Viaje a Ghana (5ª Parte) : Las cataratas de Wli, por Nuno Cobre

20/12/2011 | Bitácora africana

EL TELÉFONO DE LA HABITACIÓN SONÓ A LAS SElS Y MEDIA DE LA MAÑANA. Mosqueado, me llevé el auricular al oído y el recepcionista me dijo que un conductor esperaba por mí en el hall. Le dije que se esperase una hora o incluso dos. Seguí durmiendo un rato más y luego desayuné con una cierta calma.

Caminé hacia el hall y en la puerta me encontré a un hombre fuerte que esperaba por mí. Nos estrechamos la mano y nos montamos en el coche rumbo al Este de Ghana, concretamente a las cataratas de Wli y al santuario de Monos de Tafi-Atome. Por el camino los dos íbamos callados. El día anterior, con Francis, ninguno de los dos habíamos abierto la boca, pero ahora yo estaba ahí en ese coche y comencé a darle a la sin hueso. Le pregunté al chófer que de donde era y Kwaku me dijo que era del Este, de la zona del Volta (precisamente a donde nos dirigíamos) Me dijo que tenía tres hijos, dos niñas y un niño y que lo único que quería era darles la mejor educación posible. También me explicó que en Ghana es muy normal que la juventud (que se lo puede permitir) marche a estudiar al Reino Unido, aunque Kwaku prefiere los Estados Unidos.

Kwaku apoya al NPP (los liberales) pero defiende al presidente Atta del NDC (socialista) “porque es mi presidente”. Algo parecido me había dicho Gonvina de Goodluck Johnatan (presidente de Nigeria) No estaba segura que lo votaría en las próximas elecciones, pero mientras tanto lo apoyaba por el simple hecho de ser su presidente. Me dio la impresión de que aquí, en el oeste africano los partidos políticos no se crispan tanto como ocurre por ejemplo en España. No parece que haya una tensión tan acentuada ni mucho menos entre el partido gobernante y la oposición. Algo parecido ocurre con el sentimiento hacia los ingleses, antiguos colonizadores de Ghana. “Nos llevamos bien”, me dijo Kwaku. Los ingleses sí, se aseguraron en efecto que le darían la independencia a Ghana, pero manteniendo los vínculos comerciales intactos, y para ello, había que tratar bien a este país. Y lo consiguieron.

Kwaku también me dijo que en Ghana a la gente se le pone el nombre del día que ha nacido. Uno puede elegir un nombre, pero siempre tiene que combinarlo con el nombre que le toca por haber nacido en un determinado día. Por ejemplo, a los nacidos en viernes, se les llama Kofi.

Hablamos, hablamos mucho, mientras por el camino se iba desplegando el clásico paisaje de plátanos, plantains, ñame… Tras unas buenas horas, llegamos a la región del Volta. El paisaje se va haciendo más verde, más ondulado, hay montañas. Cruzamos el famoso puente que atraviesa el río. Una faraónica construcción de Nkrumah, la presa de Akosombo que le hizo someterse demasiado a una empresa americana de nombre Valco. Todavía se duda de la rentabilidad de esta obra. Pero al Volta le daba igual, y éste se apostaba pacífico y enorme. Cruzamos.

Pasamos por varios pueblos, Ho, más tarde Hohoe, otra villa llena de ritmo africano. Aquí me bajé del coche para comprar agua y me sorprendió ver a una chica blanca apostada en la caja, atendiendo a los clientes. Mientras, un ghanés me preguntó si prefería agua Voltic u otra marca y cuando fui a pagar, la chica blanca y yo nos quedamos un poco atascados, sin saber muy bien que decirnos ¿Livingstone?, “enjoy your day”, me dijo finalmente. Kwaku me lleva a un paraje lleno de tranquilidad, verde y aparcamos en medio de un tiempo que descansa. Me bajo para meterme en una caseta donde dos viejitos deambulan en el interior. Con toda la parsimonia del mundo, uno de los ancianos anota mis datos y me entrega un recibo. Con el otro viejito me río y me aclara que lo que está encima de la nevera es papaya, no cacao.

Afuera me espera un guía. Se trata de un niño de unos 15 años que se despierta de una ligera siesta. Nos adentramos en una especie de bosque encantado lleno de cañadas y riachuelos, precedidos de mariposas que revolotean para indicarnos el camino. Las hay de todos los colores, naranjas, blancas, amarillas… Por el camino nos cruzamos con muchos niños de un colegio cercano. Todas las niñas llevan el pelo rapado por imperativo escolar. Por eso la mayoría de ellas llevan pendientes que les da un toque delicado, atractivo y finalmente femenino.

Los niños, las niñas, me saludan unos, me miran extrañados otros, y el guía me dice unas palabras en Ewa, que es la lengua más hablada por esta zona. Yo les digo “¿como estás?” en Ewa, y ellos afirman con la cabeza, o dicen “yeah”. Yeah, yes, sí, es la manera de decir, “bien”, o “te he escuchado”, “I heard you”. Pero yo le digo al guía que cuando me responden, “te he escuchado”, no me están contestando a la pregunta de cómo están. Yo no sé si una persona está bien o mal cuando me responde, “te he escuchado”. El guía, el chico, se ríe y sigue caminando a un ritmo rápido pero bajo un estilo pausado. Y yo sigo saludando a las coquetas estudiantes, a los espabilados estudiantes.

Voy descubriendo el árbol del cacao, el del mango, la papaya, el algodón… Hasta que nos vamos presintiendo las cataratas. Bajo un grupo de mangos, logro avistar un pequeño ángulo de toda esta obra natural que cae desde unos trescientos metros de altura. Un ángulo que muestra un agua salpicada, fruto de su encuentro con el lago, unas salpicaduras marrones y violentas, revueltas y casi infernales. Y unos pasos más adelante, ahí arriba, la catarata de Wli cayendo de manera colosal, rodeada de murciélagos que custodian el origen de la caída, el nacimiento del descenso. Desde ahí, mezclándose entre ellos, difíciles de reconocer, casi parecen morados incluso oxidados, y gorjean.Gorjean los murciélagos.

Original en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

Más artículos de Nuno Cobre