Lo que el comercio de cacahuetes en Senegal a fines del siglo XIX nos dice sobre la delgada línea entre esclavitud y libertad.
En Slaves for Peanuts, Jori Lewis, una galardonada periodista y escritora, cuenta la historia de cómo el comercio de personas dio paso al comercio de esta humilde semilla. Basándose en archivos de seis países, es la historia de una lenta emancipación que narra cómo los emergentes valores de libertad se entrelazaron con las aspiraciones coloniales de civismo, humanitarismo y comercio.
“Debido a que cada esclavo puede traer suficientes cacahuetes para igualar su precio de venta, en lugar de venderlos, usemos a nuestros esclavos para cultivar nuestros campos”, dijo el jefe de Ndakaaru, como era conocida primeramente Dakar, a su gente después de hablar con un comerciante francés. Desencadenó una «fiebre del cacahuete«.
El temprano interés en el valor comercial de los cacahuetes, que crecen en el suelo arenoso del Sahel con tupidas hojas verdes y pequeñas flores amarillas, provino de una casa de comercio de Londres en Rio Gambia. Las calderas de jabón utilizaban aceites vegetales para fabricar el jabón que se usaba para engrasar las máquinas que estaban impulsando la Revolución Industrial. Donde los británicos recurrían al aceite de palma más barato, los franceses buscaban la calidad superior a la que su público estaba acostumbrado; y cuando los olivares se vieron azotados por sucesivas heladas, los que hacían jabón en Marsella recurrieron al cacahuete. Más tarde, las salas de teatro, los circos y los juegos de béisbol de Estados Unidos impulsaron la demanda.
El drama en el libro surge de la particular situación colonial en Senegal a fines del siglo XIX, que, en ese momento, consistía en puestos comerciales en ciudades costeras. Francia había abolido la esclavitud en algunas de sus colonias en 1794, pero habría que esperar hasta 1848 y la revolución política en Europa, para que un segundo decreto la hiciera más definitiva. El principio de que “el suelo Francés libera al esclavo que lo toca” contenido en esta nueva legislación impulsa las entretejidas narrativas históricas que siguen: el tema de los fugitivos que huyen a estos puestos de avanzada y las contradicciones inherentes al expandir el comercio en el territorio donde esta regla aún no se aplicaba.
Fue en Saint Louis, uno de esos puestos de avanzada, en una isla en la desembocadura del Río Senegal, en el norte de Senegal, donde se estableció el refugio para esclavos fugitivos (Asile des Esclaves Fugitifs). Los exesclavos recibirían certificados de libertad solo después de un período de espera de 90 días, un período tenso durante el cual los propietarios podrían exigir la devolución de sus propiedades. El refugio ayudó a esconder a los fugitivos y, una vez libres, proporcionó un «programa extraordinario de extensión» y los ayudó a encontrar «un nuevo sentido de sí mismos en este nuevo mundo«. Fue fundado por el reverendo Walter Samuel Taylor, el pastor principal del puesto avanzado de la Sociedad Misionera Evangélica de París. De nacionalidad sierraleonesa, era hijo de esclavos que habían sido liberados de la bodega de un barco negrero. Es en las cartas entre este “evangelista nativo” y los protestantes en Francia que financiaron el refugio que los ideales emancipadores de Taylor chocan cada vez más con la ambición misionera de “civilizar” africanos y propagar la cultura francesa.
Es también en estas cartas donde nos acercamos más a la vida de los exesclavos. Para la mayoría, los registros son escasos. Ellos “entraron a saltos en historia” en los roles de libertad del Moniteur du Senegal, el primer periódico de Senegal fundado por su gobernador francés. Es en las cartas de Taylor, sin embargo, donde leemos historias, especialmente de aquellos que muestran un prometedor celo misionero, de peligrosas fugas,
felices matrimonios y jóvenes enviados a Burdeos para recibir educación.
En el prefacio del libro, Lewis alude a la “mudez” de la 0esclavitud, como la describió una vez Zora Neale Hurston. “La distancia de un siglo solo revela espectrales formas parpadeantes”, escribe, y el lector comparte, quizás, su frustración cuando dice: “Ojalá hubiera podido hacer más”. Y, sin embargo, Slaves for Peanuts puede ser leído como si formara parte de otras obras que están «observando atentamente» a los archivos, para tomar las palabras de Ruth Wilson Gilmore.
Gilmore, una activista y estudiosa de la abolición de prisiones, se basa en Black Reconstruction in America de W. E. B. Du Bois para argumentar en contra del nihilismo sugerido por la palabra «abolición«, enfatizando, más bien, la «presencia» que genera. Ella cita el estudio de Tulani Davis sobre la creación de comunidades entre los exesclavos en el sur de Estados Unidos como un ejemplo del trabajo de «reconstrucción» que puede surgir de una observación cuidadosa de los archivos. La deducción y la reflexión de Lewis sobre las limitadas fuentes disponibles pueden realizarse de manera similar. Quizás, también, se necesita la distancia de un siglo para que las voces se vuelvan menos mudas. El propio libro de Hurston, Barracoon, un relato del último esclavo sobreviviente en Estados Unidos, escrito en 1931, solo fue publicado en 2018.
La precaria situación de los antiguos esclavos se alivió un poco cuando, en 1883, una nueva ley redujo a ocho días el tiempo de espera para los certificados de libertad. A lo largo de Slaves for Peanuts, sin embargo, aprendemos sobre las «piruetas administrativas» y «lingüísticos subterfugios» (los esclavos se convirtieron en domésticos y sirvientes) de la administración colonial. Las “contorsiones” del Francés surgieron del “delicado negocio” de mantener la paz y las alianzas comerciales con aquellos reinos senegaleses que gobernaban la tierra en la que crecerían estos preciados frutos secos. Al principio, la esclavitud siguió siendo un “secreto a voces” y los esfuerzos hacia la emancipación fueron tímidos: necesitaban aplacar a los gobernantes de los esclavos fugitivos que liberaban y protegían. Pero fueron sus esfuerzos por hacer avanzar la frontera del cacahuete con la construcción de una línea de ferrocarril lo que realmente cambió el rumbo.
El Reino de Kajoor, un estrecho trozo de tierra fértil que se extiende entre los puestos coloniales de avanzada de Saint Louis y Dakar, proporciona el segundo escenario principal del libro. “Los franceses codiciaban Kajoor. Lo ansiaban más allá de toda medida”, escribe Lewis. Ella describe un proceso de desgaste a través del cual las autoridades francesas ampliaron su alcance desde sus más discretos puestos de avanzada costeros hasta la transformación de reinos en efectivos estados títeres hasta una ocupación suave y, en última instancia, hasta su violenta destrucción y total colonización. La imagen de las ametralladoras apuntando desde las ventanillas de un tren que se abre paso “por el reino como una cicatriz” es una imagen particularmente violenta que se me quedó grabada. Cuando los gobernantes senegaleses no cumplieron con el principio de “suelo libre”, obtener el control de la tierra misma se convirtió cada vez más en la solución Francesa, un movimiento que fue legitimado con el humanitario manto de liberar a la gente de la esclavitud.
Un corresponsal de Moniteur, que viajó en el viaje inaugural del tren del cacahuete, escribió: “Todos se sintieron como si estuvieran en el amanecer de una nueva era”. No pude evitar sentir el eco de historia. En otra inauguración, para un nuevo tren que partía de la misma estación más de un siglo después, Macky Sall, el entonces presidente de Senegal, declaró: “Un nuevo amanecer… un viaje a través del tiempo… un gran salto tecnológico para Senegal y para África”. El Tren Expreso Regional conecta el antiguo centro colonial mediante 32 km. de vía con Diamniadio, nueva ciudad en construcción; a veces apodada la voie de l’emergence (en francés voie puede significar tanto «camino» como «vía de tren»), es un emblemático proyecto de desarrollo y encarna la promesa de la nueva política de «emergencia«, caracterizada por la auto afirmación de las propias prioridades de África. Fueron empresas francesas las que construyeron el nuevo tren, con una tarifa demasiado cara para la mayoría.
El cambio del comercio de personas al comercio de cacahuetes fue ciertamente una “revolución social”. Y, sin embargo, en los últimos capítulos del libro, aprendemos también cómo los agricultores quedaron atrapados en un sistema de crédito que “tejió una red de dependencia” a su alrededor; una “ aplastante supremacía”, como lo expresó un geógrafo que cita el autor. En las páginas finales, Lewis escribe: «La transición a la libertad tomó más tiempo del que habría sido necesario«.
Slaves for Peanuts expone hábilmente las borrosas líneas entre esclavitud y libertad en esta particular encrucijada a fines del siglo XIX y brinda lecciones históricas que continúan resonando en la actualidad. La “Françafrique” no ha terminado. La emancipación es lenta.
* «Esclavos por Cacahuetes, Una Historia de Conquista, Liberación y una Cosecha que cambió la Historia» (2022) de Jori Lewis está disponible en The New Press.
Fuente: Africa is a Country
[CIDAF-UCM]