Se ha sancionado hoy el Real Decreto-Ley 26/2012 que reduce el acceso a la sanidad pública de aquellos emigrantes que no tengan papeles. Otros lo llaman el apartheid sanitario. Durante los últimos años, cuando la gente de África me ha preguntado por mi país, siempre he dicho con orgullo que uno de sus mayores logros era el hecho de que, aunque uno estuviera en situación irregular y enfermaba, el estado no te iban a dejar que te murieras en la recepción de un hospital. Me parecía que era una de las mejores cosas que teníamos en mi país y lo contaba con orgullos, como quien se cuelga una medalla y ensancha el pecho. Ahora ya eso no va a pasar.
Soy el primero que reconoce que había que meter la tijera por muchos sitios de nuestro incoherente y mastodóntico estado con las inútiles multiplicaciones de competencias que hay en los diversos niveles de poder nacional, autonómico y local. Reconozco también que la herencia que han recibido de la última administración ha sido infame y que había que hacer algo para atajar tanto desatino.
Sin embargo, yo no me esperaba que se pudiera llegar hasta tanto, especialmente con un partido que discutía en su congreso si metía lo del “humanismo cristiano” dentro de sus principios. Esperaba que hubiera también hay una conciencia moral que dejara muy claro una línea que no se debiera traspasar.
Estoy profundamente convencido que la grandeza de una sociedad se mide especialmente en la manera como trata a sus miembros más vulnerables y ahora me repugna profundamente que los hospitales de mi país se vuelvan a parecer a las instituciones sanitarias de tantos otros países en los que si no hay pasta, no hay tratamiento ni visita al doctor.
Y, si soy sincero, siento también vergüenza por partida doble. Echo de menos a “mi Iglesia” en todo este debate. Aunque algunos grupos de la misma como el Servicio Jesuita al Refugiado y otros parecidos se han manifestado al respecto… he echado mucho de menos una declaración conjunta de los obispos que se manifestara en favor de defender el derecho a la asistencia sanitaria de los que menos tienen. Echo de menos una acción que hubiera hecho reflexionar al gobierno, una voz profética, clara y firme… por lo menos la misma que habría habido si los tiros hubieran ido por otros temas a los que nuestros obispos parecen mucho más sensibles, ¿o es que ser activista pro-vida supone simplemente evitar que se aborten a niños no nacidos?
Creo que es un día triste y así lo veo desde esta África que es tan pobre pero al mismo tiempo tan hospitalaria. Innumerables veces he visto cómo los más humildes me acogían en sus casas y se desvivían por que me sintiera bienvenido. Hoy no quiero ni pensar cómo serán tratados si algún día cruzan el estrecho y tienen que desenvolverse en un mundo así de insolidario, en una España mucho más mezquina, miserable e inhumana que mira antes “los papeles” que el sufrimiento o la dignidad de una persona.
Original en : En Clave de África