Mientras el mundo se prepara para una vacuna contra el COVID-19, es importante entender de dónde viene la desconfianza en la vacuna y la importancia que tendrá ésta en nuestras vidas.
Vacunas. Vacunas. Vacunas. Desde que nacemos hasta que morimos somos vacunados (con suerte) de un considerable número de enfermedades como las paperas, el sarampión y la rubéola (MMR) en la infancia o la gripe en la vejez. Las vacunas no sólo se han convertido en parte de la vida humana, sino que, de muchas maneras, han permitido que la vida misma continúe.
Entonces, ¿por qué todo este alboroto con respecto a las vacunas? ¿por qué tienen mala reputación en una parte considerable de la población humana? Para responder estas preguntas primero necesitamos entender lo que es una vacuna, que en pocas palabras no es más que un agente biológico que se administra para proporcionar inmunidad a una enfermedad determinada. Una vacuna suele contener una forma más diluida de un agente causante de la enfermedad (por ejemplo, un virus) en su estado muerto o un trozo del agente causante de la enfermedad, digamos una proteína. Cualquiera de estos métodos permite que el cuerpo detecte un agente extraño y desarrolle posteriormente anticuerpos para combatir la enfermedad.
Habiendo visto lo que es una vacuna, es un poco más fácil de entender cómo puede ser usada como arma. Naturalmente, todo lo que se ha hecho para el bien, los humanos lo han corrompido. Una serie de acontecimientos poco éticos ocurridos en el pasado han alimentado los sentimientos contra las vacunas. A continuación, esbozaré dos ejemplos. En primer lugar, el despreciable estudio conducido en 1998 por el doctor Andrew Wakefield y algunos de sus colegas en Reino Unido. El equipo liderado por Wakefield publicó un espantoso estudio en el que afirmaba que la vacuna MMR causaba autismo. Evidentemente la conclusión del estudio era falsa. Varias cosas estaban mal como el ridículo tamaño de la muestra (tan solo 12 niños), una metodología defectuosa y la falsificación de datos y hechos. Tras su publicación varios estudios epidemiológicos refutaron los hallazgos de Wakefield, pero el daño ya estaba hecho. El número de niños en el Reino Unido vacunados contra la triple viral pasó del 91,8% en los dos años anteriores al estudio de Wakefield al 79,9 en 2004. Lancet, la revista en la que se publicó el estudio, sólo se retractó en 2010, poco más de una década después.
El segundo estudio, igual de despreciable, se conoce como el experimento Tuskegee. Aunque este estudio no giraba entorno a una vacuna, fomentó la desconfianza en los investigadores de la salud pública y la comunidad científica, especialmente en lo que respecta al tratamiento de las enfermedades. Este estudio de 1932 (que duró más de una década y media) reclutó a unos 600 hombres afroamericanos con la intención de estudiar la progresión de la sífilis (en un momento en que no se conocían tratamientos para esta enfermedad de transmisión sexual) mientras se les prestaba atención médica. Sin embargo, deliberadamente los investigadores no proporcionaron ningún tipo de cuidado a los participantes, optando porque desarrollaran síntomas severos y finalmente murieran. Sólo a mediados de la década de 1960 se condenó el experimento Tuskegee por su naturaleza extremadamente poco ética y letal.
Sería negligente por mi parte, y por parte de cualquier científico, desestimar toda desconfianza en las vacunas porque la historia cuenta una narrativa diferente. Sin embargo, la comunidad científica, con la ayuda de periodistas, líderes comunitarios, activistas, comités de ética y organismos reguladores, políticas y procedimientos estrictos y una mayor transparencia, ha avanzado tanto que es casi imposible que esos acontecimientos vuelvan a ocurrir. La propia ciencia se ha vuelto más inclusiva con los negros, las personas de color, las mujeres y otros grupos minoritarios para asegurar que sus respectivas comunidades no sean victimizadas o blanco de ataques en «nombre de la ciencia».
Estamos en medio de una pandemia en curso y las vacunas COVID-19 de AstraZeneca, Janssen, Novavax, Pfizer-BioNtech y Moderna van a ser lanzadas pronto. Ya ha habido un retroceso por parte de los ciudadanos comunes, celebridades y políticos que han expresado que no aceptarán la vacuna y a su vez, han hecho propaganda anti-vacunas. Puede escribir vacunas en Facebook, por ejemplo, y los resultados mostrarán miles de páginas anti-vacunas y desinformación antes de que pueda encontrar lo que es verdaderamente una vacuna.
Si bien los trágicos acontecimientos del pasado no pueden ser ni excusados ni revertidos, el impacto positivo de las vacunas es innegable. La viruela fue completamente erradicada de la faz de la tierra en 1980 gracias a una vacuna. La poliomielitis ha sido erradicada en muchos países, salvo en unos pocos y a menudo en aquellos que no tienen un acceso adecuado a ellas. El sarampión está bajo control en su mayor parte, excepto en las comunidades aisladas que siguen negándose a que sus hijos sean vacunados. Hay argumentos de sobra para creer en la eficacia de las vacunas. Además, con más de 88 millones de casos de COVID-19 y cerca de 2 millones de muertes, no podemos permitirnos pensar de otra manera.
Es importante entender el contexto histórico de las vacunas, pero también es importante no permitir que la parte hable por el todo. En su lugar, es importante dejar que la parte informe al todo junto con las prácticas sanitarias evolucionadas de nuestra realidad actual que siguen salvando la vida de millones de personas.
Fuente: Rufarosamanga.medium
[Traducción y Edición, Irene Ruzafa Martín]
[Fundación Sur]
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