realidad histórica de los hechos, podemos construir una síntesis de integración. No podemos encasillar a los demás, si deseamos trabajar juntos para construir una nueva sociedad.
Nos conviene luchar juntos por la justicia a través del dialogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo. (nº229)
Todas las manifestaciones y actividades públicas exigen respetar siempre la dignidad de la persona humana y el bien común. Las expresiones violentas destruyen la amistad social, y claman por una reconciliación auténtica. La mentira es otra forma de violencia social, que por desgracia se está extendiendo y destruye la amistad y colaboración social.
Esta amistad social implica no solamente el respeto del otro sino además el colaborar para que ellos y ellas se sientan protagonistas de su propio desarrollo. Pues la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar la paz real.
Quien cultiva la bondad está superando el mal con el bien, aunque no podemos olvidar los grandes males que hemos causado a la humanidad con las guerras, genocidios, trata, corrupción, drogas, y con la impunidad de los responsables.
El objetivo del diálogo es establecer amistad, convivencia social y la mutua colaboración para trabajar juntos por el bien de todos. Las ideologías y fundamentalismos destruyen la convivencia y la amistad social. Cuando faltan valores humanos brotan radicalismos.
Todas las instituciones civiles, culturales y religiosas deben fomentar el bien común y el desarrollo sostenible e integral. (nº 276).
La comunión universal con la humanidad entera se construye desde el respeto y colaboración con todo prójimo, donde la Fe personal en un Dios que es Trinidad, Comunión y Familia, ha de ser una fuente de nueva fraternidad, particularmente con los más pobres y marginados del hemisferio sur.
Vivir esta nueva fraternidad en Uganda con todos los grupos étnicos, y colaborando con todos los líderes culturales, políticos y religiosos del país, ha sido una inmensa Bendición.
“Por eso el encuentro fraterno que tuvimos con el Gram Imán Ahmad Al-Tayyeb, nos invita a superar toda hostilidad y extremismo con la paz, justicia y fraternidad. En nombre de todas las personas de buena voluntad, asumimos la cultura del dialogo como camino, la colaboración común como conducta, y el conocimiento recíproco como método y criterio,” (nº,285).
Síntesis preparada por:
Lázaro Bustince, Misionero de África
18.10.2020. Día del Domund.