Se dice que los medios crean la realidad, pero también pueden optar por deshacerla. Es exactamente lo que aconteció con el terrible brote africano de ébola: la noticia sobre la enfermedad desapareció por completo de la pantalla occidental aunque el mal siga cobrando víctimas. De seguir el ritmo, pronto superará 10.000 casos mortales, ante la indiferencia del mundo. He aquí una breve historia reciente de una epidemia que sorprendió al mundo (sin ser nueva) e hizo que el 2014 cerrara con esta enfermedad como protagonista indiscutible del año a nivel salud, aunque ya olvidada. De modo que 2015 comenzó en la más completa indiferencia internacional para los afectados por ésta.
Desde el año pasado el virus fue ganando terreno: del primer caso en diciembre de 2013 en Guinea Conakry, en marzo de 2014 hizo su aparición en la vecina Liberia y dos meses más tarde cobró la primera víctima en Sierra Leona. La OMS a cada semana actualizaba el parte de víctimas y de contagios. Pasaron meses y el más reciente informa 9.714 casos mortales sobre un total de 23.913 infectados, en el primer brote de África occidental que no es el primero del continente. Las cifras oficiales parecieran minimizar los datos puesto que la Cruz Roja reportó unos 14.000 entierros.
Desde poco antes de mediados del año pasado los medios internacionales comenzaron tímidamente a informar de un brote en expansión de ébola en África, aunque, y como siempre, resulta fácil generalizar y hablar como un todo. En cambio, debe aclararse que este brote ha asolado principalmente solo los tres países de África occidental mencionados y en el peor momento, cuando empezó a inquietar fuera, se extendió a vecinos africanos más grandes y poblados, como Malí y Nigeria, a finales de julio. En esta última, la llegada del virus temió lo peor, al ser el país más poblado de África. De un total de 170 millones de habitantes, la enfermedad mató a ocho e infectó a solo 20 habitantes. Una veintena de vidas valen lo mismo que millones pero el gobierno nigeriano estuvo a la altura de las circunstancias y pudo contener la amenaza sanitaria. No fue así en los otros tres países damnificados, aunque representen menos del 1% del PBI africano. Esa cifra explica por qué los medios occidentales no priorizaron el tema. La noticia debe vender y en países pobres no puede haber compradores de vacunas. Los medios, como la salud, son un gran negociado.
El ébola desapareció de los medios pero no de la realidad (aunque esta última al ser tan lejana geográficamente pareciera no existir). Sin embargo, resulta útil recordar que hace poco más de medio año el mundo estaba en un estado de completa paranoia y cualquier presunto nuevo caso fuera de África era motivo de una alarma rimbombante. A propósito, el 8 de agosto de 2014 la OMS había decretado el estado de emergencia a nivel mundial y pocos días después se informaba que la enfermedad cobraba víctimas occidentales, lo que elevó la preocupación y la consternación. Fue primera plana el fallecimiento del misionero español tras ser repatriado, entre otros casos posteriores europeos, norteamericanos y uno cubano. También en España, el caso de la enfermera Teresa Romero generó una honda repercusión mediática y un escándalo en torno a la determinación de responsabilidades por su contagio. El miedo siguió con más infectados no africanos. A fines de septiembre se podían leer titulares que estallaban en temores apocalípticos del orden de pronosticar la enfermedad como epidemia mundial, u otros alarmados ante una eventual mutación del virus. Los más sintonizados con la locura postularon la posibilidad de una cepa que pudiera propiciar el contagio aéreo, lo que hubiera sido peor que un desastre. Sin embargo, el alarmismo no se detiene. En el ranking del desborde de la psiquis, en Liberia se habló de casos de muertos resucitados, de una suerte de inicio de un apocalipsis zombie. La noticia naturalmente fue desmentida poco tiempo más tarde. Esta vez la ficción no superó la realidad. Al 7 de octubre pasado, de 14 occidentales tratados solo habían fallecido dos de ellos, españoles. Finalmente, la noticia del ébola tocó las puertas argentinas, siendo el país tan lejano al área verdaderamente afectada. El 8 de octubre un hombre procedente de Sierra Leona fue internado en un hospital boliviano muy cercano a la frontera con Argentina. El africano estaba sano pero se sabía que tuvo contacto con familiares fallecidos, o al menos eso fue lo declarado al momento de interrogarlo en tránsito hacia nuestro país.
Lo que más preocupa es que el valor de la noticia deja de importar cuando el sujeto emisor no se compromete con su contenido. A resultas de lo anterior, se abandona el drama de quienes sufren, y/o mueren, en este caso unas 22 millones de personas. De un momento en que a cada rato se informaba de casos sospechosos por doquier, por lo menos hace unos 20 días que no se escucha o lee de falsos casos de ébola en algún lugar del mundo que no sea África. Hubo dos falsas alarmas en Colombia y Chile. Un susto, nada más.
Según un modelo matemático, se informó hace tres semanas que el ébola debería acabar a mediados del próximo mayo. Pero para Occidente ha desaparecido hace rato lo cual no puede dejar de impactar porque puede volver a repetirse en cualquier momento. Según la ONG Save The Children, 28 países del mundo tienen peor sistema de salud que Liberia y pudieran sufrir una epidemia similar a la sufrida por este pequeño país africano que no pierde las esperanzas y, junto a sus vecinos, aspira a no tener ébola para 2018-2020, una estimación muy ambiciosa si se piensa que en Sierra Leona y Guinea los casos continúan apareciendo. Por suerte, lo anterior contrasta con un dato esperanzador. La semana pasada Liberia no registró nuevos casos, algo sin precedentes desde mayo de 2014.
Aquí están los africanos, dando batalla a sus problemas y, sobre todo, al principal monstruo: la indiferencia mundial. Si bien la epidemia a nivel regional ya no tiene la gravedad de hace medio año, la ayuda es necesaria y la comunidad internacional solo ha desembolsado algo menos de la mitad de los u$s 5.100 millones prometidos. Se requieren en forma urgente u$s 900 millones. Sin embargo, más importante es pensar en el costo de la recuperación y en terminar de superar el problema. La presidenta de Liberia sugirió algo así como un Plan Marshall para salir adelante. Todo ello en el marco de una reunión de alto nivel de Naciones Unidas y la Unión Europea realizada en Bruselas el pasado martes, de escaso impacto mediático.