El diálogo con los grupos yihadistas es el camino para la paz en el Sahel

14/07/2025 | Editorial, Opinión

 

El diálogo no es la panacea, pero reconocer a los yihadistas como actores políticos, no solo como enemigos, replantea la disyuntiva: entre luchar y dialogar, entre gestionar la derrota e imaginar el cambio. Las conversaciones de paz con los yihadistas son difíciles, pero existen antecedentes de iniciativas de diálogo en el Sahel.

La diplomacia internacional parece cada vez más incapaz de frenar la oleada de crisis regionales. A medida que la violencia se intensifica globalmente, extendiéndose por todos los continentes, emerge una cruda realidad, sin encontrar todavía el camino hacia la paz, lo cual es indicativo de la calidad humana de nuestros países.

Los conflictos armados continúan alimentando ciclos de radicalización y extremismo, desestabilizando el panorama de la seguridad internacional. El Sahel, hoy en día, es un ejemplo contundente de este enfrentamiento. A finales del año pasado, la capital de Malí, Bamako, fue testigo de un contumaz ataque perpetrado por el grupo afiliado a Al Qaeda, ocuparon el Aeropuerto Internacional Modibo Keïta y una escuela de gendarmería en las afueras de la ciudad en un asalto en el que podrían haber muerto hasta 80 personas.

Fue la primera vez desde 2015 que el grupo logró atacar Bamako. No solo fue una demostración de capacidad operativa, sino también una advertencia: subrayó el alcance del control que grupos del llamado Estado Islámico de la Provincia del Sahel (ISSP) ejercen ahora sobre vastas regiones de Malí, Burkina Faso y Níger. El descontento ha crecido en los ejércitos locales, que a menudo se han sentido marginados u obligados a seguir estrategias lideradas por extranjeros, percibidas como ineficaces.

Muchos en la región han vuelto la mirada hacia Rusia, considerándola un socio más respetuoso. Sin embargo, la aceptación de nuevos patrones no ha traído alivio. Allí donde las fuerzas rusas han intervenido, los informes de abusos contra civiles y violencia indiscriminada no han hecho más que aumentar. Al igual que con las iniciativas lideradas por Occidente, las respuestas militares han profundizado la desconfianza, entre la población y el Estado.

En Burkina Faso, las milicias progubernamentales han atacado a grupos étnicos específicos, especialmente a los peul, acusados de colaborar con los yihadistas. Estas campañas han exacerbado las tensiones intercomunitarias, empujando a algunos miembros de estas comunidades a unirse a grupos armados no por ideología, sino por protección o venganza.

En estas condiciones, explorar el diálogo con estos grupos armados no es solo un instinto humanitario; puede ser la única opción pragmática que queda. Y a pesar del mantra persistente de que «con terroristas no se negocia», el diálogo con los insurgentes yihadistas se ha producido, de hecho, discretamente, en reuniones alejadas de la mirada pública durante algún tiempo. Este diálogo tuvo lugar con el grupo rebelde de Kony en Uganda durante 20 años, con la implicación de varios compañeros en este diálogo discreto, que tuvo su impacto duradero.

En los últimos 10 años, se han desarrollado una serie de negociaciones y contactos informales en el Sahel, incluso mientras el discurso público seguía encontrando una férrea oposición. Aunque frágiles, estos esfuerzos subrayan la urgencia de mirar más allá del campo de batalla.

Las raíces de este enfoque se remontan a 2012, poco después de la rebelión tuareg en el norte de Malí, cuando el gobierno inició conversaciones exploratorias con el grupo yihadista Ansar al-Din. Entre los primeros mediadores se encontraba el imán salafista Mahmoud Dicko, quien viajó al norte de Malí para tantear el terreno del diálogo.

Blaise Compaoré, entonces presidente de Burkina Faso, dio la bienvenida a los líderes yihadistas moderados para un intento de diálogo. En 2015, Argelia también convocó un proceso de paz que condujo a los Acuerdos de Argel, que pusieron fin a la rebelión tuareg en el norte de Malí, pero excluyeron a los insurgentes yihadistas. Si bien no se logró un alto el fuego integral, estas conversaciones fragmentaron el movimiento y permitieron la reintegración de algunos combatientes.

Aun así, se mantuvieron abiertos canales de diálogo discretos. En la región central de Ségou, en Malí, las negociaciones entre Katiba Macina y las milicias locales condujeron a una tregua temporal. Las conversaciones con el ejército Maliense propiciaron el intercambio de rehenes. El interés por la negociación persistió a nivel local, aunque no diplomático.

En Burkina Faso, antes de los golpes de Estado de 2022, hubo una breve ventana de oportunidad. Las autoridades establecieron comunicación directa con los insurgentes, asegurando un alto el fuego temporal que permitió la celebración de elecciones presidenciales. El entonces presidente de Níger, Mohamed Bazoum, siguió un camino similar: liberó a detenidos, envió emisarios y mostró su disposición a escuchar.

Pero el auge reciente de las juntas militares en Malí (2020-2021), Burkina Faso (2022) y Níger (2023) marcó un giro radical. Los nuevos regímenes desmantelaron estos primeros marcos de negociación, marginaron a los mediadores locales y destinaron recursos al reclutamiento y la militarización. Los gestos de diálogo anteriores se descartaron como debilidad, como si la diplomacia fuera una desventaja en lugar de una herramienta.

Entre 2009 y 2011, Mauritania desarrolló discretamente un programa pionero de diálogo religioso con prisioneros yihadistas. Al crear espacios para la reflexión y la reintegración, Mauritania logró reducir la amenaza yihadista dentro de sus fronteras. Este «modelo mauritano» ha influido discretamente en otros. En Somalia, el año pasado el gobierno señaló una posible apertura al diálogo con Al-Shabab, aunque solo desde una posición de ventaja militar.

Estos ejemplos no están exentos de controversia, pero nos recuerdan que los procesos de paz a menudo se forjan en la incomodidad, el compromiso y la negativa a aceptar la guerra perpetua como única opción.

El diálogo con yihadistas es una situación tensa. Los acuerdos tácticos, ceses del fuego, corredores humanitarios, liberación de prisioneros, son una cosa. Pero una paz duradera requiere procesos complejos y a largo plazo: inclusión política, reconciliación ideológica y reintegración con respeto a la diversidad. Esta dificultad del diálogo con grupos rebeldes, la experimentamos durante años en nuestros encuentros de paz con los guerreros Karimojong, en Uganda, que dieron su fruto.

Sin embargo, a pesar de todos los desafíos, hay una conclusión ineludible: las intervenciones militares no han logrado una paz duradera en el Sahel. Por el contrario, han profundizado las heridas, las divisiones y alimentado nuevas insurgencias. El diálogo no es una solución mágica, pero reconoce a los yihadistas como actores políticos, no solo como enemigos, replantea la alternativa entre luchar y dialogar, entre el fanatismo y la colaboración para encontrar el cambio de la paz y la convivencia.

CIDAF-UCM

Autor

  • Nacido en Izco (Navarra), en 1942, estudió filosofía en Pamplona (1961-1964). Hizo el noviciado en Gap – Grenoble (1964-1965), con los Misioneros de África (Padres Blancos). Estudió Teología en el instituto M.I.L. de Londres, (1965-1969), siendo ordenado sacerdote en Logroño, en los Padres Blancos en 1969.

    Comenzó su actividad misionera en África en 1969, siendo enviado a la diócesis de Hoima en Uganda, donde estuvo trabajando en la educación, desarrollo y formación de líderes durante nueve años. Luego vivió un periodo de trece años en diversas ciudades europeas, trabajando en la educación y capacitación de los jóvenes (Barcelona 1979-1983)) , en Irlanda como responsable de la formación de los candidatos polacos (1983-1985), y en Polonia donde fue Rector del Primer Ciclo de Filosofía Polaco (1985-1991), y se doctoró en Teología espiritual en Lublin, donde fue nombrado profesor de la misma Universidad Católica de Lublin (KUL), de dicha ciudad, en 1991.

    Regresó a Uganda en 1992, y fue elegido Provincial de los padres Blancos de Uganda hasta 1999. Durante este periodo, fue también presidente de la Asociación de Religiosas-os en Uganda (ARU), y pionero en la construcción del Centro Nacional de Formación Continua (USFC). Además inició la Comisión de Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC) en 1994, trabajando en la formación de líderes en JPIC.

    En 2000 y 2004 cursó estudios sobre educación en Justicia, Paz, y Transformación de Conflictos, en Dublín. Desde su regreso a Uganda, fue pionero en la capacitación de agentes sociales en JPIC, y en el establecimiento del primer Consorcio de Educación Ética (JPIIJPC), lanzado por seis Congregaciones Misioneras, en 2006. Desde el inicio, y hasta junio 2011, ostentó el cargo de primer Director del Instituto. Al mismo tiempo fue profesor invitado de Ética en la Universidad de los Mártires de Uganda (UMU).

    En septiembre de 2011 fue nombrado director general de África Fundación Sur (AFS), organismo que dejó de existir en 2021. En la actualidad sigue trabajando por África al 100 % siendo, entre otras ocupaciones, editorialista en el CIDAF-UCM.

    ¡Visita su sitio web personal!

Más artículos de Bustince Sola, Lázaro
Africanía(radio-podcast), 1-12-25

Africanía(radio-podcast), 1-12-25

Africanía (radio-podcast), 1-12-25.- Hablamos sobre las contribuciones afrodescendientes al arte cubano junto a Alejandro de la Fuente, director del...