
Todos los líderes culturales, económicos y religiosos del mundo, junto con todos los pueblos del planeta, se encuentran ante el reto de humanizar el rápido desarrollo tecnológico digital. El principal desafío actual para toda la humanidad no es la falta de recursos, o de fe, sino la falta de humanidad.
La cultura digital, y en particular la inteligencia artificial, necesita ante todo ser animada y guiada por la ética y la humanidad para construir una sociedad que goce de bienestar humano y social.
Recuerdo que en Filipinas un estudiante de ingeniería le preguntaba al papa Francisco cómo vivir en la era de la «sobrecarga de información», y dijo, de improviso, que corríamos el riesgo de convertirnos en «museos» llenos de datos, pero sin sabiduría, en definitiva, en humanos reducidos a «bases de datos». Y el pasado mes de enero quiso que uno de los últimos documentos de su pontificado, “Antiqua et Nova”, firmado por los dicasterios para la doctrina de la fe y para la cultura y la educación, estuviera dedicado precisamente a la relación entre la inteligencia humana y la artificial.
Ya no se trata solo de adaptarse a la cultura digital, sino de descubrir la forma que adoptará la inteligencia humana en la interacción con los robots y las máquinas.
Lo dijo Francisco en el G7: hablar de tecnología implica hablar de lo que significa ser humano. Si la inteligencia artificial se convierte en «mercancía» —como observó un empresario de Silicon Valley citado el pasado 31 de marzo por el Wall Street Journal, será aún más urgente reafirmar el valor de la inteligencia humana con sus valores universales.
Los fundadores de Twitter y Pinterest hablaron en Oxford de la necesidad de «reconectarse con lo sagrado» en un mundo dominado por lo digital. La tecnología, dijeron, es solo una extensión del ser humano, no su fin. Y las religiones, con su sabiduría milenaria, siguen conservando hoy en día la «tecnología más preciosa de la tierra»: la del sentido del límite, de la relación, incluyendo a los más pequeños.
Hemos vivido cambios bruscos de «inteligencia» a lo largo de la historia: pensemos en la revolución de la Ilustración (a la que respondió el romanticismo). La humanidad produce estos cambios y debe aprender a gestionarlos con sabiduría, para dialogar también con los robots y con las máquinas.
CIDAF-UCM


