Quiero visitar el puerto de Bushrod Island. Desde hace tiempo además, pero cada vez que paso por la isla no lo veo, o lo intuyo como no, tapiado, oculto. Es así como por fin, tras dejar Vai Town y Clara Town hace un rato, descubro unas puertas verdes de hierro que dicen doradamente, “Gateway to Liberia”. Aquí está el puerto. Entro. Llevo más bien una pintita de progre explorador, he de aclarar que soy miembro de la comunidad internacional. Pero los seguritas me van mareando, no les convence del todo mi tarjeta a pesar de que la respetan y una piba, la clave cancerbera de todo, dice “No man”. Lo intento más tarde en otra puerta y me acabo haciendo amigo de un tipo de nombre Musa que la custodia.
Más tarde ha salido la ayudante del director con una minifalda y dos pechos bien puestos sobre un rostro claro, perteneciente a la élite congo. Musa me dice que puedo entrar pero que tengo que rellenar un papel y luego lo tiene que ver el director y que sí que no, total que decido no entrar porque tampoco voy sobrado de tiempo, teniendo en cuenta además de que la isla es más grande de lo que me esperaba. En realidad quiero llegar al mercado de Duala, mezclarme por ahí pero Duala se va alejando cada vez más y más…
Antes le saco una foto a un tipo muy particular. Creo que es él, estoy casi seguro. Ese personaje que se pone a dirigir el tráfico en Monrovia como si estuviese bailando un rap, volviendo chiflado al coche que se le ocurra hacerle caso. Un día, un amigo y yo hablamos con él, de baloncesto, de la vida y todo el mundo sabe por aquí que estuvo metido en un rollo chungo de drogas, que estuvo en Estados Unidos etc.
Me siento en un bar donde un grupo de parroquianos y algún que otro niño visionan atentamente unos dibujos animados de cuento hadas. Me bebo una Coca – cola y miro a una de las dependientes de la barra que está muy seria.
Sigo caminando pero al poco cruzo la carretera. He mirado el reloj y sé que tengo que volver para evitar encontrarme en medio de la nada en medio de la oscuridad. La dureza se endurece en esta parte, hermano. Me da la impresión de que toda Liberia, de que todos los liberianos han salido a la calle y ahora se dirigen frente a mí, como si me fuesen a embestir. No para de pasar gente y no se me ocurre sacar una foto. Al mirar a la izquierda de vez en cuando, descubro vericuetos que serpentean para perderse más profundamente, insinuando una pobreza todavía más acuciante. Otros mundos aún más inferiores.
A veces pasan mujeres vendiendo un pescado que me resulta asqueroso. Está como demasiado frito, o bien se vende otro que parece gelatina… Me encanta encontrarme con una calle que se llama calle Jamaica y mirar a la izquierda y ver de nuevo un camino perdiéndose… Todo esto es Monrovia y sé que esta isla esconde otros mundos en sus calles aledañas, en sus laterales…
Siento que ya no puedo más. Una mujer me agarra del brazo para pedirme algo, otro me dice que le aconseje, que viene de Swazilandia… A veces siento que ya no puedo más, y por un momento noto como si me fuese a desmayar. Sí, estoy notando como me voy quemando a medida que pasan los minutos por aquí. Es un torrente de gente que se me viene encima.
Veo a indios y a libaneses también por aquí, y no entiendo cómo pueden respirar por estos lares y mantener algunos, esos rostros mimetizados con este ambiente. Quiero llegar a mi casa, estoy caminando muy rápido. A la izquierda me encuentro con una iglesia y me acerco a la entrada. Hay un predicador vestido de chaqueta y corbata y unas cuarenta personas sentadas en sillas de plástico. El predicador tiene buena voz, sabe enfatizar los incisos y acojonar al personal que de vez en cuando dice al unísono, “yeah”. Un tipo que se dedica a captar me hace un gesto con la cabeza pero yo le digo que me quedaré por aquí fuera.
Quiero salir de esta isla ya, ya no puedo más, es enorme. Recuerdo que me encontré con un hombre apostado frente a un contenedor de basura y comiendo de las sobras y desperdicios que lo rodeaban con una fruición que daba hasta pena. He visto también como un tipo arrastraba una carretilla cubierta de basura. De una basura muy peculiar, troceada, coloreada, casi como un arco iris vomitado. Sigo, sigo caminando cruzándome con un mercado que debió nacer tras caer una bomba atómica porque Monrovia es California después de que la haya caído la bomba atómica. Consigo sacar una foto por fin sin molestar y por la pantallita veo un todo terreno que siempre se mezclan por estas carreteras. Vuelvo a ver el muro que tapa el puerto y hablo de nuevo con mi amigo Musa que me insiste en que rellene el papelito para alcanzárselo al director y tal. Le digo que veré el puerto en otra ocasión. Como sospechaba, no es fácil entrar al puerto de Monrovia a pesar de que luce orgulloso el nombre de “Freeport of Monrovia”.
Original en : Las palmeras Mienten