Soy seguidor asiduo de la BBC y me encantó, especialmente por las fotografías que lo ilustraban, un artículo del pasado 26 de junio, “Wax print: Africa’s pride or colonial legacy?” (¿Es el wax print el orgullo de África o un legado de la colonización?) . Su autora, Clare Spencer, se preguntaba qué pueden sentir los ghaneses al saber que los coloridos tejidos con los que el país se identifica (el gobierno introdujo en 2004 la costumbre de que los viernes los funcionarios se vistan “a la africana”) son en realidad de origen colonial. Entre los países africanos anglófonos tal vez sea Ghana el que, desde los tiempos de Kwame Nkrumah, más explícitamente ha proclamado su africanidad, y el que más importancia ha dado a las relaciones con sus hermanos afroamericanos. De la Costa del Cabo partieron miles de esclavos hacia América entre los siglos XVI y XIX. Y no es casualidad el que en los funerales de George Floyd, numerosos dignatarios, negros y blancos, llevaran un “kente”, esa especie de chalina de algodón o de seda, tejida de manera que cada mezcla de colores tenga un significado particular, utilizada a partir del siglo XVII en los reinos Akan-Ashanti de Ghana. Pero en su artículo, Clare Spencer no se refería tanto a los “kente”, más bien ceremoniales, como a unos tejidos siempre coloridos pero más populares y cuotidianos, los “ankara” o “wax print”. Se les llama así porque inicialmente la combinación de dibujos y colores se obtenía a base de sucesivos teñidos, y la cera era utilizada para recubrir en cada paso del proceso las zonas del tejido que no tenían que ser teñidas.
Tal era la técnica “batik” que practicaban en el s. XIX los habitantes de la isla de Java (Indonesia). Y en Ghana se cuenta que fueron soldados ghaneses del ejército holandés que conquistó Indonesia a finales del s. XIX, quienes, al terminar su servicio, trajeron a Ghana numerosos batiks, así como la técnica del wax print. Puede que así fuera, aunque los historiadores se preguntan con qué dinero habrían podido adquirir los batiks aquellos soldados que recibían su paga sólo tras haber vuelto a su país de origen. Más acreditado está el que la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales intentó fabricar batiks a escala industrial. No fueron siempre del gusto de los javaneses porque las máquinas no conseguían extender y retirar la cera sin dejar huellas, que aparecían más tarde en el tejido en forma de trazos. Estos gustaron sin embargo a los africanos convirtiéndose en una característica de los “Ankara” de África Occidental. En el siglo XX, varias compañías holandesas (algunas con fábricas en Ghana), y alguna británica, se dedicaron a diseñar, imprimir mecánicamente y exportar los wax print, teniendo en cuenta los gustos y los significados que los habitantes de África Occidental iban dando a los diferentes diseños. Y ya en el siglo XXI, compañías indias y chinas están copiando y exportando los ankara, repitiendo a su vez lo que los holandeses habían intentado con los batik javaneses. Esa historia de los wax print es el argumento del film de la nigeriana-británica Aiwan Obinyan, “Wax print: 1 Fabric, 4 Continents, 200 Years of History”. Y su pregunta-hilo-conductor es la misma que la de Clare Spencer, “¿Es el wax print realmente africano?”
Claro que la misma pregunta podría hacerse a propósito de los llamativos kitenges y kangas que tanto admiramos en las mujeres de África Oriental. Las kangas son esos coloridos paños rectangulares que se venden por pares y que son realmente “multiusos”: Sirven como pareo, capa, cuna andante para los bebés, cojín portacargas en la cabeza… y como instrumentos de comunicación social, religiosa y política gracias a los textos impresos en kisuajili. “Vijana tumetangaza vita dhidi ukimwi” (Los jóvenes hemos declarado la guerra al Sida), se podía leer hace algún tiempo en una de ellas. Y en otra estaba impresa la propuesta de un político, “Sina siri nina jibu” (No tengo secretos, pero tengo la respuesta). El kitenge sería la kanga en versión tejido un poco menos ligero, que se utiliza en la confección de vestidos y camisas. Las primeras kangas se crearon en el siglo XIX, uniendo seis “lenço” (paño, pañuelo blanco) que los portugueses habían introducido en África Oriental. Los primeros colores que se aplicaron fueron el negro y el rojo, y los textos estaban en árabe. Otros colores llegaron más tarde, así como los textos en Kisuajili, y la impresión de los diferentes dibujos se hizo utilizando bloques de madera. Con las independencias llegaron las fábricas textiles, pero también Japón, Pakistán e India comenzaron a producir kangas y kitenges. Hoy, los mejores precios son los de los productos chinos. Lo que hizo que la periodista china April Zhu, crecida en Estados Unidos y que ahora tiene su base en Nairobi, se preguntara en African Arguments (19 abril 2019): “Can a Chinese import ever be authentically African” (¿Puede algo importado de China ser auténticamente africano?).
April Zhu no duda: “Puede que el kitenge esté fabricado en China, pero se vende, se viste, y se le da su auténtico significado en Kenia”. Tampoco duda Aiwan Obinyan: “Cuando entro en un sitio, mi piel me identifica como una persona negra mucho antes de que se escuche mi acento británico. Sucede lo mismo con los wax print, que las gentes identifican inmediatamente con África, poco importa que conozcan o no la historia de esos tejidos”. Clare Spencer responde citando a la norteamericana nacida de padres ghaneses Amma Aboagye, que dudó de la africanidad de los wax print cuando en su juventud veía cómo a la tienda que sus padres tenían en Capitol Heights, Maryland, traía un señor indio tejidos “africanos” fabricados en India. Aboagye fundó Afropole, una sociedad para favorecer las relaciones económicas entre africanos y afroamericanos. Visitó Ghana en múltiples ocasiones y llegó a la conclusión de que “los wax print reflejan hoy realmente las ideas, símbolos, intereses e historias de los países africanos”.
No soy africano. Pero de todos modos, mi razonamiento europeo es bastante sencillo. A un alemán que come su “Bratkartofflen” o a un italiano que ataca su “pasta alla bolognese”, no se le ocurre pensar que las patatas no sean algo alemán o el tomate algo sin lo cual los italianos no podrían vivir. Ni se preocupa porque patatas y tomates nos hayan llegado de América del Sur. ¿Por qué entonces un ghanés o un tanzano debieran preguntarse si su ankara o su kitenge son realmente africanos?
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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