Una semana desastrosa para la aviación: aviones que no llegaron a sus destinos y hechos trizas en Ucrania, Taiwán y Mali. La semana pasada la crisis en Ucrania de nuevo reverberó en todos los medios de comunicación al conocerse que el avión siniestrado del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, que hacía la ruta Ámsterdam Kuala Lumpur, aparentemente fue derribado con 298 personas a bordo en territorio de la pretérita República soviética. La única certeza es que no hubo sobrevivientes y, resta agregar, a varios días de sucedido el trágico hecho, Rusia y el gobierno de Kiev se achacan culpas mutuas. Esta aceleración intrépida del tiempo histórico permite a la revista Time postular sin lugar a dudas el inicio de una Segunda Guerra Fría.
Ahora bien, resulta interesante preguntar qué papel le corresponde a África dentro de este nuevo y aparente escenario mundial si es que ya comenzó una nueva Guerra Fría, como adelantó el medio citado. Para eso, es conveniente comparar con el ayer y la similitud puede servir de guía para entender lo que acontece y lo que sucederá.
En el caso del pasado, África importó poco desde un sentido geoestratégico. Tuvo una limitada importancia en la Guerra Fría pese a algunos destellos de protagonismo como escenario -aunque siempre secundario- de los denominados conflictos “calientes”, como fueron las guerras de liberación, por ejemplo, en las dos principales ex colonias portuguesas, Angola y Mozambique, en donde las dos superpotencias actuaron de forma indirecta ofreciendo apoyo a los beligerantes locales. Por el contrario y fuera de África, mucho más importante fue la guerra en Vietnam que tuvo mayor visibilidad mediática al tratarse de una lucha en donde la superpotencia occidental se involucró de forma mucho más directa, aunque también contó con aliados locales que hicieron buena parte de la labor.
Hoy día, para África, más allá de la importancia económica por ser reserva de cuantiosos recursos minerales y otros, albergar una pujante clase media y una población principalmente joven, es decir, ser una gran promesa (al punto que analistas refieren al “continente del futuro”), desde el punto de vista geoestratégico y político, en el marco de una posible Segunda Guerra Fría, poco cambia. África no es el continente de las catástrofes como siempre una mirada simplista lo define, pero buena parte de los conflictos del planeta se desarrollan allí. La cantidad de población africana que vive en zonas de conflicto es baja, menos de la cuarta parte del total del continente, de unas 1.100 millones de almas.
Al menos hay actualmente 13 conflictos a nivel planetario que en 2013 costaron casi 113.000 muertes. De esa cifra, seis transcurren en territorio africano (República Democrática del Congo, Sudán del Sur, República Centroafricana, Somalia, Nigeria y Mali) sumado a dos países que sufren continúa inestabilidad al norte (Libia y Egipto). El factor común entre todos es que tienden a ser olvidados y más cuando las catástrofes ocurren fuera, como la del avión en Ucrania. Sí, las tragedias no solo ocurren en África. Pero los conflictos africanos a lo sumo son recordados cuando sus consecuencias inciden en otros escenarios (como la inmigración clandestina en Europa).
El miércoles 23 de julio se cumplieron los 100 días desde el secuestro de las más de 200 niñas nigerianas en el pueblo de Chibok, que sigue sumido en la violencia propiciada por los islamistas del movimiento Boko Haram. Desde que la noticia cubrió todos los titulares informativos un 14 de abril, hasta hoy, los hashtags BringBackOurGirls/Daughters quedaron sepultados. Ninguna de las niñas ha vuelto a casa excepto las que lo hicieron por sus propios medios, escapando en los inicios durante un momento de distracción de los captores. También se ignora el hecho que desde ese fatídico día 11 padres de las menores han fallecido, unos por la violencia directa de los milicianos, otros por trastornos de salud derivados del stress. De eso los medios apenas si informan algo. El Gobierno Federal de Nigeria poco hizo para intentar contener a los padres y devolver la calma. Junto a los países vecinos ha formalizado una fuerza conjunta para intentar detener las tropelías de un grupo que ya lleva en su haber cerca de 12.000 muertes desde 2009, cuando comenzó su radicalización, y que en el primer semestre de este año provocó 2.053 víctimas, según Human Rights Wacht. Atentan contra todo, incluso clérigos y políticos. Un blanco (fallido) del más reciente doble atentado en Kaduna, con más de 80 bajas, era Muhammadu Buhari, ex presidente y actual principal líder opositor que compitió contra el actual mandatario en las elecciones presidenciales de 2011. Estos grupos extremistas ni siquiera se toman una pausa por el sagrado Ramadán.
En la convulsionada Somalia acribillaron a balazos en una ruta a una legisladora y su chofer, siendo la cuarta muerte de un parlamentario en lo que va del año en el país del Cuerno de África que desde 1991 no encuentra la paz.
Al conflicto en Ucrania se sobreponen imágenes terribles de lo que acontece en Gaza donde la violencia cíclica es la pauta. La ofensiva israelí lanzada el pasado 8 de julio deja un reguero de sangre, más de 700 muertes según algunas fuentes, lo que se refleja a nivel global en el repudio al accionar -tildado de genocida- del Estado de Israel. Pero, mientras tanto, se pierde de vista que otros musulmanes distantes no la pasan bien. En dos de los países africanos con conflictos armados los musulmanes son víctimas de sus otros hermanos de fe. Es que en Nigeria y Somalía los islamistas de Boko Haram y de Al Shabab, respectivamente (si se los puede considerar musulmanes) se enfervorizan con islámicos, entre muchos otros, que critican sus objetivos y métodos. En República Centroafricana los musulmanes son objeto de los Anti Balaka, las milicias cristianas que se formaron para protegerse de los ataques del grupo musulmán Seleka llegado al poder por la fuerza en marzo de 2013, en un país de mayoría cristiana que sufre violencia interreligiosa y de donde los musulmanes están huyendo a velocidad espasmódica. En Sudán del Sur, presentado como un país cristiano que rompió con la hegemonía islámica del norte desde 2011, la guerra civil iniciada el pasado diciembre provoca miles de víctimas, de mayoría cristiana, igual que la minoría de palestinos cristianos que muere en Gaza, en el fuego cruzado entre Israel y Hamás. Pero ni centroafricanos ni sursudaneses tienen el debido reconocimiento mediático porque los agresores son desconocidos y no tienen la fama y reputación mundial de Israel que, paradójicamente, es un Estado joven (y genocida, para algunos).
Las cámaras van donde el morbo las lleva, muchas veces. La crisis y el conflicto en Gaza son un buen ejemplo, con múltiples fotos de niños muertos que provocan la indignación de muchos internautas. Se pasa del blanco al negro. De un extremo a otro. Mientras en apenas 20 días han muerto alrededor de 700 civiles en Gaza y la solución no llega, desde marzo en tres países de África occidental fallecieron por el implacable ébola más de 600 personas. Las cifras se parecen, pero el interés corre en sentidos opuestos. También se podría abusar de las imágenes truculentas de cadáveres descompuestos por esta terrible enfermedad que tiene un 90% de mortalidad, pero, como el problema sucede en África, no se lo hace. Gaza tiene más auditorio o Ucrania, en donde las fotos de la tragedia del vuelo MH17 mostraron los cadáveres (o partes de éstos) desparramados por la zona del siniestro. Tampoco lo africano es noticia central a menos que afecte en forma directa intereses occidentales. En ese sentido el ébola sí fue protagonista cuando el político francés de ultraderecha Jean-Marie Le Pen, famoso por sus declaraciones cargadas, celebró la enfermedad aduciendo que solucionaría la inmigración subsahariana que es un problema en el país galo, en tres meses. Han transcurrido cuatro meses desde el primer caso en Guinea Conakry pero las cámaras ya se fueron. Hace rato. También si quisiera hacerse gala del amarillismo para aumentar el interés podrían viralizarse imágenes de niños decapitados y canibalismo, moneda corriente en el conflicto de República Centroafricana. Pero como se trata de un conflicto olvidado, no se lo hace.
En definitiva, si se asiste al inicio de una Segunda Guerra Fría, África, al menos en lo que refiere a cuestiones geoestratégicas, continúa siendo la olvidada. Las verdaderas crisis escapan a la lente en esta región del mundo, o tal vez menos si hay riquezas en juego (pero hasta Congo, una mina de recursos mineros, no sale mucho de esta impronta). Las noticias siguen siendo parceladas y muy básicas en la explicación sobre estas regiones del globo. Si no se comprometan intereses occidentales, ésta es la pauta. El vuelo accidentado (hasta si se demuestra lo contrario) de Air Algérie AH 5017, estrellado en el norte de Mali, fue noticia impactante rápidamente porque la mayoría a bordo era europea. Entre sus 110 pasajeros llevaba mayoría francesa (50 pasajeros) y 6 tripulantes españoles. Hasta se difundió la falsa información que Mariela Castro, hija de Raúl Castro y sobrina de su hermano Fidel, iba a bordo, lo que ella misma salió a desmentir por la cadena Telesur, quejosa por la forma en que los medios generan noticias inexactas para elevar audiencias. La ruta del avión era Ouagadougou (capital de Burkina Faso) – Argel y de las personas a bordo, las de países africanos eran menos de la mitad. Sería interesante pensar cómo se hubiera tratado la noticia si no hubieran subido europeos y canadienses.