Y un día me fuía eso (7ª y 8ª parte -Final), por Nuno Cobre

8/09/2011 | Bitácora africana

YA ESTÁ AQUÍ. Berty me viene a buscar por la mañana y nos montamos en un Toyota Land Cruiser. Rum, rum. Nos dirigimos al compound de RECAE: la última organización a la que he venido a ver. Con Berty es otra cosa, pongamos que hablo de un hombre experimentado con muchas horas en esto del ‘terreno’, sabe mandar. El compound de RECAE está dominado por un pino enorme y otro árbol que ahora no me acuerdo ni tengo por qué decirlo. Entonces. Nos adentramos en el edificio blanco y Berty me dirige a una habitación donde me encuentro a unos siete u ochos chicos jóvenes mirándome, algunos con mejores caras que otros. Berty me presenta, digo una cuantas palabras y tras el “thank you” final, son ellos los que empiezan a hablar de sus responsabilidades. El más bajo es el último en presentarse y cuando su cierra su portátil nos ponemos todos en marcha. Vamos a ver más proyectos.

La expedición se compone de dos Toyotas Land Cruiser que no tardan en llegar al primer pueblo. Nada más bajarnos, se nos acerca una mujer y cuando la saludo con el clac (saludo africano chascando los dedos del saludado) me dice ¡muy bien africano! y nos hace un gesto con la mano para que la sigamos a un cuarto extenso y lleno de más mujeres que esperan ansiosas a que nos sentemos para ponerse a cantar en nuestro honor. Estamos ahí Berty y yo, sentados detrás de una mesa alargada con más gente de la organización y todas las mujeres nos cantan dándonos la bienvenida. Emocionante. Son muchas mujeres, orondas en su mayoría, ataviadas de trajes largos de algodón y colores que gritan. Las hay de todas las edades y sólo aquí el grupo africano de RECAE demuda el lenguaje corporal adoptando una expresión cómplice. Esta es mi tierra.

Tras el canto, varias mujeres nos ponen encima de la mesa una caja fuerte que debe pesar lo suyo. Un candado vela para que nadie meta la mano ahí dentro. La líder del grupo, una mujer de potente voz nos va explicando la iniciativa. “Aquí guardamos parte de nuestros ahorros y a final de mes siempre tenemos intereses.” La mujer refuerza el énfasis de sus palabras cuando dice, “esto es nuestro”. Y el resto de mujeres asiente con un “yessummm”. Es el poder del microcrédito.

Cuando salimos afuera las chicas de RECAE nos llevan a ver las plantaciones. Por aquí hay de todo, lechugas, berenjenas, melones… y todo el pueblo, es decir todas las mujeres se pasean alrededor de los cultivos como pavos reales, orgullosas de haber sido las autoras de estas cosechas. Que te crees.

De las palmeras y los mangos penden cuerdas que sostienen diferentes trajes coloridos y estampados de flores que se combinan con camisetas de fútbol. Tras haber dado unas vueltas más alrededor de las plantaciones, nos despedimos entre manos giratorias que nos dicen adiós calurosamente.

Nada más bajarnos en el siguiente pueblo, Joefran, un hombre regañado y con una camiseta negra dice, “todas estas historias son para las mujeres ¿y nosotros los hombres qué? Yo quiero participar”. Y yo como siempre, digo más o menos que sí pero que… En fin. La más guapa de RECAE (sí señor) me va mostrando todos los sembrados de este pueblo. Vuelve a ver mucha lechuga, berenjena, melones. La tierra tío.

Berty también está por ahí, con más gente de RECAE supervisando varios cultivos y de vez en cuando le pellizca el hocico a un perrito. Las mujeres del pueblo van apareciendo por todos lados como una emboscada perfecta. Estamos rodeados, no podemos hacer nada. Igual que en Sin City esto es como una ciudad dominada por las mujeres, sólo que Rosario Dawson no se encuentra entre ellas. Lástima, como diría Andrés Gimeno. Las mujeres nos han rodeado, y después del clac, clac han bajado todas la cabeza. A rezar. A rezar, silencio, rezar, rezar. Todos a rezar.

En el ambiente bucólico que nos rodea miro los terrenos colindantes que se van multiplicando en insinuaciones y utopías. Por un momento pienso una vez más en dejarlo todo y ponerme a caminar a través del campo, atravesando veredas, mezclándome con las cosechas y tendiéndome de vez en cuando entre las flores, las plantas, el descanso. Parar un instante, un momento, unos minutos, una hora, treinta y siete segundos.

Y cuando sigo sumergiéndome en mis elucubraciones clorofílicas, la carmina burana, un billete de metro, derivados, vuelvo a ver a Berty que me pregunta qué tal, y que me dice que tenemos que irnos. Siempre nos estamos yendo, siempre me estoy yendo. Otro lado, una nueva frontera y así, así.

Llegamos a Greyu y no puedo más que sentirme bien. Sentirse bien. Greyu es una aldeíta plagada de árboles de cacao, de flamboyanes, de vestidos amarillos y rosados… Acompaña una brisa que te muestra un mar que no existe. Porque aunque no haya mar en este pueblo, se ve el mar. Y aunque no se escuche el mar, se escuchar el mar. Y cuando oyes las olas te fijas en unas cebollas, en unos tomates, en la guapa de RECAE, en el tipo que ha salido de su cabaña con cara desconfiada, casi asesina. En todo eso te fijas mientras escuchas el mar.

Algunos miembros de RECAE ya están cansados y se han desperdigado por la aldea, como supervivientes agónicos de una batalla sangrienta, luchando por Escocia, deambulando. Yo sigo atento a las explicaciones que varios tipos me ofrecen sobre las plantaciones y otras esperanzas. Me pongo de lado para que la brisa me dé mejor, para que penetre por el orificio de mi cuello, por mi oreja izquierda, por mi hombro izquierdo. Ni siquiera sé si eso es brisa, si soy yo, si es el mar y yo qué se, debe ser el efecto escarapela de este pueblo, el frufrú de los vestidos rosados o puede que sea algo más.

NOS VAMOS. Esta vez parece que es cierto que nos vamos de este pueblo, que nos alejamos de Bargu y la melancolía, lo verde y lo rojo pegado a tu cara. Ocurre cuando me subo en el Toyota Land Cruiser y nos ponemos en marcha para ir a visitar al señor Teru, responsable de Agricultura de Bargu. Tras varios quiebros e intentos, encontramos el edificio, un edificio que por dentro proyecta líneas oscuras, trazos sombríos por donde discurren numerosos africanos que entran y salen continuamente de las oficinas pareciendo inverosímil que alguien se pueda concentrar aquí.

Tocamos una puerta, toc, toc y al fondo a la izquierda vemos a un hombre rodeado de montañas de papeles, bolígrafos y carpetas desperdigadas. El señor Teru se pone en pie de un salto y nos saluda efusivamente rodeando nuestras muñecas con sus manos y hablando muy alto. Cuando nos sentamos me fijo en el póster que reverbera detrás de la calva de Teru. Ahí relucen los principales líderes africanos como si fueran estrellas de baloncesto, de la NBA. Es un póster que juega con los colores y las vestimentas. Teru está contando algo sobre la tierra pero yo no puedo dejar de fijarme en las túnicas celestes, magentas, en los bastones dorados que proyecta el póster, y me dejo hechizar por los colores de la bandera de Guinea Bissau que me vuelve loco. El rojo, el verde, el amarillo. Vente conmigo.

“Queremos producir comida para nuestro pueblo”, me dice el señor Teru y luego coge el móvil para decirle a alguien con una voz ruda, “estoy reunido, después”. Mr. Teru vuelve a su voz amigable y nos dice que quiere aprender de nosotros. “Quiero aprender de usted señor Cobre”, me asegura. Agradezco sus palabras y me fijo ahora en un póster de Obama que también cuelga en un rincón de la habitación. Por la ventana de la derecha el campo se deja ver: verde de amarillo, canela. El señor Teru me escribe su e-mail en un trozo de papel y me pide que le llame, “a partir de ahora estaremos en contacto”.

Nos volvemos a montar en el Toyota Land Cruiser que para nada tiene la gracia del Toyota Hilux marrón, mi amigo y nos vamos alejando más de Bargu pero antes ¡ay los antes! giramos con el coche a la derecha y nos introducimos en el Centro Agrícola más importante del país. Hoy es viernes tío. Pero aún así, esperamos encontrarnos con Laura. Busco a Laura. Buscamos a la mujer que más sabe de agricultura en todo Bargu. Hela ahí. No es difícil reconocerla desde la distancia puesto que Laura es una mujer gordísima o fuerte como dirían los franceses. Recuerda Laura a una cantante de soul y al llegar nos mira con esa labio fruncido africano que significa esta vez un “qué hay”. Por aquí, por el centro agrícola se respira un cierto aire de fin de semana. Los viernes se ve el cielo. Hace buen tiempo y hay muchos refrescos, algunas barbacoas desperdigadas, en efecto parece que se han divertido un poco antes de que llegásemos. Berty me presenta y Laura tras afirmar con la cabeza a modo de saludo de barrio, no tarda en cargar contra toda la peña que no le cae bien dentro del ‘mundillo’. Vamos pa ya.

En un momento dado, zas, hasta da un pasito hacia detrás tomando impulso con sus más de cien kilos, como si fuese a cantar el estribillo de algo con mucha marcha, sabes tío, un tema de estos que pone a todo el estadio a flipar. Pero en lugar de esa canción que todos esperábamos, Laura se marca una sarta de insultos marca de la casa y finaliza con un “y esos también”. Yo me quedo mirándola con una sonrisa interior (mi estómago, mis intestinos se lo pasan bomba) y para disimular un poco le paso el agua al chófer ¡y se queda con la botella entera! Aquí parece que lo que se da no se quita. Joder.

Cuando miro de nuevo a Laura, aún rezumando a soflama no puedo evitar esgrimir esta vez una cierta mueca cómplice, ciclotímica que acaba por hacerla sonreír a ella también. Se va calmando (canciones lentas de verano) y me va explicando mejor todo lo que les hace falta, todo lo que quieren. Comme d’habitude, pide, me pide de todo, y yo como siempre hago un gesto, tal vez dos… Y de pronto chas, casi gritándonos Laura nos dice que se tiene que ir, que nos sirvamos algo, y al minuto la vemos saliendo en la parte delantera de un jeep, sobresaliendo carnalmente en medio de la tierra, algunos bloques, el campo. Un camino.

Era hermoso.

Ahora sí que ya no queda nada para abandonar “eso”. Esta vez va en serio porque nos acabamos de subir de nuevo en el Toyota Land Cruiser que abandona el Centro Agrícola y Bargu sin piedad. Me estoy despidiendo de lo eso entre saltos y delante va Berty que también se mueve de su asiento incómodamente porque el chófer hermano le está pisando que da gusto y además se está tragando todos los baches, como si los buscase. Busquemos los baches una vez más.

Berty va delante con su rostro pálido, sus suspiros de vida, sabiendo que el boomerang de su vida le vuelve ahí, al lado, en la ciudad. Regresa. Toca. La soledad. Porque ahora nos dirigimos a la ciudad y mientras tanto por la carretera vemos algunos coches haciendo el loco ¡pasó un jeep a tope soltando toda la basura del mundo por el tubo de escape! ¡adelantamos a un camión lleno de gente colgada por todas partes del vehículo! ¡el silencio! Y así, volviendo a la ciudad, (volviendo, volviendo) refrescado, preguntándome si habré contraído la malaria, feliz supongo de haberme oxigenado, voy volviendo.

Ya en las afueras de la ciudad, el chófer se baja en medio del área de Doloru, en medio del caos mercantil, en medio de los buscones de Quevedo, en medio de una albina de pelos estropajosos, en medio de gente que transita en todas las direcciones excepto en línea recta. Es Berty ahora el que conduce y yo me he pasado al asiento delantero. Berty también le pisa (éramos pocos) y la poca costumbre de conducir en esta ciudad hace que toque el claxon de manera constante y exagerada…

Te lo prometo. Me habían dicho que cuando volviese de lo eso, regresaría cansado, muerto, pero lo cierto es que al entrar en mi compound y bajarme del coche, siento una vitalidad expectante, sabedor tal vez de haber vivido toda una experiencia. Le digo a Berty que se tome una cerveza y éste arquea sus cejas cuando descubre mi libro de Shopenhauer ¿qué hace Shopenhauer aquí? No sé, yo sólo sé que ahora puedo decir que he estado en un sitio llamado ¿selva? ¿jungla? ¿bosque? ¿espesura? ¿frondosidad? ¿arboleda? ¿suegra? y me fijo en la pata de la mesa porque ella también sabe que hemos estado allí.

Priginal en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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