Viaje a Ghana.( 2ª parte), “En la noche y en la calle”, por Nuno Cobre

29/11/2011 | Bitácora africana

SÉ DESDE EL PRINCIPIO QUE EL JOKERS NO ES MI TIPO DE BAR. El despelote y desparpajo que uno palpa nada más bajar del taxi, va contra mi modelo de noche. No pinto nada aquí, por eso estoy aquí, adentrándome en un garito donde entra y sale gente de toda las calañas, mujeres de la noche, jugadores de billar siniestros, blancos rosados y viciosos, y yo en la esquina, sentado, tranquilo, probando la cerveza Star que me resulta demasiado suave, casi una broma.

A los pocos minutos se me acerca una loba de poderosos pechos y ojo izquierdo desencajado. Soy un blanco, soy el dinero. “Hey, no sé qué”, le digo ante su “How are you?” y cadena de tópicos. “Estaré por ahí”, le digo más adelante para quitármela de encima. A lo Henry Miller, tío.

Doy varias vueltas. Muy cerca del bar de la entrada, está la sala principal de baile. El dantismo, el infierno. Soy un blanco, soy el dinero. Les gusto a todas, claro. Voy dando varias vueltas, pruebo otra Star, no sé qué coño hacer. Me siento a ver las partidas de billar que destacan por su mala calidad. Sigo dando vueltas, absurdamente, a la deriva… a lo Guy Debord, fijándome en una rubita erótica que viene acompañada de un guaperitas latino que más tarde fruncirá todo su rostro ante la repentina desaparición de la rubia que le gana en maldad, en kilometraje nocturno. Y la noche va.

Al día siguiente estoy cada vez de mejor humor y opto por salir a patearme Accra. Le pido al de la recepción que llame a un taxi. Al rato me dice que no contesta nadie y me ofrece su coche para ir a Cape Coast. Me pide que no le diga nada a los jefes. Estoy ante un choricillo, y cuando aparece por fin un taxi, me doy cuenta de que éste es otro choricillo que está compinchado con el de la recepción. Se llama Daniule y me empieza a hacer la pelota, “somos hermanos”, a contarme historias y al poco rato estamos en Oxford Street, la calle principal de Ghana que me recuerda a una carretera norteamericana de paso. De este tipo de carreteras que aparecen en las películas, salpicadas de moteles, puestos de gasolina y carteles de todo tipo.

Daniule se va por fin y yo pongo mis pies en Oxford Street. Nada más salir, un rasta cojo me llama desde la otra acera con grandes aspavientos. La calle es un batiburrillo de coches y vendedores que se confunden en el asfalto y en las aceras. Huyo del rasta, pero cuando estoy dirigiéndome a cualquier lado, noto como dos tipos me están siguiendo ¿Pero esto qué es? ¿No habíamos quedado que Ghana, que Accra era un sitio seguro? No me está gustando el ambiente, las sensaciones y me meto con un poco de miedo en el establecimiento acristalado de la tienda de móviles MTN que me proporciona resguardo.

Al rato, cuando no veo rastas y gente rara en la costa, vuelvo a salir decidido. Todo el mundo me dice algo, “ven, ven, ven”, todo el mundo me pregunta de donde soy, “dónde, dónde, dónde”. Yo voy degustando un helado que acabo de comprarme en el Frankies y camino firme, sin miedo, adelante. A los que me preguntan que cuanto tiempo llevo en Ghana, les contesto que tres años. Cuando me interrogan sobre mi trabajo, respondo, “seguridad internacional, cosas de la policía y tal”, y noto como se me van despegando. Pero luego aparece un tipo gordísimo bajo una camiseta africana, que parece media hawaiana, maracuyá, y tal, y me dice, “me gusta el helado ese que te has comprado en el Frankies”. Yo sonrío, sigo caminando. El gordo me para de nuevo en la esquina y me dice, “español, Madrid, Barcelona” y luego revela que su mujer es de San Sebastián. “¿Cómo está?”, me pregunta en un español con acento africano y explica que trabaja para unos alemanes en Donosti, “en los puertos”.

Esto es así, un caminar y un esquivar, un preguntar y un contestar… Cuesta avanzar hermano, pero tras degustar otro helado en el Arlecchino voy por fin cogiendo ritmo, confianza y al rato ya me estoy adentrando por unos barrios más pobres pero menos atosigantes. Por las calles me encuentro con los típicos puestos africanos. Las mujeres vendiendo plátanos, muchos plátanos, exhibiendo el ñame, friendo el pescado (abunda la tilapia) machacando la yuca. La música, la buena música se escucha por todos lados. Me acerco a unas carpas donde suena un ritmo constante, un sabor a fiesta diurna y me encuentro con todo un grupo, un clan vestido de celeste y celebrando cualquier cosa. Desde los hombres a las mujeres, pasando por las niñas y las ancianas todos están bailando al mismo ritmo. Por supuesto, me siguen llamando, me tratan de vender lo que sea, los niños, las niñas me sonríen, los niños se pelean, dos tipos cargan sillas sobre sus cabezas, pasan muchos coches, la música, y me solicito un respiro para decirme, “África”.

Original en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

Más artículos de Nuno Cobre