A medida que las organizaciones humanitarias empezaron a hacer sonar la alarma sobre las altas tasas de malnutrición de los presos de Malaui, una mujer tratar de ayudar a mantener a los presos vivos.
Un martes cualquiera por la mañana un coche se detiene a las puertas de la prisión de Chichirri en Blantyre, Malaui. Inmediatamente un grupo de reclusos se precipita hacia adelante. El vehículo es un espectáculo ya familiar aquí, al igual que la monja de pelo cano que se baja del coche.
Sor Anna Tommasi emite órdenes enérgicamente. Bandejas de huevos, mandarinas, azúcar, soja gachas de harina de pescado, verduras, bolsas de maíz, pan y leche en polvo se descargan y se clasifican. «Esto es para los reclusos gravemente enfermos», explica la hermana Anna.
Se dirige a través del patio, donde la mayoría de los prisioneros están tomando el pálido sol de invierno. Es un respiro poder salir de las células completamente hacinadas, donde reina la oscuridad 14 horas al día y donde el olor de la ropa húmeda, de los cuerpos sin lavar y la desesperación cuelga palpable en el aire. Las condiciones son tan horribles que los presos duermen sentados en el suelo con las piernas dobladas.
Hoy la hermana Anna se dirige directamente a la enfermería de la cárcel para comprobar el estado de uno de los presos muy débiles. Charles Mopiha de 27 años esboza una sonrisa cuando ve a la monja, a pesar de que es evidente que sufre un dolor insoportable. Mopiha fue condenado a cuatro años de prisión con trabajos forzados por el robo de maíz de un almacén donde era guardia de seguridad. Cuando empezó su condena en 2014 en la cárcel de Mikuyu en el sur de Malaui, ya sufría dolores de estómago. Nunca ha estado en un centro de salud y no sabe lo que ha causado su enfermedad. En la cárcel, Mopiha se debilita día a día. No ha recibido atención médica y asegura que ha sobrevivido gracias a que sus compañeros de prisión le fueron dando parte de sus escasas raciones de comida.
Los prisioneros son alimentados una vez al día en las cárceles de Malaui. Sólo reciben un plato de “nsima”, el plato de harina de maíz hervida básico del país. Una vez a la semana comen judías hervidas o alguna verdura. Esto apenas los mantiene vivos.
Las cárceles del país carecen de fondos. Se necesita al menos unos 6.9 millones de USD, cada año, para alimentar a la población de las cárceles, declara Caroline Aluda, coordinadora del proyecto de las cárceles de la organización humanitaria Médicos sin Fronteras.
Para el ejercicio 2016, la prisión recibió apenas 2.500 USD, para alimentar a los 14.000 presos de las 28 cárceles del país.
«Los presos con enfermedades crónicas como el VIH … diabetes e hipertensión y las madres lactantes no reciben una dieta especial» cuenta Aluda. «Son tratados como todos los demás reclusos».
La escasez de alimentos en Malaui ha hecho que las ya pequeñas porciones de alimentos disminuyan.
Los prisioneros se alinean para la comida. Médicos Sin Fronteras señala que algunos reclusos llevan hasta dos días sin comer nada.
En junio, la hermana Anna se llevó a Mopiha de la prisión de Mikuyu. «Se dio cuenta de que estaba muy enfermo y rogó a los autoridades de la cárcel que le permitiera llevárselo a Chichiri para ser examinado y para recibir atención médica».
Fue trasladado a Chichiri, donde fue admitido en la enfermería. Allí, 16 pacientes, críticamente enfermos, llevan una dieta especial proporcionada por la hermana Anna.
La monja de suave voz , lleva en Malaui desde 2003, donde fue enviada por su comunidad católica franciscana en Italia como destino misional. Pronto se encontró ayudando a los presos.
«Era como si todos estuvieran abandonados, sin embargo, necesitan soporte y amor espiritual y físico. Sor Anna tuvo especial interés en la situación de los reclusos varones, que se encuentran en células totalmente hacinadas y dónde las enfermedades no son tratadas y se contagian. La prisión de Chichiri fue construida para albergar a 800 prisioneros pero ahora tiene cerca de 2.000.
«Les estaba ayudando en sus congestionadas celdas hasta que se me permitió convertir una vieja cocina en una enfermería», recuerda. La enfermería, que tiene 16 camas y se terminó en 2010, fue construida con la financiación que recibió de la Conferencia Episcopal Italiana. A diferencia de las células, la enfermería está impecable: los pacientes, tienen sus propias camas con sábanas limpias y el baño y los aseos son higiénicos y limpios.
Esperanza entre los hambrientos
Ahora con 71 años, la hermana Anna se ha retirado oficialmente pero ha adoptado Malaui como su segunda casa y sigue dedicándose a mejorar las condiciones en las cárceles del país. Ella visita a la cárcel de Chichiri dos veces por semana y trabaja en nueve otras cárceles de todo el país.
Cualquier preso enfermo con el que se encuentra es examinado a fondo y se le da el medicamento correcto. En caso necesario, la hermana Anna paga ella la factura para el tratamiento médico. Casi todos los meses paga las biopsias de 5 prisioneros.
De los 1.913 presos en Chichiri, 600 tienen VIH, según Kitalo Anne-Hara, el oficial para la tuberculosis de la prisión. De éstos, 403 están en tratamiento con antirretrovirales y 19 con tratamiento para la tuberculosis.
«Sor Anna tratar de mejorar la vida de los internos. Asegura que los casos que no se pueden tratar aquí se envían al Hospital Central reina Elizabeth Centra para un tratamiento integral. Es muy duro para los reclusos enfermos permanecer en la cárcel ya que no hay personal suficiente para cuidar de ellos», explica Kitalo-Hara.
Aluda dice que la hermana Anna demuestra como una sola persona puede hacer grandes cambios, tiene un «gran impacto» en la vida de los presos.
Aunque la hermana Anna no guarda registro del número de personas presas a las que ella ha ayudado, su iniciativa ha reducido el alto número de muertos entre los internos, según el portavoz del Servicio de Prisiones de Malaui. Manifiesta que en las prisiones no pueden cultivar suficientes alimentos y que el gobierno valora la ayuda de la monja.
Mopiha es uno de los condenados que está mostrando un progreso notable en la enfermería, donde está siendo tratado por problemas en el hígado. «El médico me ha dicho que tengo un problema de salud grave, que necesita frecuentes chequeos y un cuidado especial», cuenta.
Sor Anna ahora quiere ampliar la enfermería, ya que no puede seguir el ritmo de la demanda de atención especial y está negociando con las autoridades de la cárcel.
Recaudar dinero para su programa es una tarea muy dura. Depende de la gente de bien, así como de las donaciones de los franciscanos, una orden religiosa en la Iglesia Católica.
Pero Sor Anna no tiene en sus planes reducir sus esfuerzos: todavía hay mucho que quiere hacer.
«Es mi vocación», dice la hermana Anna, encogiéndose de hombros.
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Fundación Sur