
Reciclando la basura de El Cairo gratuitamente y dando empleo a decenas de miles de personas, los Zabbaleen tienen mucho que enseñar a otras ciudades con dificultades económicas.
Bajo el calor abrasador de la tarde, unos cuantos camiones de basura recorren a toda velocidad las calles del barrio de Manshiyat Naser en El Cairo, Egipto. Están repletos de basura, la principal característica de este paisaje urbano. La basura se derrama desde las entradas de las casas. Se amontona en los tejados. Está tirada a lo largo de las avenidas.
El apodo de esta zona, enclavada en la falda del monte Mokattam, es, con razón, «Ciudad Basura». Y aquí, la basura es oro.
Cuando los ruidosos camiones se detienen, niñas y mujeres, mayores y jóvenes, se apiñan a su alrededor. Riendo y charlando con amigos y familiares, descargan los objetos, los recogen en sus casas y comienzan a clasificarlos.
Esta calle de la capital de Egipto es uno de los innumerables nodos de lo que podría ser el sistema de reciclaje más eficiente y sostenible del mundo. Alemania, el país con la tasa de reciclaje más alta del mundo, recicla alrededor del 66 % de sus residuos. Se estima que las redes informales que gestionan los residuos en esta mitad de El Cairo reciclan más del 80% de la basura que recogen.
Además, gran parte de los residuos a los que encuentran nuevos usos son plásticos. Cada año, apenas el 9 % de los 460 millones de toneladas métricas de plástico que se producen en todo el mundo se recicla. La mayor parte del resto se desecha en el medio ambiente, donde asfixia a la fauna marina, contamina el suelo y envenena las aguas subterráneas.
Las operaciones de la singular comunidad de recicladores informales de El Cairo, conocida como los Zabbaleen, han evolucionado orgánicamente a lo largo de varias décadas. Hoy en día, casi la totalidad de los 100.000 residentes de Manshiyat Naser, el principal centro de reciclaje de la capital, viven de o participan en actividades relacionadas con la basura. Cada familia desempeña un papel específico en un proceso que abarca desde la recolección y el transporte de los residuos domésticos hasta la clasificación, el lavado, el procesamiento y la producción.
En algunas familias, los hombres y los niños van puerta a puerta, recogiendo entre 30 y 40 kg de basura al día. De vuelta en sus hogares, las mujeres y las niñas retiran los residuos orgánicos para alimentar a los animales y luego clasifican el resto en plásticos, metales, cartón y telas. Los plásticos se subdividen en botellas, bolsas y diversos plásticos duros. Una vez a la semana, los 300-400 kg de basura acumulados se venden a otras familias, que los clasifican por material y color. Después, venden esta carga a uno de los pocos cientos de hogares de Manshiyat Naser que poseen máquinas que pueden lavar, granular o peletizar el plástico.
El material resultante se vende a fábricas. Los pellets de plástico pueden llegar a El Cairo, Alejandría o el Delta del Nilo para ser transformados en todo tipo de productos reciclados, desde cubos y escobas hasta jarras y chanclas. Las botellas de agua granulada pueden ser convertidas en alfombras, cortinas y ropa que luego son exportadas a todo el mundo.
Las actividades de los Zabbaleen tienen enormes repercusiones positivas para el medio ambiente. Reducen la necesidad de producir plástico nuevo, el 99 % del cual se fabrica a partir de combustibles fósiles. Y disminuyen drásticamente la cantidad de residuos que, de otro modo, serían quemados o depositados en vertederos, lo que liberaría enormes cantidades de gases de efecto invernadero y contaminaría los ecosistemas locales.
El reciclaje en El Cairo es también un buen negocio. Una tonelada de plástico se puede vender por 860 dólares, y los residentes afirman que la industria ha garantizado un desempleo cero en el barrio.
«Nunca hay un día sin trabajo«, presume Ayman Agayby, de 28 años, sentado frente a su casa mientras él y su familia clasifican, por color, ondulantes montañas de bolsas de plástico de color. «Mientras siga llegando la basura, siempre tendremos trabajo… Ganamos lo suficiente para vivir cómodamente y enviar a nuestros hijos a la escuela«.
La abundancia de trabajo en Manshiyat Naser también significa que no hay necesidad de ver a los demás como rivales.
«Todos nos respetamos mucho«, dice Romani Badir, de 55 años. «No necesitamos competir. De hecho, nuestro sistema funciona tan bien porque todos cooperamos. Hay suficiente basura y trabajo para que todos participen«.
Badir comenzó a ayudar en el negocio familiar hace medio siglo, cuando tenía solo cuatro años. Describe cómo, desde entonces, se han transmitido conocimientos útiles de generación en generación. Parte de su trabajo, por ejemplo, consiste en clasificar plásticos por tipo, separando el polietileno del polipropileno y otros materiales. Los símbolos grabados ofrecen una forma de distinguir los tipos de plástico, pero los Zabbaleen han desarrollado otro método con el tiempo.
«Podemos poner un trozo de plástico en un cubo con agua y, si flota, es uno de dos materiales», explica Badir. “Si se hunde, significa que podría ser de uno de otros dos materiales. Luego quemamos un trozo del objeto y, si el humo es azul, entonces es de un tipo de material. Si el humo es negro, entonces debe ser de otro material”. A lo largo de las décadas se han desarrollado muchas otras especialidades para gestionar la creciente variedad de objetos que se desechan.
«Cada día procesamos diferentes artículos», dice Sheata Abu Diem, de 57 años, mientras descarga un paquete de desechadas macetas de plástico que acaba de comprar a una familia de clasificadores. «Hoy procesamos macetas. Ayer, eran vasos de yogur. Mañana será otra cosa».
«Dios decide lo que reciclaremos cada día», interviene su esposa, Karima.
De criar cerdos a plástico
Este sofisticado sistema de recolección y reciclaje de basura ha evolucionado gradualmente a lo largo de casi un siglo. Fue en la década de 1940 cuando llegaron por primera vez a El Cairo quienes serían conocidos como los Zabbaleen (que en árabe egipcio significa «gente de basura»). La mayoría eran cristianos coptos de la provincia rural de Assiut, a 400 km al sur de la capital.
Para entonces, ya existía un incipiente servicio de recolección de residuos en algunas zonas de la ciudad, gestionado por migrantes del oasis occidental de Dajla, conocidos como los Waahis. Recogían papel usado de los hogares y lo vendían a negocios para usarlo como combustible para calentar baños públicos o cocinar el popular desayuno ful medames.
Los Zabbaleen, que habían sido agricultores, vieron una oportunidad. Firmaron un acuerdo con los Waahis por el cual se harían cargo de la recolección de basura. Los nuevos migrantes entregarían el papel a Waahis pero se quedarían con el resto. En aquel entonces, eso significaba comida y desechos orgánicos, que utilizaban como forraje para la cría de cerdos y cabras, una práctica que continúa hasta nuestros días.
Con el paso del tiempo y el crecimiento de El Cairo, otros materiales, como vidrio, plástico y aluminio se convirtieron en un componente común de los desechos de la ciudad. Los Zabbaleen los reutilizaban para fabricar artículos domésticos rudimentarios como pinzas para la ropa, cucharillas de helado, palitos de piruleta y estampadores de papel.
Mientras tanto, la proliferación de los baños privados y el queroseno hizo que el papel dejara de ser necesario como combustible. En cambio, los Waahis comenzaron a ganar dinero como intermediarios, cobrando cuotas mensuales a residentes a medida que asignaban adicionales rutas, calles y edificios para la recolección de basura. Este acuerdo situó a los Zabbaleen, en su mayoría analfabetos, en una posición de dependencia y explotación. Recibían una pequeña fracción de los pagos regulares. Sin embargo, sabían que el verdadero dinero no estaba en la recolección, sino en el reciclaje.
En la década de 1980, cuando Manshiyat Naser ya estaba conectada a las redes de electricidad y agua de El Cairo, los Zabbaleen comenzaron a invertir sus fondos personales en la mecanización de la recogida de basura y la compra de camiones de recogida. En la década de 1990, con el surgimiento de fábricas de reciclaje de plástico en Egipto, adquirieron máquinas para transformar plástico en gránulos o pellets para su venta.
Con las ganancias de estas actividades, los Zabbaleen comenzaron a establecer organizaciones comunitarias de base y a mejorar la infraestructura de sus asentamientos. Matricularon a un cada vez mayor número de sus hijos en las escuelas, especialmente a niñas, e implementaron programas de salud que redujeron la tasa de mortalidad neonatal.
Mientras tanto, seguían llegando más familiares de las zonas rurales, a medida que familias enteras eran empleadas en la industria. Si bien seguían siendo totalmente informales y basadas en relaciones comunitarias, las actividades de los Zabbaleen crecieron junto con la ciudad y se volvieron cada vez más sofisticadas.
Badir recuerda haber ayudado a su padre a recoger basura en una carreta tirada por un burro cuando era pequeño, en la década de 1970. En aquel entonces, era uno de los cinco únicos niños del barrio que asistían a la escuela, tras lo cual regresaba rápidamente a casa para ayudar en el negocio familiar. Una generación después, Badir pudo enviar a sus cuatro hijos no solo a la escuela, sino también a la universidad, aunque todos siguen ayudando en el trabajo de recolección de basura.
«Desde muy pequeños les he enseñado el conocimiento de este trabajo de reciclaje, para que todos sigan con este negocio, independientemente de sus títulos«, dice Badir, quien habla inglés y francés con fluidez. Esta historia es común en los alrededores de Manshiyat Naser, donde empresas familiares ofrecen empleo sostenible y lucrativo, en gran medida protegido de las crisis económicas más amplias.
Según Badir, quien también es secretario de la Asociación de Recolectores de Basura para el Desarrollo Comunitario, la industria también ha atraído a decenas de miles de trabajadores migrantes del Alto Egipto y refugiados de Sudán. «Les damos un lugar donde alojarse, comida para que coman con nosotros, todo«, dice. «A cambio, trabajan con nosotros y nos ayudan a ganar más dinero«.
Algunos residentes afirman que incluso los egipcios con estudios recurren a la basura para ganarse la vida. Abu Diem, técnico electricista profesional, declara a African Arguments que inicialmente no eligió trabajar en Manshiyat Naser, pero terminó aquí. «Aquí fue donde tuvimos la oportunidad de ganar dinero«, afirma. «La economía no va bien en Egipto. Es difícil encontrar trabajo y, sobre todo, el trabajo manual nunca es constante«.
Más de ocho décadas después de que sus predecesores se asentaran en El Cairo, los ahora conocidos como Zabbaleen residen en seis barrios a los que llevan residuos para clasificarlos. El más grande es Manshiyat Naser, donde unas 700 familias poseen empresas de recolección, 200 operan pequeñas y medianas empresas de reciclaje y 120 poseen empresas comerciales.
Badir afirma que, de las 20.000 toneladas de residuos que El Cairo produce a diario, los seis barrios de Zabbaleen reciclan 11.000 toneladas, y solo Manshiyat Naser representa 5.000. “Hacemos más de la mitad del trabajo para la ciudad”, afirma Badir con orgullo, y sin coste alguno para la ciudad.
* Jaclynn Ashly is a freelance journalist.
Fuente: African Arguments
[Traducción, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]
