¿Xenofobia?, por Ramón Echeverría

4/05/2022 | Bitácora africana

En los dos últimos meses, numerosos sudafricanos de los townships, en particular Alexandra y Soweto, suburbios de Johannesburgo en la provincia de Gauteng, se han manifestado contra la presencia de inmigrantes en el país. En algunas pancartas se leía: “#PutSouthAfricansFirst”, que recordaba el eslogan de Trump, “America first”. Y también “ILLEGAL IMMIGRATION IS CRIME”, razonamiento que, tras el Brexit, Johnson ha utilizado para enviar a Ruanda a los solicitantes de asilo “ilegales”. Duele el que pasados casi 31 años desde la abolición oficial del apartheid, el país de Mandela se comporte a veces como la Gran Bretaña de Johnson, la Hungría de Viktor Orbán o el Israel de Naftali Bennet.

La “Operación Dudula” (“dudula”, término zulú para “repulsar”), fundada por Nhlanhla Lux Dlamini, se dio a conocer en Soweto en junio del pasado 2021 en una operación de “limpieza” cuyo objetivo eran los traficantes de droga y los ocupantes ilegales de propiedades del gobierno. Luego el objetivo se amplió para incluir a todos los extranjeros ilegales, comenzando por los de los townships y las zonas rurales. Busca también que las empresas pequeñas empleen solo a ciudadanos sudafricanos, en lugar de contratar a inmigrantes indocumentados a los que no pagan el salario mínimo. También en 2021, pero en Alexandra, apareció el “Movimiento Alexandra Dudula” como protesta contra los extranjeros que ocupaban ilegalmente las casas destinadas teóricamente para los sudafricanos pobres. Luego la protesta atacó a los extranjeros indocumentados que comerciaban sin licencia. Se los expulsaba de los puestos de venta, que eran enseguida atribuidos a residentes legales de la ciudad. Wendi Sithole, que obtuvo así su puesto de verduras, explicaba a Pumza Fihlani (BBC 14 de abril):

Los sudafricanos estamos en el paro y pasamos hambre. Lo único que queremos es que también nosotros tengamos trabajo. ¿Cómo, si no, podremos sobrevivir?

Según las cifras oficiales, Sudáfrica cuenta con casi 60 millones de habitantes, de los que 39 millones están en edad laboral (más o menos mitad hombres, mitad mujeres). De estos, a finales de 2021 el paro alcanzaba al 30 % de los comprendidos entre 35 y 44 años (al 35 % si se tiene en cuenta a los jóvenes no estudiantes en paro). Aunque la indocumentación de muchos inmigrantes hace difícil obtener cifras apartheid_tribalismo_lucha_confrontacion_antagonismo_oposicion_cc0.jpgexactas, estos eran, según los expertos, 3.9 millones a mediados de 2021. De ellos, casi la mitad se encuentra en las zonas económicamente más activas de la provincia de Gauteng, de las que los movimientos populares “Dudula” quieren expulsarlos. El pasado 7 de abril, trece académicos sudafricanos especialistas en cuestiones de migración han publicado una declaración conjunta en la que leemos:

SA tiene muchos problemas. Pero los datos presentados en esta declaración indican que atribuirlos a los migrantes sería incorrecto […] Nuestro trabajo muestra que sólo un pequeño cociente de la población de SA son migrantes internacionales, y que el efecto general de la inmigración internacional en el mercado laboral no es perjudicial”.

Los académicos reconocen “que la mayoría de la población en general ve a los ciudadanos extranjeros como una amenaza. Creen que los extranjeros son una fuente importante de desempleo y otros problemas socioeconómicos”. Pero eso se debe ante todo a que “el público en general parece estar mal informado sobre el impacto de la migración internacional y cómo afecta al mercado laboral nacional”.

Según un análisis realizado en 2018 por el Banco Mundial sobre la creación de empleo en Sudáfrica, por cada nuevo empleo ocupado por un emigrante, se habían creado sólo dos ocupados por sudafricanos. En la misma línea, un informe publicado en 2019 por Stats SA reveló que los migrantes internacionales tienen más probabilidades de ser empleados que los migrantes internos y los que no se desplazan. Sin embargo, no se trata en absoluto de que los extranjeros reciban un mejor trato que los locales. En realidad, en general, el trabajo que aquellos realizan no se ajusta al Marco de Trabajo Decente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Se trata de trabajos peor pagados, a menudo no declarados y en condiciones de gran precariedad. COSATU, el poderoso sindicato sudafricano no hará nada, o casi nada, por defenderlos, y entre tanto los movimientos “Dudula” hacen todo lo posible por expulsarlos.

Aumenta la xenofobia en Sudáfrica: los académicos opinan sobre la cuestión de los migrantes”, titulaba Steven Gordon, investigador en el Human Sciences Research Council (El Consejo de Investigación de Ciencias Humanas de Sudáfrica) su artículo para la BBC el pasado 14 de abril, a propósito de la declaración de los académicos. Sin embargo, Nhlanhla Lux Dlamini ha declarado en varias ocasiones:

Atacaremos a los extranjeros ilegales, luego a las grandes empresas, pero no somos xenófobos”.

Seguramente que los sudafricanos no se consideran xenófobos. Pero el resentimiento hacia los inmigrantes no es de hoy. Basta tirar de hemeroteca. En 2008, un estallido de violencia dejó 60 extranjeros muertos. En enero de 2015, los disturbios en Durban y Johannesburgo dejaron 7 extranjeros muertos, múltiples negocios saqueados, y Malaui, Somalia y Zimbabue tuvieron que evacuar a algunos de sus connacionales. En los primeros meses de 2019 un nuevo aumento de ataques contra los extranjeros obligó a cientos de nigerianos a abandonar el país. En agosto del mismo año 600 extranjeros fueron detenidos para, –según David Makhura, primer ministro de la provincia de Gauteng–, “limpiar la zona de negocios (de Johannesburgo). No descansaremos hasta que retomemos el control de nuestra ciudad”. Tal vez no sea “xenofobia”, pero a uno le queda la impresión de que nuestra humanidad es como la tortilla de patatas que volteamos en la sartén. El oprimido de antes se hace opresor y la opresión continúa. Pasó con los judíos, que tras ser masacrados en el holocausto oprimen ahora a los palestinos. Y está ocurriendo de nuevo en Sudáfrica. Los campos de concentración fueron inventados por los británicos para encerrar a los Bóeres. Estos, una vez libres, aplicaron el apartheid contra los negros sudafricanos, que ahora a su vez quieren expulsar a los no sudafricanos. La humanidad no cambia. Aunque prefiramos no llamarlo xenofobia.

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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