¡Viva la música!

12/02/2019 | Opinión

No sabría mencionar los nombres de cinco grupos musicales africanos. Pero me gusta su música, sobre todo esos ritmos congoleños que uno escucha en la mayoría de las capitales africanas. África baila. Y no lo hace para olvidar sus múltiples problemas. África es música, y crea música constantemente. “La industria de la música busca en África nuevos talentos”, titulaba The Economist ya en noviembre de 2011. Y mencionaba una start-up holandesa, África Unsigned, que acaba de invertir más de medio millón de euros para la promoción de cuarenta artistas y bandas africanas representantes de los “nuevos sonidos africanos”. También el sitio web norteamericano Okayplayer, que promueve música alternativa, ha creado su equivalente africano, OkayÁfrica. Según su administradora Ginny Suss, se busca potenciar esas innovaciones africanas en las que se mezclan el hip hop, la música electrónica, el reggae y la música tradicional. “Música y cultura son la mejor exportación africana”, insiste la nigeriana Ngozi Odita, cofundadora y directora del evento anual “Social Media Week”, que ha tenido lugar esta semana en Lagos, Nigeria. Por eso, y porque viví algunos años en Tanzania, me llamó la atención hace algunos días la publicidad de la 16ª edición del festival de música “Sauti za Busara” (Voces de Sabiduría) que ha tenido lugar esta semana en el “Old Fort”, el edificio más antiguo de la “Stonetown”, el núcleo tradicional de la capital de Unguja, la principal isla de Zanzíbar. Han intervenido más cien músicos, no sólo de Tanzania, Kenia y Uganda, sino también de Argelia, Zimbabue, Marruecos, Reunión, Sudáfrica y Sudán.

“Old Fort” (Engome Kongwe en suahili) está situado en el Paseo Marítimo junto al antiguo palacio del sultán de Zanzíbar. Se trata de un cuadrado de murallas con almenas, construido por los omaníes tras la expulsión de los portugueses en 1699. En 1840, el sultán de Omán Seyyid Said movió su capital de Muscat en Omán, a “Stonetown” en Unguja. Fueron los años dorados de Zanzíbar. Veinte años más tarde, tras la muerte de Seyyid Said, Omán y Zanzíbar se dividieron. Sayyid Majid (su sexto hijo) se convirtió en sultán de Zanzíbar, y Sayyid Thuwaini (el tercer hijo) en sultán de Omán. En 1890 los británicos hicieron de Zanzíbar un Protectorado. En sus cuatro siglos de historia Old Fort ha sido utilizado como cárcel, cuartel y estación de ferrocarril. Se le añadió un anfiteatro en los años 90, y allí tiene lugar el Festival Internacional de Cine de Zanzíbar y el festival de música Sauti za Buusara.

international_jazz_festival_de_cape_town.pngSauti za Busara es significativo por el sitio histórico en el que tiene lugar. Pero no es ni el más conocido ni el más importante de los numerosos festivales musicales del continente. Los hay reconocidos mundialmente, como el Mawazine de Rabat (uno de los cuatro o cinco festivales que tienen lugar en Marruecos), iniciado en 2001 para fomentar el turismo. Atrajo a más de dos millones de personas en 2018, y tendrá lugar en junio de este año. Entre los múltiples festivales sudafricanos, el más famoso es el International Jazz Festival de Cape Town, en el último fin de semana de marzo o el primero de abril. Popular en el mundo del turismo es el festival de música electrónica “Sandbox” que tiene lugar durante el mes de mayo en El Gouna, centro turístico paradisíaco situado en el mar Rojo. También de fama internacional es el “Lake of Stars”, que tiene lugar en septiembre en las orillas del lago Malaui, y al que acuden artistas de Malaui, y también británicos y otros occidentales. Lo inició en 2004 un estudiante británico, prueba de que la belleza del continente sigue atrayendo.

Personalmente, me ha llamado la atención, por meritorios, otros festivales menos conocidos. Y en primer lugar el “Amani Festival” (Festival de la Paz) de Goma, que tendrá lugar este mes de febrero, y el “HIFA” (Harare International Festival of the Arts), del 30 de abril al 5 de mayo. Goma, en lago Kivu, en la frontera con Ruanda y no lejos de Uganda. A causa de las luchas tribales y de las riquezas minerales que se disputan las compañías internacionales, Goma se encuentra en una zona tan conflictiva y peligrosa, que el Foreign and Commonwealth Office desaconseja formalmente toda visita a la zona. Por otra parte, el golpe de estado que derrocó a Robert Mugabe fue en realidad un “golpe de palacio”, y las violaciones de derechos humanos continúan con su sucesor y antiguo vicepresidente Emmerson Mnangagwa. Admiro pues la valentía de los habitantes de Goma y su “Festival de la Paz”, y comprendo a uno de los asistentes al HIFA 2018 entrevistado por Fazila Mahomed en la Voice of America: “Está siendo una terapia para que la gente se olvide un poco de sus problemas”.

También otros festivales que merecen ser mencionados por motivos que van más allá de la música. El “Felabration” de Ikeja (Nigeria), celebrado desde 1998 y organizado por Femi Kuti para celebrar la memoria de su padre Fela Anikulapo Kuti (muerto en 1997), pionero del Afrobeat, activista de los derechos humanos, rebelde incómodo, y gigante musical reconocido internacionalmente. Ha sido admirable la trayectoria del “OppiKoppi” de Northam (África del Sur) que terminó este 9 de febrero, que de ser en 1994 un festival para una minoría blanca, se ha convertido en un festival de jóvenes de todos los colores y ambientes. Precisamente pensado para promover la música entre los jóvenes de institutos y universidades, el próximo agosto vera una nueva edición del “Kenya Music Festival”. Y finalmente, una mención especial es para “Bushfire” la 13ª edición tendrá lugar en mayo en Malkerns, Hhohho, eSwatini (Swaziland hasta el año pasado). Organizado por voluntarios, la mayor parte de sus beneficios se destina a proyectos de desarrollo de las comunidades locales.

A todos los festivales africanos se puede aplicar lo que una de las artistas de Malaui que participaba en el “Lake of Stars” de 2018, Love Ssega, explicaba a Kate Hutchinson, del periódico británico The Independent (5 de octubre 2018): “Cuando yo era pequeña, lo único que vosotros veíais de África eran niños con moscas en sus caras. Y este festival hace que cambiéis vuestras percepciones”.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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