Por cierto, mi hijo el que está en secundaria comienza ahora las vacaciones largas y he pensado que durante estos meses podría hacer algo de voluntariado en su emisora
– ¿Ah sí? Sin duda será un placer tenerlo aquí.
– Sí, a mí también me gustaría porque aprenderá muchas cosas… por cierto ¿cuánto se le pagaría?
– Señora, estamos hablando de un voluntario y, como el mismo nombre indica, lleva a cabo un trabajo desinteresado y no remunerado… por tanto no hay ni habrá paga alguna.
– Ah, comprendo.
Esta conversación es real y verídica y tuvo lugar en mi oficina hace unos diez días. Ni que decir tiene que el hijo de la señora en cuestión nunca dio señales de vida y me juego el cuello que la razón de tal ausencia se debe única y exclusivamente a la afirmación contenida en la penúltima frase.
Tengo que confesar que en África temo al voluntariado más que a una vara verde, simplemente porque dentro de estos países y en esta cultura, es un nombre que no se corresponde en absoluto con la realidad de “un trabajo desinteresado ofrecido a la sociedad por un tiempo limitado.” No, aquí eso no existe. Después de años de llevarme chascos en estos asuntos, he aprendido que en muchos casos el voluntariado es una manera de “entrar blandito” en una empresa, un grupo o una organización. Si no te contratan o te admiten a la primera, por lo menos haz aparición de manera regular y a lo mejor cae la breva. Aunque al principio los voluntarios estén callados como estatuas y no te digan nada, siempre hay una expectativa de pago regular y también de empleo permanente y ya se encargarán de recordártelo cuando haya pasado un tiempo prudencial y te veas moralmente obligado a reconocer su presencia.
Por esto, tengo mucho cuidado con las personas que de pronto aparecen por la emisora y, con gran disimulo, comienzan a apalancarse y a hacerse asiduos de la redacción o de otros departamentos. Aunque suene duro, hay que estar muy atento a estos casos para abortarlos antes de tiempo porque luego la falta de claridad en tales actitudes no es sino un ideal caldo de cultivo para conflictos y malentendidos. Incluso puedes terminar acusado de explotación laboral en la oficina de empleo.
Cuando surge de verdad un voluntario que quiere dar parte de su tiempo, lo que hago para poner todas las cartas sobre la mesa y evitar así situaciones embarazosas, es hacerle que firme una especie de “acuerdo de voluntariado” en el que se especifica punto por punto los términos de tal periodo: cuándo comienza y cuándo termina la experiencia, a qué departamento está asignado, lo que puede o no puede hacer y la exención de responsabilidades financieras o fiscales con la persona. Si alguna vez se le da algo en metálico, será considerado como una ayuda puntual y siempre a discreción de la radio, no como una obligación que se tenga que cumplir de manera regular.
Esta región (lo he visto en Sudán, Kenia y Uganda) sufre un verdadero cáncer – causado gracias a la inestimable aportación de unas cuantas oenegés de postín – que introdujeron el diabólico sistema de pagar a la gente por asistir a cursos de formación y por llenar aulas de cursos de la más diversa índole. Aquí se organiza por ejemplo un taller de formación para personas voluntarios de comités de agua para que puedan reparar por sí mismos las bombas de agua instaladas cerca de sus casas y… ¿qué pasa? Que en muchos casos, aunque vayan a ser las mismas comunidades locales las que se vayan a beneficiar de tales acciones, nadie irá al curso si no se le paga las “sitting allowances”, es decir, las dietas (literalmente «dietas por estar sentado») a las que les han acostumbrado estas organizaciones. En algunos casos, hablamos de 10 o 20 dólares al día, lo cual por estas latitudes no es en absoluto pedo de colibrí: puede ser el equivalente al salario de más de una semana.
Con premisas así, no es de extrañar que sea difícil – si no imposible – organizar alguna actividad formativa en la que simplemente se enseñe y se aprenda… puesto que se espera que se PAGUE a los asistentes a la formación. Las organizaciones locales pequeñas por tanto se las ven y se las desean para poder llevar a cabo labores formativas, puesto que están bregando con voluntariados con aires de grandeza y con claras expectativas crematísticas. La gratuidad brilla por su ausencia y el problema se hace mucho más agudo con las nuevas generaciones, ya totalmente acostumbradas a este sistema.
Cuentan los viejos que se ha perdido ya el espíritu de comunidad y de apoyo mutuo que se veía antaño en los poblados del ámbito rural. Antes se ayudaba a otros a recoger la cosecha o se hacían esfuerzos por un bien común. Ahora, cada uno va a su bola y tonto el que tenga una oportunidad de hacer unos dinerillos y no la aproveche. Lo peor es que la presencia de oenegés ha contribuido sensiblemente a matar el espíritu del voluntariado. ¿Para qué hacer gratis algo – por ejemplo reparar una carretera – si a través de la oenegé te van a dar dinero por hacer el mismo trabajo?
Así es la realidad, mucho más prosaica y más interesada de lo que nos imaginamos, cruda y a veces dura en ciertos aspectos, pero, como dijo el otro, con estos bueyes hay que arar y así intentamos seguir luchando…
Original en : En Clave de África