¿Vuelven los cayucos?, por Rafael Muñoz Abad

7/04/2016 | Bitácora africana

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A una hora escasa de Canarias volando hacia naciente no tenemos ni idea de lo que sucede y la cuestión es si realmente nos interesa o no. El corsé autonómico, una fiscalidad del siglo XVI y un país demasiado castellanizado en su peor acepción, resumen la jaula de cristal que impide a España tener en Canarias una máquina de hacer dinero de cara a los mercados del Africa occidental. ¿Una quimera? La verdadera entrada a Africa son los puertos de Brujas, Le Havre o Rotterdam. Aquí nos acordamos [efímeramente] del continente vecino cuando un cayuco lleno de desgraciados arriba a
alguna de nuestras playas y, es ahí a donde quería llegar.

Hace ya un par de años que no he vuelto a bajar a Nouadhibou por carretera pero sé que allí se siguen amontonando mil barcas a la espera de ser tripuladas por decenas de historias personales en forma de anhelos y deseos. La capilarización del cayuco siempre es aleatoriamente meridional; nace en Conakry, Dakar o Freetown; pero la confluencia siempre se define por una playa anónima en la arenosa costa mauritana. El armador es un moro “blanco” con perras y Mercedes 190 importado de Gran Canaria. El patrón puede ser un wolof que a cambio de un “dineral” aceptará ser detenido por la
Guardia Civil bajo el cargo de tráfico de personas y, finalmente los pasajeros; un redil de almas sobrecogidas pues muchos de ellos el único mar que con anterioridad habían visto era el de dunas.

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¿Esconde este discreto goteo de cascarones el amanecer de una nueva crisis humanitaria similar a la acontecida hace ya algunos años? El escenario es fluctuante pues se trata de un vaso comunicante que ahora tiene su máxima dilatación en el flujo de náufragos entre la descontrolada costa libia y el sur de Italia. Teatro que varía en función de la vigilancia costera; pero sobre todo con los sobornos Made in Frontex con los que Bruselas viene untando a los jefecillos de Mauritania y Senegal para que no hagan la vista gorda y sus gendarmes controlen el litoral… Todo ello sin despreciar el fino olfato de las mafias; las mismas que en sus jugosas carteras conjugan el tráfico de armas y drogas; y guste o no, quizás tengan también cierta permeabilidad con el integrismo que trufa el Sahel.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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