“El hombre fuerte de Burkina Faso se ha vuelto viral”, titulaba The Economist el pasado 25 de septiembre, a propósito de una imagen de Ibrahim Traoré generada por IA, popularísima en línea. “Su acento estadounidense es normal, sus rasgos faciales un poco borrosos. Pero las palabras suenan auténticas. África debe unirse, dice la imagen”. Muchos sospechan que Rusia, un aliado cercano, está detrás de esa imagen. Pero los africanos no son simples peones de la manipulación rusa. En el vecino Malí, que ha estado bajo un régimen militar desde 2021, –comentaba también The Economist–, la oposición a Occidente ha sido estimulada, mucho antes de que llegaran allí los Wagner, por influencers digitales locales conocidos como «vidéomans».
La transición militar comenzó en Malí el 24 de mayo de 2021, y pronto las redes se llenaron de noticias “fake”: Un alto ejecutivo de la operación antiyihadista francesa Barkhane había sido arrestado en Bamako en posesión de heroína [era en realidad un ciudadano nigeriano]. Una foto mostraba soldados rusos que acababan de llegar a la capital [la foto era de 2015]. Un avión francés había sido interceptado por el ejército maliense con la colaboración de la «inteligencia rusa». Kalilou Sidibé, de la Red Africana del Sector de la Seguridad, habló de la posibilidad de que se tratara de activistas favorables a la llegada de los rusos. Más certero fue Boubacar Sidiki Haidara, del sitio web Journal du Mali, que lo atribuyó a “vidéomans”, internautas que en Malí difunden en sus páginas de Facebook vídeos muy virales «pro-Junta y anti-Francia».
¿Videomans? Aparecieron a partir de los años 1980 en África Occidental y Central (Malí, Camerún, Nigeria, Congo, Burkina). Organizaban sesiones de vídeo en un patio, un garaje o un pequeño local. Por un módico precio se podían ver películas indias, de kung-fu, nigerianas, films americanos de acción, y también vídeos locales artesanales. Los vidéomans, que comentaban las películas en directo y en las lenguas nativas, adaptándolas así al contexto local, se convirtieron espontáneamente en animadores, educadores y, también a veces, críticos sociales. Con la llegada, a partir de los años 2000, primero de los DVD, y luego los teléfonos móviles, la televisión por satélite e internet, muchos videomans desaparecieron. Otros se transformaron en los actuales videomans, productores locales de vídeos de noticias, crónicas y eventos sociales (en Nigeria participaron en el nacimiento de Nollywood), distribuidos en memorias USB y en las redes sociales.
Etienne Fakaba Sissoko, Tahirou Tangara, Bakary Kone y Madiouma Kone publicaron el año pasado « L’Économie de la Vidéomania au Mali : Exploration d’un nouveau métier médiatique et son impact Sociétal » [Revue Française d’Economie et de Gestion, 2024, 5 (2), pp.541 – 568]. Entre sus conclusiones: En Malí, la «Videomanía», impulsada por el auge de las redes sociales y el aumento de la accesibilidad a Internet (del 12,89% en 2020 al 34,5% en 2023), está transformando el panorama de los medios de comunicación. Los «videomans», mayoritariamente jóvenes autodidactas, son al mismo tiempo creadores de contenido (social y político) en vídeo, periodistas de a pie, e influencers. Y se están estableciendo como actores clave en la vida pública, tanto en lo social y político como en lo económico.
Ya en un artículo publicado en Mali Actu, el 29 de septiembre de 2022, «El llamado activismo: Los Videomans, plaga de la transición», Oumou Traoré los había criticado duramente. Según Traoré, los vidéomans quieren destronar a los periodistas profesionales. Para hacerlo, no se necesita una gran inversión, bastan un smartphone y un proyecto bien definido. Los vidéomans dan todo tipo de información y hacen comentarios increíbles sobre temas que a menudo no dominan. Y la retórica que esparcen es una amenaza para la construcción del “Mali kura” [Refundación ética y social de Malí]. En otro artículo aparecido en L’Alternance (Bamako) el pasado 25 de julio, Ahmed M. Thiam, conocido por sus artículos en medios internacionales, ahondaba un poco más en la cuestión de los vidéomans. “Su impacto es tal que a menudo se les compara con los periodistas. Como resultado, muchos usuarios de Internet, atrapados en el círculo vicioso de la manipulación de la información que está arraigado en su propia psique, ven su cociente de análisis severamente erosionado. Los síntomas son, entre otros, falta de pensamiento crítico, dificultad para escuchar una opinión contraria a la propia, e inestabilidad emocional sobre ciertos temas”.
En realidad, aunque el término “vidéomans” haya aparecido en África Occidental, realidades semejantes se dan en todo el continente. Bloggers en YouTube, influencers en Facebook e Instagram, y usuarios de WhatsApp, impulsan el flujo de noticias y una mayor participación ciudadana en lo público, aunque también favorecen la desinformación, las medias verdades y la manipulación de noticias. En su artículo de L’Alternance, Thiam enumera dos verdades de Perogrullo. Primera, que una consecuencia de la toxicidad vehiculada por los videomans en las redes, es una polarización de la opinión, con resultados muy negativos para la cohesión y convivencia sociales. Y segunda, que, con la explosión de la tecnología digital, la desinformación, más que una patología, se ha convertido en una auténtica epidemia a escala mundial. En Estados Unidos, España, Francia y Alemania, entre muchísimos otros países, no nos queda otro remedio que darle la razón.
J. Ramón Echeverría
CIDAF-UCM


