Una perspectiva africana sobre el significado de la caída del muro de Berlín

12/01/2010 | Opinión

El autor vivió en Suráfrica y sus experiencias le permiten hablar acerca de los muros de tiranía; ya se encuentren éstos en Suráfrica, Corea, Alemania; o de sus fantasmas, difundidos por toda África. “La historia del muro simboliza el hecho de que una sociedad libre basada en la propiedad privada de los medios de producción es lo que mejor aporta lo que desean los individuos.”

La primera vez que oí hablar de la existencia del Muro de Berlín, sin apreciar de su significado político, fue poco después de su construcción, en 1961. A principios de los 60 yo todavía andaba intentando abrirme paso en la política, tomando consciencia de los poderes gubernamentales existentes en el mundo. El sistema del apartheid que predominaba en todos los aspectos de nuestra vida en aquella época nos politizó de forma inevitable a muchos de nosotros. En ese mismo periodo, el socialismo ofrecía una respuesta atractiva a la situación política predominante en mi país natal. El gobierno de Suráfrica presentaba un odio sistemático y muy bien establecido hacia el comunismo y esto se manifestaba a diario por medio de la difusión propagandística de la red de comunicaciones, dirigida por varios órganos estatales. Este sentimiento anticomunista tenía su eco en la prensa relativamente libre, la cual estaba dirigida y organizada por los blancos. Para nosotros los negros la ecuación era fácil. Los opresores, que le habían causado tanto dolor a nuestra gente, odiaban el comunismo. Por lo que aquello que odiaban tenía que ser bueno para nosotros, los oprimidos. Al fin y al cabo, el comunismo habla de una sociedad sin clases, una sociedad cuyos individuos lo comparten todo.

Mis ideas políticas continuaron madurando mientras me sumergí en el estudio de la filosofía del comunismo. Al mismo tiempo, empecé a preguntarme acerca de cómo sería el comunismo puesto en práctica. Me resultaba difícil conseguir respuestas creíbles. Esa falta de respuestas fue algo que estimuló mi curiosidad. Estudié más sobre el Muro de Berlín, construido por el gobierno de la Alemania del Este para evitar que las personas que vivían en el paraíso de los trabajadores -el comunismo de la Alemania del Este- se escapasen al Oeste capitalista, que tipificaba la explotación por parte del hombre a sus conciudadanos. Antes de que se construyese el Muro de Berlín en 1961, la Alemania del Este había experimentado una pérdida drástica de población que se había escapado al Oeste, con muchos jóvenes educados: se perdió una cantidad inmensa de intelectuales. Tras la construcción del muro, con sus torres de guardia, trincheras y puntos de control, varios centenares de individuos se arriesgaron a morir al intentar cruzar el muro hacia el Oeste. Me inquietaba el hecho de que muchos de estos refugiados eran personas de todo tipo: artistas, científicos, estudiantes y profesionales, por nombrar algunos. Parecía que que no les aterraba la amenaza de muerte, como si al cruzar el muro estuviesen desafiando la legislación de Alemania del Este.

Empecé a percibir el Muro de Berlín como un síntoma de los méritos o no méritos de los dos sistemas contrastantes, la democracia capitalista y la dictadura comunista (‘la dictadura del proletariado’). Tras la Segunda Guerra Mundial, el Oeste capitalista crecía gradualmente como segunda mayor economía internacional, mientras que el Este parecía estar atascado en un estado de abatimiento económico. La Alemania Occidental era un país de libertad democrática mientras que el lado de Oriente era un estado policía de forma clara y patente. Dirijo mi mente precoz al caso de Corea del Norte y Corea del Sur. Ahí también, el mismo escenario era obvio de forma manifiesta. Al igual que Alemania: mismos individuos, misma cultura, mismo idioma y familiares a un lado y al otro de la división. Sin embargo, una incompatibilidad ¡monumental! No me extraña -me di cuenta después- los intentos desesperados de individuos de escapar de la empuñadura comunista del Norte a la democracia del Sur.

En África, la mayoría de los movimientos de liberación, que buscaban derrotar por fuerza el represivo colonialismo europeo, se aferraron a diversas variaciones del comunismo o socialismo. Una vez llegados al poder, y transformados en partidos políticos, estos movimientos implementaron políticas económicas influenciadas por una perspectiva socialista. Gradualmente, cada vez se veía más claro que estas políticas iban en detrimento del bienestar de su pueblo.

No obstante, la visión de que el socialismo traía consigo el nirvana junto con la conciencia de las injusticias del pasado colonial (las cuales le fueron atribuidas de forma general al interés capitalista) le dio tiempo al sistema e hizo que muchas personas aceptaran el sufrimiento que consigo comportaba. La visión seductora de la propiedad popular de los medios de producción por medio del estado atrajo a muchos y todavía lo sigue haciendo en varias zonas de Suráfrica.

La experiencia fue lo que me demostró que la nacionalización de los activos de producción no significaba que éstos fueran propiedad y estuvieran controlados por el proletariado o el pueblo y que funcionasen por su beneficio colectivo. Son propiedad, y están controlados y dirigidos por el estado, o dicho de otra manera: las facciones de élite o élites que esgrimen el poder y controlan el estado. Con el paso del tiempo, se hizo más obvio que, al igual que la Alemania del Este o Corea del Norte y otros países que se encontraban bajo creencias comunistas, el liderazgo de estos estados socialistas africanos era la única clase que obtenía auténticos beneficios con las políticas de “colectivización”. Al igual que en el ejemplo de Alemania del Este, los intentos de implantar un sistema comunista en África al final resultaron ser económicamente insostenible, políticamente tiranos y un fracaso moral.

Cuando empecé a someter el sistema del apartheid a un escrutinio más meticuloso, me pareció que era un sistema que tenía más aspectos comunes con un estado comunista que con una sociedad libre capitalista. El apartheid controlaba todas las facetas de la vida de las personas negras, desde la cuna hasta la tumba. Entre otras cosas, de acuerdo con la política de segregación racial, decretaba dónde podían nacer los negros, dónde podían vivir, en qué lugares podían realizar negocios limitados en condiciones restrictivas, les denegaba sus derechos de propiedad, les ordenaba dónde podían recibir el tipo de educación prescrito por la ley, dónde podían trabajar y qué tipo de trabajo podían efectuar, a qué hospitales o servicios públicos podían acudir, cómo y a qué hora podían desplazarse, e incluso dónde podían ser enterrados. De hecho, los negros estaban nacionalizados de forma efectiva por el gobierno del apartheid. El apartheid, un sistema omnipresente y ubicuo, era económicamente insostenible, tiránico en lo político y moralmente reprensible, al igual que su primo el comunismo; pero del mismo modo que el comunismo, los pocos que se beneficiaban rechazaban con vehemencia esta caracterización del sistema.

Entonces, para mí, la caída del muro de Berlín me aportó varias verdades muy importantes: que los individuos valoran la libertad por encima de cualquier ideología; que el sistema que se niega a reconocer este atributo de la naturaleza humana al final sucumbirá a la presión, cueste el tiempo que cueste; que el sistema que funciona en base a lo que es la naturaleza humana, y no lo que esta misma debería ser, dará rienda suelta al espíritu empresarial que se encuentra en toda cultura o nación. Esto se ve reflejado en las palabras de Svetlana Alliluyeva, la hija de Stalin, que afirmó: “La naturaleza humana es lo que dirige el mundo, no los regímenes o gobiernos.”

El comunismo corroe la libertad individual. Su fervor por redistribuir recursos, abolir la propiedad privada de los medios de producción y diseñar desde cero la estructura de la sociedad acaba recurriendo al uso de la fuerza. En consecuencia, priva a los individuos de su libertad de actuar a favor de sus intereses y les deniega los frutos de su propio trabajo e iniciativa. No me sorprende entonces ver que líderes como Stalin, Mao Ze Dong, Pol Pot, Eric Honecker, Nikolai Ceauscescu y muchos, muchos otros se vieron obligados a depender tanto de la coacción, la violencia y una máquina de espías para mantener su régimen en pie, matando a muchos de los suyos en el proceso. Lenin -utilizando una ahora infame metáfora- recordaba a sus camaradas que una tortilla no puede hacerse sin partir huevos.

Mi entendimiento de la historia del Muro de Berlín, las circunstancias entorno a su histórica apertura, el 9 de noviembre de 1989 y su posterior destrucción por demanda popular han contribuido a los fundamentos de mi propia ‘metamorfosis’ de pensamiento. Opino que la historia del Muro simboliza la verdad de que una sociedad libre, basada en la propiedad de los medios de producción es lo que mejor aporta lo que desean los individuos.

Me gustaría añadir también que, para muchos africanos que se enfrentan a una plétora de barreras al comercio y medidas proteccionistas que impiden el libre flujo de sus mercancías a Europa, pueda parecer que a pesar de que el Muro ya esté derrumbado, la mentalidad de fortaleza persiste en Europa con otra apariencia. El Muro de Berlín de protección de tarifas impide el flujo libre de muchos productos africanos, principalmente agrarios, hacia mercados europeos. Ese muro también debería ser echado abajo.

Por Temba A Nolutshungu

Temba A Nolutshungu es el director de la Free Market Foundation de Suráfrica y está afiliado a la fundación African Liberty (www.AfricanLiberty.org). Las opiniones expuestas son las suyas propias.

Publicado en African Liberty, el domingo 9 de noviembre de 2009.

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