“¡Order!”, exigía a la Cámara de los Comunes, con voz recia y firme, el insólito y eficiente speaker John Bercow. Y a todos nos confortaba observar que los tan diversos como en varios casos extravagantes representantes de los pueblos del Reino Unido guardaban la compostura necesaria para cumplir las funciones a ellos encomendadas.
Ha llegado ahora el momento de que seamos “Nosotros, los pueblos” -como tan lúcida como entonces prematuramente se inicia la Carta de las Naciones Unidas- los que, con los ojos puestos en las generaciones venideras, reclamemos “order” a los gobernantes del mundo en su conjunto, porque nos hallamos, por primera vez en la historia, ante amenazas globales potencialmente irreversibles, de tal modo que si no logramos reconducir rápidamente las actuales tendencias, se alcanzarían puntos sin retorno en la propia habitabilidad de la Tierra.
Desde hace décadas, los científicos venimos insistiendo en la necesidad imperativa de que la economía asegure el pleno ejercicio de los derechos inherentes a todos los seres humanos sin excepción y que el consumo no tenga lugar en detrimento de la naturaleza y de la calidad de vida.
Desde mediados del siglo pasado, la UNESCO creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, los programas internacionales geológico, hidrológico y oceanográfico y, al poco tiempo, “El hombre y la biosfera”…y el Club de Roma, animado por el clarividente Aurelio Peccei, advertía ya en 1972 sobre “los límites del crecimiento”… y la Academia de Ciencias de los Estados Unidos ponía de manifiesto en 1979 que no sólo las emisiones de gases con “efecto invernadero” aumentaba sin cesar sino que, todavía peor, la capacidad de recaptura de las aguas marinas disminuía por la continua lesión del fitoplancton por los vertidos y lavados de los tanques de los petroleros en altamar, en lugar de utilizar las instalaciones portuarias oportunas…
El “gran dominio” (militar, financiero, energético y mediático) no sólo desoía los apremiantes llamamientos de instituciones especializadas en ecología, basadas en el rigor científico, sino que -auténtico delito- se crearon poderosas fundaciones para que “pseudocientíficos” a sueldo declararan lo contrario.
Y todo ello en un momento histórico en que el neoliberalismo, de la mano del Presidente Reagan y de la Primer Ministra Thatcher, iniciaba un largo proceso de marginación del multilateralismo democrático -al cual, desde 1919, con la Liga de Naciones, el Partido Republicano de los EEUU ya había puesto de relieve su frontal rechazo- desafiando los ámbitos de competencia de casi 200 países, se pusieron las riendas de la gobernanza planetaria en manos de un grupo oligárquico y plutocrático, el G6, que al igual que los G7, G8 y G20 en los que se transformó sucesivamente, consistía en realidad en un solo poder: el del G1 norteamericano. Se inició de este modo la deriva a la que hoy tenemos que hacer frente a escala mundial con el apremio adicional de tener que paliar fenómenos desbridados como el del cambio climático. Es insoslayable que, como se decidiera por la Unión Europea en Lisboa en el año 2000, las medidas correctoras de la economía y de los gravísimos desequilibrios sociales “se base en el conocimiento”.
A pesar de que, con el fin de iniciar con buenos augurios el nuevo siglo y milenio se habían producido en la década de los 90 importantes referentes-hojas de ruta, como “La Carta de la Tierra”, “La Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz”, “La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, la Resolución de la UNESCO sobre “Responsabilidades con las generaciones venideras”… a pesar del fin del abominable racismo apartheid por la mágica intervención de Nelson Mandela y de la igualmente sorprendente conversión de la Unión Soviética en una Comunidad de Estados Independientes, gracias al inverosímil Mikhail Gorbachev… a pesar de la feliz existencia de líderes de extraordinaria notoriedad en Europa, América Latina y Asia… a pesar de que, por fin, gracias a la tecnología digital, miles de millones de seres humanos “inadvertidos” porque nacía, vivían y morían en unos kilómetros cuadrados sin saber lo que acontecía más allá de su entorno inmediato, pasaran a poder ejercer como “ciudadanos del mundo” y, lo que es más relevante, a expresarse libremente, confiriendo voz a los pueblos hasta entonces silenciosos, temerosos, obedientes, sumisos… a pesar, sobre todo, de que la mujer, desde el origen de los tiempos sometida al poder absoluto masculino se afianzara progresivamente en el escenario público hasta alcanzar total pie de igualdad y poder convertirse, en palabras de Mandela, en la “piedra angular de la nueva era”… a pesar de que la juventud iniciaba pacíficamente -el 15 M y los viernes “climáticos” como símbolo- la reclamación de horizontes esclarecidos para su vida…
… A pesar de cuanto antecede, los albores del siglo XXI han estado marcados por el poder avasallador de los “mercados”, por la privatización descontrolada, por la influencia progresiva de unos medios de comunicación que convierten a los seres humanos en espectadores abducidos en lugar de actores dispuestos a defender sus principios, por el abuso de una tecnología que, bien administrada, puede servir para encausar tantos desbordamientos actuales…
Sin cesar, sin los menores escrúpulos, los grandes “magnates” de la Tierra han conseguido globalizar la insolidaridad, la indiferencia, la ignorancia, la irresponsabilidad… Han basado en la simulación y en la mentira la invasión de Irak, y no han permitido que las Naciones Unidas procurasen las soluciones adecuadas a conflictos como los que siguen trágicamente en Siria y Yemen… así como ofreciendo otras alternativas a las que se ofrecieron por los “países dominantes” en el caso de la “primavera árabe”.
En otoño de 2015 se produjo, gracias al Presidente Obama, que ya había resuelto favorablemente situaciones muy peligrosas como las concernientes a Irán, se llegó a un Acuerdo en París, en el marco de la ONU, sobre medidas para moderar el cambio climático -¡hasta el Papa Francisco hizo una “encíclica ecológica”!- y suscribió, con los países más poblados de la Tierra, la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para “transformar el mundo”.
Todo parecía ¡ya era hora! bien reordenado, trasladando las riendas de la gobernanza global al multilateralismo democrático, con el simultáneo decaimiento de los grupos plutocráticos… hasta que, a los pocos meses, es elegido Presidente de los Estados Unidos Donald Trump que a las pocas horas proclama “America, first” y anuncia que no va a poner en práctica los Acuerdos de París ni la Agenda 2030.
Y estas infaustas decisiones no reciben -¡en la era del antropoceno!- la inmediata oposición de otros líderes mundiales… porque, contrariamente a lo que había sucedido a finales de siglo, estos líderes no existen actualmente.
En los cuatro años transcurridos desde 2015, la situación a escala mundial se ha deteriorado y, en algunos aspectos, como la ecología, se están alcanzando límites que no deben traspasarse. Miremos donde miremos: América Latina, con Brasil, Chile, Bolivia, Colombia…; el continente africano, con Libia…; el mundo árabe, con Siria…; o hacia el este…
Al cumplirse los 75 años de la creación de las Naciones Unidas por el Presidente Roosevelt, sólo aparece una solución, como en 1945, para hacer frente a los múltiples y complejos problemas actuales: el multilateralismo, el “Nosotros, los pueblos”… El que los 196 países se reúnan, debatan y decidan, con voto ponderado, sobre las apremiantes medidas que es inaplazable adoptar… sobre la eficaz puesta en práctica de los ODS, sobre un nuevo concepto de seguridad que asegure no sólo la defensa de los territorios sino de quienes los habitan. No me canso de repetir que es intolerable que cada día se inviertan en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que mueren de hambre y de pobreza extrema millares de seres humanos, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad.
En el mes de octubre de 2020, al cumplirse el 75 aniversario de las Naciones Unidas, debe ser los grandes clamores populares -sobre todo de las mujeres y de la juventud- los que deben llevar a cabo la gran inflexión histórica de poner en manos de la democracia multilateral la gobernanza del mundo, los que den la voz de “¡order!” frente a la turbulenta situación actual del mundo.
* Artículo también publicado en Other News
[Fundación Sur]
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