Todos somos xenófobos, aunque no lo sepamos, por José Julio Martín Sacristán

16/03/2012 | Bitácora africana

Impresionante la obra de teatro ‘Combate de negro y de perros’ de Bernard-Marie Koltès, que, durante marzo de 2012, la Compañía Joven de Réplika Teatro reestrena acompañada de una gran oferta de actividades, talleres y conferencias en torno a los dos espacios: el yo/nosotros (los buenos, los iluminados, los que saben, los únicos e irrepetibles, los superiores) frente al ellos (los salvajes, los que viven en la oscuridad, los pobres ignorantes, los indiferenciados, los inferiores).

Se trata de una obra tan violenta que incluso los intentos de diálogo y acercamiento no son sino nuevos pasos en una escalada de agresividad que termina deshumanizando a sus cuatro participantes. Sólo el negro que se mueve en la oscuridad percibe las cosas con claridad, mientras que los tres blancos enjaulados en su luminosidad no ven más allá de su mundo, padeciendo una ceguera destructora y autodestructiva. Empieza en tragedia y termina en tragedia. Cuanta más luz se pone sobre lo ocurrido, más deshumanizados aparecen los participantes. Y el mismo público, refugiado en la oscuridad, al ser parcialmente iluminado en momentos cruciales se convierte en partícipe de la misma violencia que rechaza en su interior luminoso.

Los personajes representan cuatro modos de xenofobia que, desafortunadamente, se pueden encontrar en cualquier ámbito intercultural:

1. El racista violento, representado por el rol de Cal, quien justifica matar a un africano por escupir a dos centímetros de su bota. Hoy en día poco racistas se atreverían a usar la violencia física, pero sí usan la verbal, psicológica y socio-estructural.

2. El racista dialogante, que en la obra es Horn, un personaje convencido de que las palabras son como el dinero: pueden resolver todos los problemas porque lo soportan todo, son impersonales y no comprometen a nada. No entiende que su actitud destapa su hipocresía.

3. El racista negacionista, que vive en la piel de Leone, una mujer desarraigada, necesitada de pertenecer a cualquiera, para lo que está dispuesta a negar lo que es: una blanca con tacones Saint-Laurent, con “más miedo que cobardía”, que quiere ser negra porque no sabe ser blanca.

4. El xenófobo purista, al que representa Alboury, el negro (anti-culturalmente) solitario que exige justicia: la devolución del cuerpo de su hermano. No cae en las artimañas de la “palabra”; no se deja corromper por lo que el hombre blanco le ofrece; y se muestra impasible ante la blanca que se niega a sí misma y con quien mantiene diálogos sordos: cada uno hablando su propia lengua. No quiere nada de los blancos, pero tampoco sigue sus costumbres culturales, por más que se autoerija como su representante. Al final, incita a los suyos a hablar el lenguaje de Cal: la violencia física. Puede parecer que gana porque ha hecho “justicia”, pero realmente pierde porque no ha conseguido lo que realmente buscaba.

Durante la representación de la obra, recordaba a personas que padecían los mismos síntomas xenófobos de estos personajes y podía sentir la tragedia que supone vivir encapsulado en los propios prejuicios. Pero he ahí la gran tentación y errónea tentación: señalar con el índice a los “otros”, olvidando que los otros tres dedos de la mano apuntan hacia uno mismo.

Si bien la obra presenta dos mundos claramente diferenciados y separados por una verja (aparente elemento de protección frente al exterior que representa en verdad la prisión en que nos encierran los prejuicios), éstos no son realidades externas, sino partes de nosotros. Cada persona lleva esos mundos en su interior. Porque todos participamos de actitudes culturalmente xenófobas. Lo importante es identificarlas para mitigar su repercusión en nuestras vidas.

Original en África Factor Humano

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