Sí, a grandes rasgos Gibraltar tiene derecho a aguas territoriales de la misma manera que España las tiene en Ceuta y Melilla. Exteriores lo sabe y esa es la razón por la que no se lleva el contencioso gibraltareño a la corte internacional pues haríamos el ridículo. Otro más. La reciente identificación en el litoral ceutí de la comitiva marítima en la que viajaba el rey de Marruecos, poco debería tener de noticia y mucho menos de incidente diplomático. El estado español tiene que velar por la seguridad en sus plazas norteafricanas y eso supone la identificación de cualquier embarcación, con o sin rey abordo, y mucho menos debe plegarse el servicio marítimo de la Guardia Civil ante chulerías del estilo: ¿no sabe usted quien soy yo? Formas bajo las que Mohamed VI se dirigió a los tripulantes de una patrullera que simplemente hacia su trabajo: identificar una embarcación. Ni más ni menos que lo que Marruecos hace y debe en sus aguas.
Marruecos es ese vecino incómodo con el que [como siempre digo] estamos condenados a llevarnos bien. Eso significa un ejercicio de colaboración y diplomacia que no de plegamiento a la periodicidad de sus chantajes. Recientemente, bajo el constante asedio a las verjas de Ceuta y Melilla, se filtró que las avalanchas de subsaharianos obedecieron a cierta “dejadez” fronteriza de las autoridades alauíes. Nada nuevo. Bien sea en forma de tomates, pesca o inmigración irregular, Marruecos gusta de testar las voluntades y capacidades de reacción de su vecino europeo; pues es sabedor del poder del populismo y la debilidad política que gobierna España y que por ende amordaza sus reacciones.
Estratégicamente situado y apuntalado por Paris y Washington cual aliado primordial contra el integrismo en el Magreb, Marruecos sabe jugar sus bazas con maestría y de la misma manera que ya la tuvo con el Sahara español, tiene su hoja de ruta respecto a las ciudades autónomas españolas. Rabat es nuestro aliado pero a la vez sabe desgastar y esperar. Aun así y por encima de todo, no podemos verlo como un vecino incomodo; si no como lo que realmente es: un estado hermano con el que se deben estrechar lazos. Y es que nos guste o no, nos une más de lo que nos separa.