Una cubana, un bóer y congrí, por Rafael Muñoz Abad

27/04/2016 | Bitácora africana

Ver y callar. Menuda sabiduría encerraba aquel metro y medio justo. Discreta y humilde, Mari era una chacha enviada por mi madre para dar atajo al caos emanante de la soltería de su primogénito. Una santa que igual planchaba o cocinaba un congrí que te mueres.

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Todos tenemos en la vida un recuerdo del que huir pero ocurre que a menudo algo te arrastra a su encuentro. Inercias. Angola. Rebuscando en el Exclusive Books de Cape Town, me di de bruces con “Back to Angola”. Memorias de un recluta en las que relata sus dos años en la surrealista guerra que el ejército sudafricano libró contra la guerrilla marxista angoleña y sus aliados cubanos. Instante en el que la cicatriz de mi nalga derecha, producto de un “accidente” en Lobito, me recordó que también estuvimos en Angola aunque fuera de otra manera; pero esa es otra historia.

Bajo las proclamas de acabar con el perro rojo que husmeaba al otro lado del linde, el señor Vorster envió una generación de sudafricanos blancos a la guerra fronteriza que se libraba entre lo que entonces era el Africa del Sudoeste ocupada, hoy Namibia, y Angola. Algo así como aquel Richard Nixon narigón y su proclama en lo relativo a no sacrificar [en vano] una generación de jóvenes norteamericanos en el sudeste asiático…Pinocho-Nixon.

Paul Morris, autor de “Back to Angola”, narra su trauma vital en el conflicto del bush. Según te tragas las páginas, percibes lo arduo de ser sudafricano de habla inglesa en un ejército que veneraba la lengua afrikáans; empeorando la situación su confesión de ser poco amigo del rugby y vegetariano; dos auténticos pecados a ojos del bóer. Mejor estar muerto que diría el Pretorius o Marius de turno…

Llegado el momento, Mari me confesó su apuro pues en mi casa había no pocos indicios de existir un intenso nexo con Africa del Sur. “…Mi hermano estuvo en la guerra de Angola; era piloto de un Mig-23 y combatió en el avispero de Cuito Cuanevale…” Ahí es nada. También me señaló que en un principio se enojó, pues para ella y su familia el ejército sudafricano era el diablo imperialista con el que Fidel justificaba el deber cubano para con los angoleños ante la sombra de una nueva amenaza colonial.

Ahogados sus temores en lo relativo a que no la iba a despedir por ser cubana y que afortunadamente era imposible que yo hubiera estado en aquella guerra con la que tanto he fustigado mi córtex, nuestras conversaciones se tornaron enriquecedoras y, pese a que nunca conocí a su hermano, sí que me leyó cartas y mil fotos me mostró. Recuerdos en sepia de una generación de jóvenes cubanos empujados al precipicio de la guerra para satisfacer el ego de un entonces vanidoso Castro tornado hoy en languideciente anciano barbudo.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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