En el corazón de las tinieblas…, por Rafael Muñoz Abad

11/12/2017 | Bitácora africana

“Todor fue el penúltimo de su promoción y el premio fue un billete de tercera clase a bordo del vapor Leopold que zarpaba de Zeebrugge rumbo a la desembocadura del rio Congo pero no acababa ahí la desgracia, pues aún le restaban una treintena de horas rio arriba hasta el poste de Koko donde le esperaba un pupitre reumático como funcionario de la administración colonial belga. Imagino que al último de la lista le esperaba otro puesto aún más aislado en la tráquea del rio…” Suena todo un poco a Tintín en el Congo pero los vericuetos del hombre blanco en el corazón africano son terribles de entender a ojos del bien organizado en su vida de bolsillo. La primera vez que [mal] leí a Joseph Conrad me sentí un poco cortito. No entendí nada y a caminar me fui en pos de licuar el esguince cerebral. Es El Corazón de las tinieblas su obra más reconocida y ya creo que se trata de una lectura recomendable cuando estás a mitad de camino de todo o de nada. La aventura colonial belga fue breve pero intensa. Un aquí te pillo aquí te mato. La conferencia de Berlín entregó al Rey Leopoldo una finca del tamaño de Europa en el esternón del continente negro por el simple derecho de la escuadra y el cartabón colonial. En otras palabras, esto para ti y esto para mí. Gula. Tres millones de kilómetros cuadrados que pasaron a ser propiedad privada del rey Leopoldo II y por los que aún Bélgica debe avergonzarse pues sigue sacando tajada. Sí, Bruselas vende ley y orden pero da capital a un país artificial que rebosa en porquería bajo sus alfombras azules; ¿las sacudimos un poco? Armas, tallado de diamantes ilegítimos, segundo registro de buques y pantallas fiscales ancladas en Islas Vírgenes británicas y Rwanda, demás de inexplicables vuelos diarios contra natura entre West Africa y Bruselas, son sólo algunos de los grandes desconocidos de un país que tiene poco sentido de existir y que de no ser capital comunitaria, hace años se habría descosido. La cuestión congoleña es un tema muy incómodo para los belgas, compruébenlo. Bruselas acabará siendo una ciudad estado. Los valones se unirán a Francia y los flamencos a Holanda; tiempo al tiempo.

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Tenía yo de pequeño dos amigos que llegaron con sus padres huidos del Congo y que jocosamente decían que eran conguitos. Dos belgas rubios como la cerveza con los que hacia maquetas y a los que su casona, de alguna villa norteña, les parecía una casucha cuando caía bajo la cruel comparación de la propiedad que atrás debieron dejar. El expolio belga de Africa pervivió de manera directa hasta los años sesenta y sólo finalizó con la llamada Crisis del Congo y su virulenta descolonización en la que los colonos tuvieron que salir “por patas” pues se los iban a comer los negritos…Evidentemente, como aconteció con los portugueses de Angola y Moçambique, muchos siguieron hacia el sur y acabaron en la prospera Sudáfrica blanca pero esa es otra historia. Las conexiones belgas con el Congo y sus algunos de sus estados vecinos son tan discretas como intensas. De eso se trata, de no dejar rastro. Y es que habría que preguntarle a Bruselas por su responsabilidad con el genocidio ruandés del que ya ni nos acordamos y miramos para otro lado; de la salida de diamantes a puñados desde Kigali y Monrovia, capitales de países que no tienen gemas, rumbo al barrio judío de la coqueta Amberes; de la fortuna de la familia real belga procedente de las herencias de Leopoldo II; de ¿por qué vuela tanto Air Brussels a Sierra Leona – país devastado por el tráfico ilegal de brillantes – cuando no hay nexo histórico entre ambos estados? o de las rentas del caucho, los diamantes, la madera, el marfil o el oro que enriquecieron al círculo del genocida rey. Los belgas practicaron un colonialismo desbordado en paternalismo en el que la brutalidad y el látigo fueron leitmotiv donde las amputaciones y castigos físicos, demás de los abusos sexuales, eran moneda de pago en las solitarias demarcaciones de la selva. Pequeños pero matones, me gusta llamarlos los fox terrier de la colonización. Lejos de Leopoldoville, antigua capital de la colonia, hoy Kinshasa, el binomio aislamiento – anonimato, tornaba a los capataces y funcionarios en auténticos virreyes. Reyezuelos con derecho de vida. Algo así como semidioses magistralmente encarnados en el Kurtz que Marlon Brandon caracteriza en Apocalypse Now de Coppola. La incomunicación, el alcohol, la malaria y un calor infernal, enloquecieron a Todor, el cual había engendrado tantos bastardos que no había manera de ocultarlos y tan pronto eran alumbrados al mundo, también eran arrojados al rio de la vida que también era el de la muerte; apareciendo hinchados y varados en los márgenes de las orillas varios meandros al oeste. Amputaciones y maltrato demás de falsificar las cuentas de la administración. Tales fueron sus abusos físicos que la mano de obra se vio mermada y con ello afectada la recolección de caucho y madera por lo que una misión de la gendarmería subió a buscarlo rio arriba; se tiró por la borda en algún lugar del atlántico camino de vuelta a Bélgica… ¿No es esa la trama de Apocalypse now?

Conrad pasó varios meses en el rio Congo contratado por la empresa colonial belga en un transbordador. Suficientes singladuras para percatarse de la brutalidad de los colonos y el trato despiadado con el que obsequiaban a los nativos. Cuando escribió El Corazón de las tinieblas nunca enroló la palabra Congo y convierte al propio rio y la jungla en un personaje más. “El horror, el horror…” Así acaba su obra Conrad, en boca de Kurtz cuando este ve en sus ojos el espanto de su locura. Su lectura es un descenso planificado a las catacumbas del alma donde la avaricia desmedida de Kurtz o en mi versión particular, Todor ejemplariza la verdadera cara del colonialismo que, más allá de su lavado de imagen cual obra caritativa y humana de traer el progreso a los negritos en taparrabos, bien los despojó de su felicidad natal ergo ancestral; preñándolos con la necesidad del dinero. Idea innecesaria en sus vidas para tornándolos en deudores de un deseo inculcado de amanera artificial por el hombre blanco. Domina el mundo quien crea una necesidad exógena. Y así se sintetiza la historia contemporánea de Africa: mal alimentar a un continente que podría rebosar en alimentos. Una obra salvadora salpicada en sangre que desde luego firmaría un jesuita.

Después llegaría el infausto tito Mobutu que vestido con su abacost azul petróleo, un gorrito de leopardo y carita de yo no fui posando con Nixon, renombraría al Congo como Zaire a la par que lo volvía a saquear; el asesinato de Lumumba, el primer dirigente negro elegido democráticamente; el KO de Foreman frente a Mohammed Ali en Kinshasa donde este último se tornó en icono de la negritude y finalmente la partición del Congo en los congos. Y es que lo único que se ha mantenido es el expolio natural, la violencia y un discreto y perenne estado de guerra civil embrionaria que anclada en el olvido no sufre cobertura pues necesitamos el coltán para nuestros móviles…

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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