Lo que no debiera haber pasado desapercibido porque afecta a varios pesos pesados del continente africano ha quedado fuera de la mayoría de portadas de nuestros medios occidentales. Si un fenómeno así hubiera sacudido a la vez a Alemania, Francia y Reino Unido, habría llegado a oídos de todos, pero al haber ocurrido en Sudáfrica, Etiopía y Kenia, entre otros, parece que no llama nuestra atención.
Es cierto que en el continente negro hay todavía dictaduras y regímenes personalistas de larga duración (República democrática del Congo, Camerún, Uganda, Sudán o Guinea Ecuatorial), pero al mismo tiempo hay un movimiento democrático de gran vitalidad como lo vemos estos días en Senegal y Burkina Faso, cuna de corrientes populares de regeneración como el evocador “Le Balai citoyen” (La escoba ciudadana). En África Subsahariana encontramos, al mismo tiempo, democracias electorales que gozan de buena salud como Islas Mauricio, Cabo Verde, Gana, Namibia o Senegal junto a otras clásicas que atraviesan un momento difícil pese a su larga experiencia (Malí, Kenia, Botsuana y Sudáfrica), además de un buen número de democracias emergentes en varias zonas del continente (Costa de Marfil, Liberia, Nigeria, Benín, Gambia, Tanzania, Mozambique y Zambia; Mo Ibrahim Foundation).
Pues bien, lo ocurrido estas semanas en África es de enorme importancia y envía una poderosa señal no solo al resto del continente sino también al mundo entero, especialmente a las grandes potencias y a una potencia media como España. Tengamos en cuenta que desde el año 2006, la salud de la democracia a escala global ha ido deteriorándose (“la recesión democrática global” de Larry Diamond, avalada por Freedom House, FH y The Economist Intelligence Unit), razón por la que estos hechos adquieren mayor relevancia. Es más, el presidente de un gran país que despreciaba a los países africanos, cuya democracia se deteriora a pasos agigantados (de 93 puntos a 86, en solo dos años; FH), debería tomar buena nota del ejemplo africano. Primero fue Robert Mugabe, quien dejó el país y la presidencia en noviembre pasado, produciendo un verdadero terremoto político por lo significativo del caso y las fuertes presiones para que cediera el poder. Su marcha a Sudáfrica despejó una situación enconada que ha provocado de momento, además de júbilo y alivio, una polarización importante entre defensores y detractores de su larguísimo mandato de 37 años.
Luego siguió Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica, quien abandonó el cargo en febrero de 2018, el segundo presidente democrático que había conocido Sudáfrica desde la muerte de Nelson Mandela. Aquí las alegaciones de corrupción fueron tan fuertes que el propio partido gobernante, el Congreso Nacional Africano (CNA), forzó la dimisión de Zuma a la vista del proceso de destitución que se avecinaba en el parlamento. Una decisión que refuerza la trayectoria de limpieza democrática del CNA, que ya había forzado en 2009 la renuncia del presidente Thabo Mbeki, por similares motivos de corrupción. Imposible no hacer comparaciones con el Partido Popular en España.
Casi al mismo tiempo que Zuma, el primer ministro de Etiopía, Hailemariam Desalegn, anunciaba por sorpresa su dimisión.
A finales del mismo mes de febrero, los dos líderes y rivales de Kenia, Kenyatta y Odinga alcanzaron un importante acuerdo de paz para resolver la crisis política provocada por la repetición de las elecciones presidenciales de 2017 (agosto y octubre), impuesta, caso insólito, por el Tribunal Supremo del país al estimar que la Instancia Electoral no había sido neutral y que no podía descartarse la interferencia electrónica (hackeo) en los resultados. Varios países deberían tomar nota de que la manipulación digital de las elecciones, por contendientes o por terceros, es causa suficiente para anular unos comicios.
En marzo, fue Ian Khama, el militar retirado y segundo presidente de Botsuana desde la independencia, quien un año antes de que venza el límite de sus dos mandatos presidenciales, dejaba el cargo a un civil, un profesor, que asumirá las funciones hasta que se convoquen nuevas elecciones. La transferencia de poder ha sido ordenada y todos han agradecido su generosidad al presidente saliente, cuyo pueblo natal ha organizado grandes celebraciones para darle las gracias y despedirle. Aquí las comparaciones apuntan al modelo ruso de perpetuación en el poder y trucada alternancia “presidente-primer ministro-presidente” de Vladimir Putin, seguido como sabemos por otros países de su entorno (Armenia, repúblicas centro-asiáticas, etc.). Y tanto o más a la reciente posibilidad de que Xi Jinping sea presidente vitalicio de la República Popular China, tras eliminar el parlamento el límite constitucional de dos mandatos.
En conclusión, como dice el principio moral africano, Ubuntu, “soy porque somos”, y es que la la democracia es ese bien colectivo en el que podemos realizarnos individualmente.
Rafael Bustos García de Castro
Profesor de Relaciones Internacionales (UCM)
rbustos@ucm.es
[Fundación Sur]
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