Yennayer ameggaz 2968 : Feliz Enero 2968

11/01/2018 | Opinión

Aunque apenas conocida, Tkout, pequeña ciudad de 12.000 habitantes situada en el Orés (“Auras” en amazigh, la lengua bereber), región montañosa del Noreste de Argelia, se ha encontrado a menudo en el ojo del huracán. En las montañas del Orés tuvo lugar en 1879 la primera revuelta contra Francia. Foum Toub, a unos 50km de Batna, la capital provincial, y a menos de 60km de Tkout, fue entre 1916 y 1921 el teatro de operaciones del “bandido honorable” anti-francés Messaud Ben Zelmat. El 1 de noviembre de 1954 en Tighanimine, 30km al norte, se inició la revolución argelina en la que murieron 386 militantes de la comuna de Arris, colindante con Tkout. Y el asedio francés de Tkout en donde se habían refugiado algunos maquis del FLN (Frente de Liberación Nacional) terminó en 1959 con la batalla de Djarallah en la que murieron 150 soldados franceses y una docena de argelinos.

A lo largo de la historia, las tribus bereberes del Orés se han opuesto a romanos, vándalos, bizantinos, árabes y franceses. Y también al gobierno de Argel, si creemos a Idrisse Hadrani (del Movimiento Amazigh del Orés) que el 29 de diciembre del pasado 2017 calificaba de triunfo amazigh la decisión del gobierno de que el 12 de enero (Yennayer en amazigh), comienzo del nuevo año Bereber, sea en adelante y a todos los efectos fiesta nacional. Dado que la tradición amazigh sigue el calendario juliano (Introducido por Julio César en el año 46 a.C. tiene como referencia la fundación de Roma en 753 a.C.), el año 2018 del calendario gregoriano corresponde al 2968 del calendario amazigh.

El término “bereberes” (“imazighen”, singular “amazigh”) hace referencia a un conjunto de etnias autóctonas cuyas lenguas están emparentadas, diseminadas por el Norte de África, desde Mauritania hasta Egipto, incluyendo Malí y Níger. Jeune Afrique las designaba hace algunos años como “La internacional bereber”. Se trata de unos 25 millones de personas de las que las concentraciones más importantes son las de Marruecos (12 millones) y Argelia (unos 7 millones). No todos han conservado sus antiguas lenguas. Y aunque existía un alfabeto autóctono exclusivo, el tifinagh, utilizado tradicionalmente por los tuareg, el tamazigh se escribía hasta no hace mucho tiempo con caracteres latinos (Argelia) o árabes (Marruecos).

El comunicado del Consejo de Ministros argelino precisaba que el Jefe del Estado había pedido al gobierno que tomase en consideración las peticiones de la comunidad amazigh; que preparara la creación de una Academia de la Lengua Amazigh; y que no reparase ningún esfuerzo para que la lengua amazigh se utilizara en la enseñanza, “en conformidad con la letra y el espíritu de la constitución”.

En su comentario, Idrisse Hadrani, nativo de Tkout, consideraba que la decisión gubernamental era el resultado de las marchas estudiantiles organizadas en Batna, Biskra y varias ciudades de Cabilia, así como de las huelgas en Tkout en 2015 y 2016, ésta última en conjunción con los estudiantes. ¿Se trataba por parte del gobierno, –tal como lo sugería el mismo Hadrani–, de calmar el ambiente social, enormemente crispado, de cara a las próximas elecciones presidenciales? “Todos tienen motivos para protestar”, ha explicado Mohamed Hennad, de la Escuela nacional Superior de Ciencias Políticas de Argel, tras la manifestación de médicos internos delante del hospital Mustapha-Pacha de Argel el miércoles 3 de enero, en la que una veintena de médicos resultaron heridos. “No existe la mínima comunicación entre el poder y los ciudadanos. Las autoridades se sienten desfasadas, al límite. Y temen las reacciones de la calle”.

argelia_elecciones_2018.pngEs muy probable que Hadrani y Hennad estén en lo cierto. Sólo que Argelia sigue siendo un país políticamente indescifrable en el que la aparente libertad de expresión de los medios de comunicación (véase la viñeta de El Wattan del 8 de enero sobre las próximas elecciones presidenciales) coincide con una opacidad casi absoluta cuando se trata de adivinar quién controla realmente los hilos del poder. Además, la experiencia del vecino Marruecos indica que las concesiones culturales abren el apetito para nuevas demandas y no suelen calmar las exigencias de cambio social.

En Marruecos, la nueva constitución de 2011, en su artículo 5, reconoce el amazigh, junto al árabe, como lengua oficial del Estado. Ya a finales de 2001 un decreto real de Mohamed VI ordenó la fundación del Instituto Real de la Cultura Amazigh (IRCAM, en amazigh: Asinag Ageldan n Tussna Tamazight), encargado del desarrollo de la cultura y lengua bereberes. Las regiones de Agadir (centro-sud) y del Rif (noreste) son las de mayor población amazigh. Pues bien, un estudio de Didier Le Saout de 2009 sobre la radicalización del movimiento amazigh a partir de la universidad de Agadir indica cómo el movimiento adquirió primero personalidad propia en oposición a las asociaciones de estudiantes saharauis e islamistas, para terminar desbordando los confines de la universidad y convertirse en oposición radical a lo que en Marruecos denominan el “majzén” (la oligarquía y el gobierno en la sombra). La política de “amazighación” fomentada por las autoridades ha tenido el efecto contrario al que éstas habían previsto.

En cuanto al RIF, los medios de comunicación han seguido de cerca los incidentes que comenzaron en Alhucema tras la muerte de un vendedor de pescado a finales de octubre de 2016 y que se convirtieron rápidamente en un “hirak” (movimiento) de protesta social y política. El movimiento se extendió a finales de diciembre a Yerada, ciudad de unos 60.000 habitantes situada al sur de Uchda, que se desarrolló en el pasado gracias a las minas de carbón, hoy cerradas o explotadas clandestinamente. Según los analistas se trataría en ambos casos de un movimiento de protesta social y político. Pero, curiosamente, cuando la periodista de Le Monde Charlotte Bozonnet explicaba desde Alhucema la situación sobre el terreno, se veían en pantalla algunas banderas amazigh.

En tiempos de la mundialización, la frontera entre lo social y lo identitario es cada vez más porosa. En sus declaraciones al periódico argelino El Watan, Idrisse Hadrani presentía que el viernes 12 de enero tendría lugar una imponente manifestación amazigh. ¿Política? ¿Social? ¿Identitaria? Seguramente que todo a la vez. Está por ver

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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