Una diáspora dividida también en España, por Simon Pierre Talula

19/02/2014 | Bitácora africana

Un amigo que me conoce bien me ha recomendado el discurso de Teresa H. Clarke “Bridging the Diaspora Divide”, algo así como Tender puentes entre la diáspora, un alegato sobre aquello que nos une como afrodescendientes allende los mares del mundo y después de tantos vericuetos históricos. Un inspirada y serena conversación desde Nigeria que toca un tema no por obvio menos importante: las distancias físicas y mentales que se han ido asentando entre la diáspora africana a medida que la Historia nos ha ido esparciendo por el mapamundi. Una suerte de alienación histórica que está llamada a desaparecer. Una charla de una claridad tan honda que me emocionó sin preaviso.

Empresaria oriunda de Estados Unidos, Teresa empieza hablando de su experiencia laboral dentro del continente, especialmente en los países anglófonos, y termina hablando de cómo superó ese vacío que existe entre los afrodescendientes a lo ancho del mundo, esas mil millones de almas que se viven desde Brasil hasta Nigeria, y de la valla que separa los unos de los otros, una división que ha llegado a niveles asombrosos, hasta el punto de que al pisar suelo sudafricano una compatriota le dijo que ella, afroamericana, no tenía nada que ver con los negros africanos, que eran muy distintos y que no perdiese su tiempo intentando congraciarse con ellos. Mito caído.

De ahí esta invitación a tender puentes para conocernos, más allá de las antiguas fórmulas pensadas para separarnos y aislarnos: esto es, usando las tecnologías, improvisadas ágoras modernas para conocernos, fortalecer lazos y fijar objetivos comunes.

Es un tema complejo. Lógicamente, se puede cuestionar la necesidad de querer crear comunidades basándonos en criterios de cercanía racial, justo ahora que es un concepto tan relativo; basándonos en supuestos elementos comunes que pueden no existir, pues los hechos históricos se han encargado de borrarlos o debilitarlos.

Yo soy testigo de que existe esa lejanía entre las comunidades afrodescendientes en España, y existen muchos motivos para ello. La gente en el extranjero tiende a juntarse por afinidades culturales y nacionales, más allá del color de la piel, por el estatus social, por filias políticas. Las circunstancias personales, sociales, culturales, e incluso legales, son a menudo distantes. Previsiblemente surgen desconfianzas mutuas, actuaciones que siembran el rencor o la indiferencia… No es fácil confiar.

Pero yo soy de la idea de que tenemos muchas más cosas en común, de que existe cierta sensibilidad que se hace evidente cuando nos interesa, soy un firme defensor de que todo africano debería conocer a un afrodescendiente allende sus fronteras mentales y nacionales, estoy a favor de que todo brasileño que así lo desee pueda irse a África a conocer las raíces de sus antepasados si así lo desea, sin tener que renunciar a su país, a su casa; y harían bien estos Gobiernos africanos en concederles la doble ciudadanía, no sólo por razones de justicia histórica, sino por aprender de otras diásporas del mundo. Una nacionalidad que les fue robada a sus padres, una nacionalidad de la que nunca abdicaron. Sería un acto de gran nobleza y perspicacia darse cuenta de nuestros vínculos en el mundo y fortalecerlos; sería de gran nobleza devolverles algo del continente a los descendientes de aquellos hombres que fueron obligados a mudarse de continente, estableciendo una distancia mortal de los suyos que duraría de por vida.

Yo también, al igual que Teresa H. Clarke, creo en la firme idea de que una diáspora unida es una voz más fuerte, más capacitada para conocerse a sí misma y relacionarse con la sociedad que la rodea, aprender de las diferentes experiencias, aprovechar el inmenso campo en que nos ha situado la Historia para alimentarnos de frutos hasta ahora desconocidos, pero crecidos bajo el cariño de soles igualmente espléndidos y al cuidado de manos igualmente tiernas y familiares.
Y para eso hacen falta ágoras modernas que nos reúnan y nos rescaten de nuestra propia alienación personal y comunitaria.
Porque siempre recordaré la emoción igualmente honda que me cautivó al ver a Calipso Rose (película que recomiendo) revisitando los orillas africanas de donde partieron sus padres, llorando ante aquella estatua al hombre ‘viajero’ que había emprendido viaje tan largo que no regresaría sino personificado en su nieta.

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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