Un diálogo nacional integrador y sincero en Mauritania

11/03/2013 | Opinión

El país se ahoga. Escuchad a la gente: hay un tiempo para los enfrentamientos, hay un tiempo para la división, hay un tiempo para las rivalidades, pero también hay un tiempo para la superación de los conflictos, un tiempo para la paz de los corazones y de los espíritus, un tiempo para la reconciliación, un tiempo para sellar la unidad, un tiempo para el perdón y –¿por qué no?–, un tiempo para el olvido.
Nadie debe ser enemigo de su hermano; como mucho, un competidor y sólo en el momento de expresar sus deseos. Tenemos que dejar de lanzarnos anatemas y demonizarnos. Somos un gran pueblo, un gran país, una gran nación con una tradición de tolerancia, de paz, de solidaridad y de respeto mutuo.

Ha llegado el momento de iniciar un diálogo nacional integrador y sincero entre el poder y la llamada oposición activa para solucionar la profunda crisis política en que está sumido el país y evitar una escalada de lucha por el poder perjudicial para Mauritania y su futuro. Es preocupante el actual clima político y social, este clima lleno de peligros y de dudas acerca de los valores asumidos por nuestra democracia y nuestra República.

Un diálogo nacional integrador y sincero puede convertirse en remedio que conjure los demonios que nos precipitarían a una aventura arriesgada. Sin embargo, el compromiso a favor de este diálogo no puede limitarse a trampas axiológicas, a discursos engañosos e hipócritas, mientras nos acercamos a noches de los cuchillos largos. Tampoco debería limitarse a muestras de grandilocuencia contrarias a los impulsos del corazón.

Un diálogo nacional no podría desembocar en un pensamiento único y obviamente imperceptible, aun cuando, por lo demás, debamos construir lo que nos hace iguales a partir de nuestras pequeñas diferencias. Además, en ese diálogo nacional integrador no nos podemos conformar simplemente con inspirados discursos acerca de la defensa de la República, con discursos envueltos en cálculos propios de mercaderes de la política, sino que tiene que ser una invitación para que los responsables de la vida política y social entiendan que la democracia se nutre sobre todo y en primer lugar del espíritu de tolerancia y que la búsqueda de consensos y el poder compartido tienen la misma función: evitar los desgarros morales, los enfrentamientos brutales y preservar la unidad de la Nación.

Un estado de derecho más consolidado. Mauritania no sólo necesita otra sociedad, sino también otra forma de hacer política. En una democracia dialogante, el arte de hacer política consiste en crear esperanzas bien fundadas: es difícil pedir a los ciudadanos que se sacrifiquen y que participen de los esfuerzos que implica el desarrollo, cuando lo único que ven esos ciudadanos es que los dirigentes políticos son los incompetentes, los mediocres, los oportunistas, los tránsfugas, los aduladores, los que han dado la espalda a la competición leal, a la emulación, al culto al trabajo y a la excelencia, los que ante las primeras exigencias desaparecen en busca de paisajes más amables.

El camino para la consecución de la democracia está lleno de peligros y exige un largo proceso de aprendizaje en el que sus principios se asumen y se convierten en una cultura, es decir en una segunda naturaleza. “¡Nadie nace demócrata; el demócrata se hace!”. Así es que Mauritania tendrá que hallar el modo de hacer que la disciplina y el rigor se conviertan en las armas del éxito económico y de la expresión democrática y las actuales vacilaciones son el fruto de la falta de claridad en los resultados de esa búsqueda. Hay hombres valientes que sueñan con levantar el país a lo más alto. Hay mujeres y jóvenes creativos y llenos de energía, hay sabios que nos recuerdan nuestras raíces y hacen de la cultura el fundamento de nuestras acciones. Pero todavía no existe un pensamiento político que aglutine los problemas del país y les dé forma, una doctrina capaz de movilizar a todos los sectores sociales en su diversidad para la consecución de un objetivo común. Actualmente, es casi imposible hacer frente al desafío de la pobreza sin un único impulso común y habrá que encontrar los mecanismos para estimular la productividad y el crecimiento y repartir los beneficios de la manera más justa, sobre todo a los más necesitados. ¿Cómo podría materializarse una ambición como ésa? Esta es la pregunta que tienen que contestar los intelectuales, los políticos, el sector privado y los sindicatos y dejarse ya de líos y de trifulcas de los que estamos hartos. ¡Ya está bien!

Ahmed Bezeid Ould Beyrouck (06,03-13)

Analista político

(Traducción de Javier de Agustín)

Autor

Más artículos de webmaster