¡Viva la mandioca!, por Ramón Echeverría

8/06/2022 | Bitácora africana

El problema, la falta de suministros de cereales (y fertilizantes) consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, es el mismo y afecta a una mayoría de países de África. Pero las soluciones propuestas por dos jefes de Estado de ese continente son muy diferentes. El viernes 3 de junio, en un encuentro en Sochi, ciudad rusa a orillas del mar Negro, Macky Sall, presidente senegalés, y actual presidente de la Unión Africana (UA), explicó a Vladimir Putin que los países africanos, –y no sólo los africanos–, eran víctimas inocentes de la guerra en Ucrania y que Rusia debería ayudar a paliar su sufrimiento. Según Macky Sall, que no ofreció detalles, el presidente ruso habría prometido facilitar la exportación de cereales. Siempre según Sall, ya el 31 de mayo él mismo había defendido ante el Consejo Europeo que la exportación de alimentos no debería entrar en las sanciones impuestas a Rusia. La versión rusa es que Rusia no está impidiendo las exportaciones de grano desde Ucrania, y que la solución más sencilla sería la de exportar a través de los puertos controlados por Rusia en los mares Azov y Negro, –una vez que los occidentales hubieran levantado las medidas restrictivas impuestas a Bielorrusia–. O hacerlo desde puertos ucranianos, tras remover las minas que Ucrania ha colocado para impedir ataques anfibios rusos. Ni Sall ni Putin mencionaron en público lo que algunos analistas sugieren: que Putin estaría utilizando la crisis alimenticia para presionar a los occidentales con la posibilidad de nuevos flujos migratorios a partir de África y el Medio Oriente.

yuca_mandioca_comida_cc0.jpgMuy distinta ha sido la solución propuesta por el presidente de Uganda Yoweri Museveni. “Los africanos están confundidos. Si os quejáis de que no hay pan ni trigo, por favor, comed “mwogo” (mandioca, yuca). Yo mismo no como pan«, dijo Museveni en su discurso improvisado del 1 de Mayo en Kampala, tras explicar cómo la subida de precios se debía a la pandemia de la covid-19 y a la guerra en Ucrania. No es la primera vez que Museveni habla como un nutricionista. En enero de 2020, tras conseguir perder 30 kg. y mostrarse en buena forma física, Museveni confesó a la BBC cuánto le había ayudado una dieta de mandioca, patatas y verduras locales. Y en mayo del mismo año explicó a los ugandeses cómo había que luchar contra el desperdicio de alimentos. Su reciente comentario sobre la mandioca ha causado múltiples reacciones. El 16 de mayo, The Independent de Kampala, publicó que en una parroquia de Gulu, 350 km. al norte de la capital, un sacerdote había criticado en su homilía, por desacertadas, las palabras del presidente. Mostraban, según el padre Justin Eric Uma, aplaudido y coreado por los presentes, lo poco que comprenden los políticos los sufrimientos reales de la gente, que se quejaba que los precios del jabón, el azúcar y el aceite habían subido un 50 %. Charles Onyango-Obbo, escribiendo el 4 de mayo en el Monitor de Kampala, resumió bien la cuestión: “El pecado de Museveni no es que estuviera equivocado. Más bien, sonaba como un famoso nutricionista de Instagram y bloguero o podcaster de fitness, no como el presidente de un país que se espera ofrezca una política realizable e invierta dinero en ella”. De hecho, Museveni había repetido solamente lo que algunos dirigentes africanos venían diciendo desde hacía mucho tiempo. En un artículo para la BBC del pasado 30 de mayo, la escritora ghanesa Elisabeth Ohene recordaba cómo en los 1960 un ministro explicaba que el aumento de impuestos no iba a afectar a la gente humilde, porque éstos comían “gari” (a base de mandioca) y no el pan y los buñuelos de harina de trigo de los pudientes. Y cómo la que era entonces “comida de pobres” comenzó a ganar terreno como “comida nacional”, desde que se sirviera como “gari-foto” (con salsa y pescado) en 1970 en un banquete de Estado del entonces primer ministro Kofi Abrefa Busia.

En realidad, el camino ascendente de la mandioca ni fue ni está siendo tan fácil como parece presentarlo Elisabeth Ohene. En Nigeria en 2014, siendo presidente Obasanjo, el gobierno federal lanzó una campaña para que el pan se fabricara con un 10 % de harina de mandioca. Luego el ministro de Agricultura Adesima Akinwumi pretendió que la proporción fuera del 40 %. Se trataba de ahorrar importando menos trigo, y de crear puestos de trabajo en la transformación de la mandioca. Escribiendo un año más tarde en The Nation (Lagos), Sina Fadare calificó la operación de “Pan de mandioca: sueño sublime, mucho ruido, pocos resultados”… y muchos millones de nairas perdidos. Entre otras cosas porque el sector agrícola era incapaz de producir y tratar toda la mandioca que habría hecho falta. En el verano de 2021, el gobierno federal lo ha intentado de nuevo, limitando la proporción de mandioca al 10 % en el pan y bollería. Esta vez la medida ha sido bien recibida por los agricultores.

En el vecino Camerún, el aumento del precio del trigo importado llevó al grupo mayoritario de las industrias harineras (70 % de la producción) a suspender la distribución de harina a partir del pasado 8 de febrero. El gobierno terminó cediendo y el 15 de marzo autorizó la subida del pan (baguette de 200gr) de 125 a 150 FCFA (€0,23). Lo que llevó a su vez al IRAD (Institut de Recherche Agricole pour le Développement) a pedir al gobierno que siguiera el ejemplo de Nigeria e impusiera la utilización de un 10 % de harinas locales en la fabricación del pan. No lo ha hecho el gobierno, pero sí que el ministerio de Comercio ha prohibido, con una nota del 22 de abril, la exportación de harinas locales. Y es que ya existe en el país, especialmente en las regiones del Norte, una fuerte tradición de repostería a base de harinas locales. El 10 de abril, Ecomatin contaba cómo la panadería “Selecte” de la capital Yaoundé, llevaba un par de semanas fabricando pan con harinas de maíz, mandioca y batata, y no daban abasto: en veinte minutos desaparecía la producción.

Tal vez Museveni se comportó como un “nutricionista de Instagram”. Pero en lo esencial tuvo razón. Aunque siempre habrá quien se aproveche. La edición ugandesa del Monitor Sunday del 15 de mayo titulaba: “La declaración de Museveni sobre la mandioca empuja los precios al alza”. En Busoga (reino tradicional en el sudeste de Uganda), el saco de mandioca se paga a Shs130.000 (32,50 €), cuando antes de que Museveni hiciera su propaganda salía a Shs80.000 (20 €).

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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