Unas gafas para Emmanuel, por Chema Caballero

9/02/2017 | Bitácora africana

Algo tan sencillo como poner una lentes a un niño es casi imposible en la ciudad senegalesa de Thiès

Anna Adoboé ha tenido que madrugar mucho para coger el transporte que junto a su hijo Emmanuel la lleve hasta Thiès. Son dos horas de viaje hasta la ciudad del centro de Senegal a donde ha llegado desde España una expedición oftalmológica perteneciente a la Fundación Rementería, que es parte de la clínica madrileña del mismo nombre y que realiza estas campañas médicas en el marco del acuerdo de colaboración con la ONGD Juan Ciudad (la organización de cooperación internacional de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios).

gafas_senegal.jpg foto Chema Caballero

Emmanuel tiene dos años y ve con mucha dificultad. Hace tiempo su madre le llevó al Hospital que los hermanos de San Juan de Dios tienen en la localidad. Allí, Mousa Diop, técnico oftalmológico, le dijo que poco se podía hacer pero que en noviembre vendrían unos doctores españoles que posiblemente podrían operarle

Antes de las ocho de la mañana Anna y Emmanuel, los dos de apellido Adoboé, están en la sala de espera de la consulta de oftalmología. El madrugón ha valido la pena, son los quintos en llegar. Después de algunos minutos de espera Mousa aplica a Emmanuel, al igual que a las otras personas que aguardan allí, unas gotas para dilatarle las pupilas con el propósito de que cuando lleguen los médicos españoles puedan examinarle sin pérdida de tiempo.

A las nueve en punto entran en la consulta el doctor Laureano Álvarez-Rementería, oftalmólogo, y Carolina Navarro, optemetrista, y empiezan a examinar a los pacientes. Los dos son parte del grupo de ocho personas que ha viajado desde España para realizar revisiones oftalmológicas y operar cataratas en el hospital; una actividad que realizan dos veces al año.

Cuando le llega el turno, Emmanuel pasa a la sala de consultas de la mano de su madre. Parece asustado y está muy quieto. Esperan sentados en una silla y, poco a poco, el niño parece ir cogiendo confianza y se acerca a la gran mesa que está en el centro de la habitación, a la que se pega mucho para ver lo que hay sobre ella. Luego con la mano tantea hasta que agarra algunos papeles. Navarro se los quita y él regresa junto a su madre.

Al fin llega el turno de Emmanuel, Mousa lo sienta sobre sus rodillas para tenerlo sujeto frente a la máquina con la que el doctor examina sus ojos. Lo primero que manifiesta Álvarez-Rementería es que si el niño tuviera cataratas sería imposible operarle en esta expedición por no ir preparados para ello. Se necesitan una lentes especiales que no han traído.

Pronto queda claro que nos se trata de cataratas congénitas como había pensado el técnico oftalmológico. El niño tiene cinco dioptrías en cada ojo, de ahí que prácticamente no vea nada. El asunto tiene más fácil solución que la que en un principio parecía, basta con ponerle gafas. Luego, más adelante, cuando sea mayor, se podría pensar en operarle para corregirle las dioptrías.

La doctora, con mucha paciencia, gradúa la vista a Emmanuel. Le pone una montura redonda e inserta los cristales que cree que son los que necesita. Este no se está quieto, quiere tocar todo lo que tiene a su alrededor. De repente, el niño se para y abre la boca todo los que parece dar de sí. Se queda mirando fijo al frente, gira poco a poco, sin perder su expresión de asombro. Se toca los ojos, bueno, las gafas que lleva puestas. Parece que no se acaba de creer lo que está viendo por primera vez en su vida.

De pronto, Emmanuel sale corriendo en busca de sus madre. Cuando llega ante ella la mira y sonríe. Se quita las gafas y se las vuelve a poner. Repite la operación varias veces. Finalmente se las queda puestas y explora todo lo que hay a su alrededor, como si estuviera descubriendo un mundo nuevo.

Álvarez-Rementería habla con la madre y le explica que lo que necesita su hijo son gafas, que tienen que ir a una óptica a que le hagan unas. Añade que la Fundación Rementería cubrirá ese gasto y que por su parte, ella debe comprometerse a traer al niño para que puedan revisarle la vista una vez al año, cuando Mousa le informe del regreso de la expedición. Todo parece resuelto.

Sin embargo, surge un nuevo obstáculo. Algo que, en un principio, parece muy sencillo, en un lugar como Thiès se vuelve un problema. No existen ópticas en la localidad. Parece que las únicas que hay en el país están en Dakar, la capital.

De repente, Mousa hace memoria y recuerda que en Thiès había una ONG que hacía gafas, pero, afirma, que últimamente no ha oído hablar de ella. Dice que va a hacer una par de llamadas e investigar qué fue de ellos. Después de un par de horas sus gestiones resultan infructuosas. Él no se rinde, pide que se le dé un día para seguir investigando. Se cita a Anna y Emmanuel para el miércoles, dos días después, a primera hora de la mañana para darles una respuesta definitiva.

Cuando Navarro retira a Emmanuel las gafas de graduar, el niño se resiste, no quiere que se las quiten, se aferra a ellas. Pero no hay más remedio y el pequeño abandona la consulta entre lloros.

Finalmente, las indagaciones de Mousa dan resultado, parece que la ONG sigue abierta y hay posibilidades de que puedan hacerle las gafas a Emmanuel, solo que no tienen monturas para niños. Se produce un pequeño momento de pánico que desaparece cuando Navarro y Vanesa Blázquez, la otra optometrista de la expedición, recuerdan que puede que tengan alguna en el almacén, entre las que trajeron en el anterior viaje. Buscan y encuentran, solucionando, así, un nuevo problema.

Un coche del hospital traslada a Emmanuel, su madre y a Blázquez hasta la óptica, que se encuentra cerca de la universidad. Se trata de una pequeña casa a la que se acede cruzando un jardín. Sobre la puerta un cartel anuncia: Opticiens Lunetiers sans frontiers, y dice que tienen el apoyo de la ONG alemana Hilfe für Senegal.

Dentro un mostrador vacío, dos bancos y un cartel de los que sirven para graduar la vista. El señor Jalloh es el encargado. Tras los saludos, recibe de Blázquez dos monturas, una de plástico y otra metálica. Escoge la primera diciendo que es más flexible y será más cómoda para el niño. A continuación saca varias lentes orgánicas y las examina, con una especie de microscopio que se encuentra sobre una mesa llena cubierta de papeles y paquetes, que hay detrás del mostrador, hasta encontrar la más cercana a la graduación que necesita Emmanuel. Cuando la halla, marca el tamaño al que tiene que ser cortada y, retirando una cortina, pasa a la parte de atrás del edificio, la segunda habitación del mismo.

Se coloca unas gafas para protegerse los ojos y con unas tenazas procede a cortar las lentes para darle la forma y el tamaño de la montura, sobre un barreño de plástico donde van cayendo los trozos que saltan. Posteriormente, en una máquina que hace cuestionar todas las reglas de la mecánica por su estado, empieza a lijarlas hasta conseguir dos círculos perfectos. Luego, en otro aparato calienta la montura para dilatarla y poder así introducir en ella las lentes. Una vez terminada esta operación, espera a que se enfríen, las lavas y se las coloca a Emmanuel.

l niño vuelve a ver de nuevo, otra vez la cara de asombro, el mover la cabeza intentando reconocer lo que le rodea, el quitarse y ponerse las gafas como queriendo apreciar la diferencia entre dos imágenes. El señor Jalloh decide ponerle un cordel a las gafas y apretárselo a la cabeza, para asegurarse de que no se le caigan, con ello su da por terminado su trabajo. Esta vez Emmanuel se quedará con sus gafas tras empezar a ver con ellas, no como ocurrió en la otra ocasión. A cambio de su ayuda, la Fundación Rementería promete hacer llegar monturas para gafas a la ONG.

De vuelta al hospital, sentado sobre el regazo de su madre, Emmanuel pega la cabeza al cristal del coche y observa lo que pasa ante sus ojos. No deja de señalar con el dedo todo lo que descubre por primera vez en su vida. Su semblante se ha vuelto serio, está petrificado junto a la ventana.

lgo tan sencillo como poner una gafas a un niño y hacer que recobre la vista en Thiès se ha convertido en una aventura que casi roza el milagro. A Emmanuel le ha cambiado la vida para siempre.

Original en : Blogs de El País . Áfricsa no es un país

Autor

  • Chema Caballero nacido en septiembre de 1961, se licenció en derecho en 1984 y en Estudios eclesiásticos en 1995 Ordenado Sacerdote, dentro de la Congregación de los Misioneros Javerianos,
    en 1995. Llega a Sierra Leona en 1992, donde ha realizado trabajos de promoción de Justicia y Paz y Derechos Humanos. Desde 1999 fue director del programa de rehabilitación de niños y niñas soldados de los Misioneros Javerianos en Sierra Leona. En la , desde abril de 2004 compaginó esta labor con la dirección de un nuevo proyecto en la zona más subdesarrollada de Sierra Leona, Tonko Limba. El proyecto titulado “Educación como motor del desarrollo” consiste en la construcción de escuelas, formación de profesorado y concienciación de los padres para que manden a sus hijos e hijas al colegio.

    Regresó a España donde sigue trabajndo para y por África

    Tiene diversos premios entre ellos el premio Internacional Alfonso Comín y la medalla de extremadura.

    Es fundador de la ONG Desarrollo y educación en Sierra Leona .

    En Bitácora Africana se publicarán los escritos que Chema Caballero tiene en su blog de la página web de la ONG DYES, e iremos recogiendo tanto los que escribió durante su estancia en Sierra Leona, donde nos introduce en el trabajo diario que realizaba y vemos como es la sociedad en Madina , como los que ahora escribe ya en España , siempre con el corazón puesto en África

    www.ongdyes.es

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