El ataque al centro comercial Westgate, en Nairobi, trae olores de la Guerra Fría, la interminable lucha de Bush contra el terror y discursos paternalistas sobre África. Pero en realidad oculta el debate sobre la pobreza y sus consecuencias sociales; locales y globales.
En el momento de escribir estas líneas Westgate ya está evacuado y las labores de las fuerzas de seguridad keniatas consisten, esencialmente, en las tareas de recuento de heridos y fallecidos. 175 y 67 respectivamente. Es el primero de los días de luto oficial declarados por el presidente Kenyatta. El día después de que éste dijera que Al-Shabaab, milicia somalí que se ha hecho acreedora del ataque, no podrá romper los estrechos lazos de la comunidad intercultural de Kenia. Interesante comentario para quien está siendo investigado por la Corte Penal Internacional por promover y liderar los enfrentamientos étnicos que se sucedieron a las elecciones de 2008, y que en las elecciones de 2013 también azuzó a unas comunidades contra otras.
Al-Shabaab ha fundamentado su ataque en la intervención keniata en Somalia a partir de 2011. En efecto, Kenia forma parte del AMISOM, misión de la Unión Africana que mantiene más de 4.000 soldados en ese país. Al-Shabaab estaba en serias dificultades militares y de liderazgo antes de la ofensiva de 2011. Pero ésta le permitió recuperar prestigio y protagonismo en la zona hasta el punto de que ya decíamos en este mismo espacio en Abril de 2012 que
Tras el fracaso norteamericano de las intervenciones a través de los señores de la guerra somalíes, la nueva estrategia de Washington consistió en la extroversión militar del conflicto, implicando a Etiopía y Kenia. La inclusión de estos dos actores regionales ha hecho más fuerte a Al-Shabaab. Su discurso se ha dotado de una legitimidad de defensa del territorio frente a las potencias enemigas y ya se habla de una alianza con diferentes centros de Al-Qaeda. Aún a pesar de que su fuerza militar es débil, Al-Shabaab está preparando una ofensiva y aumentando sus bases de militancia entre los jóvenes somalíes. (http://www.srkurtz.com/2012/04/decidir-sobre-somalia-sin-los-somalies.html)
No es de extrañar, por tanto, que si en Enero de 2013 Al-Shabaab ya anunció su adhesión a Al-Qaeda, lo siguiente que escucháramos de ella fuera un importante golpe cerca de su territorio. Westgate supone la extensión de su territorio de actuación, abarcando una ciudad que ya alberga una importante cantidad de somalíes (250.000) en una de sus barriadas, y que constituyen el foco de atención ahora, por lo que supondría que Kenyatta les señalara públicamente. Y también supone la certificación de Al-Shabaab de que quiere jugar en la primera división de los grupos islamistas, convirtiendo Somalia en un centro de la lucha tal y como se han convertido Liba, Malí o Siria en los últimos años. La utilización de medios típicos del terrorismo islamista reduce costes frente a la defensa militar de un territorio concreto y da una publicidad impagable a su causa.
No es el único ataque terrorista en Kenia en los últimos tiempos. En 2008 Al-Shabaab lanzó bombas de mano hacia un hotel de capital israelí en Mombasa en lo que supuso un ataque a la industria del turismo (63% del PIB en Kenia). Pero sí ha sido el primero sobre un objetivo interno y que ha alertado a la comunidad internacional y a las élites nacionales sobre la regionalización de los conflictos basados en acciones terroristas. Hasta ahora habíamos visto conflictos locales o nacionales que se regionalizaban. Ahora podríamos estar asistiendo a la desterritorialización del conflicto somalí y la elaboración de una estrategia terrorista para el cuerno de África.
¿Fin de las “soluciones africanas a problemas africanos”?
El eufemismo político que pasaba por afirmar que se necesitaban soluciones africanas a problemas africanos cuando en realidad nos referíamos a la intervención militar de Estados africanos –dirigidos y ayudados por las tropas occidentales, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña principalmente- en conflictos internos de otros Estados africanos podría estar acabando. Si las consecuencias políticas de esta soberanía militar creada al calor de dialéctica securitista pasan por convertir el territorio propio en un frente de batalla puede que ya no sea tan aplaudido por los líderes africanos. En especial si, como ha sucedido en Westgate, los ataques terroristas van dirigidos frente a objetivos especialmente apreciados por la élite del país. Cuando hablamos de Westgate debemos pensar que estamos frente a un centro comercial donde poder comer sushi a escasos kilómetros de algunos de las barriadas o slums más empobrecidos del mundo. Debemos pensar que Nairobi no es la clásica ciudad africana, sino sede de diversos organismos internacionales, base de operaciones para los importantes negocios en la región y punto de acceso a la boyante industria turística keniata.
El multilateralismo forzado que ha llevado a los Estados africanos a participar en diferentes misiones de paz liberal, sin preocupaciones por los movimientos de resistencia ciudadana frente a un conflicto que en esencia no provocaron, puede estar en entredicho si las elites africanas acomodadas ven peligrar dicho acomodamiento. Los sistemas políticos que las sostienen no son tan maleables o transformables como lo han sido los sistemas europeos o el estadounidense durante estos inicios del siglo XXI y su respuesta hacia las acciones terroristas variará de manera sustancial las respuestas clásicas de las democracias liberales occidentales. Si no en cuanto a las formas y discursos, sí en cuanto al fondo.
Una diplomacia dominante, de doble filo, exige públicamente a los gobiernos africanos ser transparentes y rendir cuentas ante su ciudadanía, mientras mantienen acuerdos secretos con esos mismos gobiernos donantes. El hecho de que en la resolución militar del caso Westgate se haya podido comprobar la involucración de fuerzas especiales israelíes ha sido una prueba más de este oscurantismo y de la dependencia militar de un gobierno como el de Kenia de la ayuda militar extranjera.
Rendirse a la modernización occidental de un solo sentido o unirse a la modernización islamista de la yihad alqaedista. Éste parece la única disyuntiva del futuro que les está esperando a los africanos y africanas, lejos de los proyectos de revitalización de las culturas africanas y de movimientos propios. Lejos de la democracia a la africana. La neocolonización sigue llevando dos trajes y, mientras el chico de la corbata sigue siendo el mismo, hemos cambiado a los camaradas con estrellas en la gorra por los hermanos con turbantes.
Original en : El Sr. Kurtz