El 25 de septiembre, una de las pensadoras más finas y más prolíficas de Kenia, dejó de pensar.
La profesora Wangari Maathai, que sucumbió al cáncer de ovarios en el hospital de Nairobi, era una de las científicas veterinarias más grandes de Kenia y una de las mayores activistas por el cuidado del medioambiente del mundo, especialmente de Kenia.
El mundo oficial, recientemente reconoció los logros en su carrera y su excelencia profesional, cuando Oslo le concedió el premio Nobel de la Paz, el colmo de todos los reconocimientos internacionales, para premiar su legado como fundadora del Movimiento de Kenia Cinturón Verde (Greenbelt), ¡qué verde era mi valle después de que Wangari se hiciera cargo de él!
Mucha gente no ve la relación entre la paz y un vecindario sólido. No pueden comprender el hecho de vital importancia de que incluso la tranquilidad política, que los keniatas necesitan tan desesperadamente, sólo es posible cuando la panza nacional está llena, que, a su vez, sólo es posible cuando nuestro suelo y atmósfera están ahí y cuando nuestra fauna y flora prosperan.
La primera vez que conocí a Mary-Jo Wangari fue en Nairobi, mientras preparábamos la famosa serie de puentes aéreos organizados por un consorcio de negros-judíos, Tom Mboya, Julius Kiano, Harry Belafonte, Frank Montero, Sidney Poitier, Jackie Robinson, Bill Scheinman, Cora Weiss y otros, para que jóvenes keniatas continuasen sus estudios en varios campus universitarios de Estados Unidos.
Yo era uno de los 81 primeros que aterrizamos en nueva York, en 1959. Barack Obama padre había viajado el año antes, en un acuerdo que no tenía nada que ver con la iniciativa Mboya. En su autobiografía, Mary-Jo relata que ella vino en el segundo vuelo, en 1960, para seguir el curso que la llevaría a especializarse en medicina animal.
Mi buen amigo Mwangi Maathai, que después sería parlamentario por el distrito electoral de Langata, Kenia, vino a los Estados Unidos en otro vuelo de después. Él y Mary-Jo se casaron nada más volver a Kenia. Aunque después se divorciaron, sé por Mwangi que mantuvieron una buena amistad. Acabo de editar para él un fascinante libro sobre la pobreza.
Sin embargo, aunque mi relación personal con la profesora Wangari Maathai ha sido muy calurosa, durante la última década de su vida, hubo un tiempo, Cuando yo dirigía el Kenya Times, en que nuestra relación se volvió más invernal. ¿Cuál era el problema? Pues que yo estaba al otro lado de su virulenta oposición a un plan del Times de construir una torre como sede, justo en medio del parque Uhuru, en Nairobi.
Encabezado por el ministro de Educación del presidente Moi, Peter Oloo Aringo, y el presidente del Times, Jared Kangwana. El plan ocasionó una fuerte oposición nacional e internacional, aunque ello por sí solo no podía haber disuadido al de la filosofía Nyayo [una forma de referirse al presidente Daniel arap Moi, mencionando la filosofía de su partido]. El plan fue descartado cuando se descubrió que su economía política sería un suicidio.
Tengo mi propia teoría sobre la conservación del medioambiente, que a menudo contradecía las declaraciones y actividades de Wangari. Pero, desde la sabiduría que da la retrospectiva, debo admitir que, con respecto a este caso en particular, Wangari tenía razón y yo no la tenía. Un monolito en medio de la zona verde de la ciudad, habría sido una seria afronta a su salud.
Sin embargo, cuando retomamos nuestra amistad, animé mucho a la profesora Maathai a realizar su interés por presentarse a la presidencia. Llegado el caso, ella no supuso una amenaza para cualquiera de los intereses creados, Mwai Kibaki, el actual, Raila Odinga y Kalonzo Musyoka.
Pero, de todas las mujeres que alguna vez han expresado interés por la jefatura de estado, Maathai fue siempre mi primera opción. Era extremadamente inteligente, extraordinariamente culta y profundamente comprometida, y tenía una conciencia moral altamente educada. Lo que es más, ella tenía ese toque de dulzura que sólo una mujer puede dar a la casa del gobierno.
Pero ahora que la muerte me ha privado de ella, qué puedo hacer, sino lamentar, como Marco Antonio cuando su amigo Gaius Julio César fue asesinado, “¿De dónde vendrá otra como ella?”.
PHILIP OCHIENG
(Africa Review, Kenia, 26-09-11)
Traducido por Rosa Moro, de Fundación Sur.