Una boda peculiar, por Ángel Gonzalo

28/09/2012 | Bitácora africana

David Ahadzie es el ejecutivo del pueblo. Duerme tres o cuatro horas al día y lleva un año empeñado en hacer funcionar la oficina de turismo de Ada Foah. También da algunas clases en la escuela del Maranatha, vende libros de la iglesia evangélica, colabora con nosotros en el proyecto de apoyo a menores abandonados de Anyakpor y trabaja en la Asamblea del Distrito haciendo papeles. Lleva tres teléfonos encima… uno de ellos escondido en la maleta. Es uno de nuestros mejores “amigos” por estas tierras.

Hace pocos días David se casó con Bernice, profesora de la Escuela Politécnica. Nos invitaron a la boda. Si organizar una celebración en España suele ser un quebradero de cabeza para los contrayentes, piensen cómo es en Ghana, con muchos menos recursos.

Nada es lo que parece

Habíamos quedado con David en que nos recogería un coche en casa el viernes por la tarde, nos llevaría a Peki, el pueblo natal de su novia, nos alojaríamos en la pensión del lugar, participaríamos de la celebración el sábado y el domingo volveríamos a casa.

A las 10h del viernes, David me llamó para decirme que teníamos que salir pitando para Tema, la ciudad portuaria de Ghana, a 30 km de la capital, a unas dos horas de Ada. A las 15h partía el autobús con los invitados. Se había olvidado de avisarnos antes. La otra opción era coger un autobús a las 3 de la madrugada y llegar a tiro hecho a la boda.

Elegí la opción vespertina. Elena y yo estábamos trabajando. Me costó localizarla, ya que atendía pacientes en consulta. Lo logré a las 12 del mediodía y empezamos a correr. Primer error. A las 13:30h parecía claro que no llegaríamos a tiempo de coger el autobús de los invitados. Llamé a David y me dio otra solución. El Bestman/Padrino podría recogernos en un punto intermedio.

Comimos un bocadillo de sardinas de lata -nuestro menú habitual para el almuerzo- apretujados en el tro-tro. Segundo error. Estábamos apurados. El padrino, George, nos acogió con entusiasmo y comenzamos el viaje. Serían las 14h. A medio camino notó que debería lavar el coche. Paramos a hacerlo. Poco después de las 15:30h llegamos a la rotonda de Tema. En ese momento, David nos avisó para que le esperáramos. El tráfico era infernal en Acra, aunque ya estaba cerca. Decidimos hacer tiempo… aunque poco se puede hacer cuando uno está parado al lado de una rotonda.

La espera que desespera

Después de dos horas, intuimos que David llegaría muy tarde. Incluso pensé que quizás se había arrepentido de la boda. Nos fuimos al mercado negro para cambiar moneda. Las ciudades portuarias es lo que tienen. Además de moneda, encontramos ron Arehucas, de Canarias, y ginebra inglesa. Estuvimos a punto de comprar alguna botella. Desafortunadamente, se salía del presupuesto. El reloj siguió corriendo y en vez de David, aparecieron dos alemanes, voluntarios recién llegados a Ada, que habían sido invitados a la boda, a pesar de no conocer al novio ni a la novia y llevar sólo unos días en el pueblo. Pensamos que David necesitaba llenar su cupo de invitados.

Finalmente, el novio llegó más tarde de las 20h, en un taxi con su cuñada y el cámara de la boda. Es decir, nos juntamos en la rotonda: El padrino, el novio, la cuñada, el cámara, los dos alemanes -Michael y Michael-, Elena y yo. Entonces, alguien reparó en que sólo teníamos un coche y cinco plazas. El transporte público a esas horas escaseaba.

El padrino, con buen criterio, decidió que el que tenía que llegar sí o sí era el novio… y que el resto, en fin, ya saben, a buscarse la vida. Quedaban tres plazas en el coche. Elena se instaló en la parte de atrás en un rápido movimiento. Llevábamos esperando más de cinco horas y teníamos derecho de viaje. “Ésa es mi chica”, pensé. Un alemán se sentó junto a ella y otro intentó colarse por mi derecha. Quería el asiento de copiloto. Tirando de canas, hice un requiebro y me adelanté. En un suspiro, el coche se completó. Una seña de David bastó para que el alemán que estaba fuera se acoplara también en la parte de atrás. Viajaríamos seis personas en cinco plazas. La cuñada y el cámara no cabían. Ya llegarían. A nadie pareció importarle.

Hambre

Una vez que arrancamos, mi estómago empezó a rugir. Apenas habíamos probado bocado en todo el día. Pasamos un montón de restaurantes y puestos callejeros, pero el padrino no tenía intención de parar. David iba al teléfono ultimando detalles. Al final, el autobús de las 15h no había partido y los invitados estaban desperdigados en el trayecto. También había problemas con el pastor que oficiaría la misa. Y resulta que la empresa de decoración tampoco tenía todo preparado. Había cierta tensión en el vehículo. Yo sólo pensaba en comer. Elena también.

Una mirada desesperada bastó para que el conductor parara en la cuneta, so pena de ser devorado. Nos arrojamos en busca de alimento. Yo perseguía una salchicha, un pincho de pollo, un pan… qué sé yo, algo rápido, que llenara y que mejorara nuestro humor. Lo encontramos después de vagabundear entre pueblos fantasma. Me seguían en procesión el padrino, Elena, los alemanes y el pobre David con uno de sus teléfonos pegado a la oreja. Encontramos salchichas. Elena y yo trapiñamos… En ese instante, los alemanes se destaparon como vegetarianos. Mala suerte. Les tocaría ayunar.

Volvimos al coche, David cada vez más atareado. Nada parecía funcionar. Al padrino le dio por buscar ayuda divina y puso en el reproductor los discursos del pastor de su iglesia -Greatest hits Lighthouse Chapel international-. Elena nos abandonó entregándose al ipod. El resto nos comimos los discursos sobre el demonio, la virgen y el espíritu santo.

En un momento dado divisamos un control de policía. Imagínense la escena. Un coche con cuatro blancos a altas horas de la noche -en Ghana a partir de las 20h no queda un alma en la calle- con un pasajero por encima de lo permitido. Pude ver cómo el símbolo del dólar se reflejaba en las pupilas del guardia que nos dio el alto. Le colgaba una “fusca” del cuello. Baja la ventanilla y me dice: “¿En su país es normal que viajen cuatro personas atrás?”. Era una pregunta absurda, así que contesté: “Algunas veces”. No debió gustarle porque añadió: “Venga, fuera del coche, los papeles”… o algo así, porque cambió el inglés por el eve y me desentendí de la conversación. Tras media hora de negociaciones pudimos seguir camino. Resulta que el guardia era natural de Peki y al enterarse de que íbamos a una boda allí, dejó escapar a sus presas. No hubo que pagar soborno.

Llegamos a destino pasadas las doce de la noche. Nos acogieron en la casa de la novia. Bernice estaba de morros. Su novio se presenta pocas horas antes de la boda en un coche lleno de blancos y con un montón de preparativos en el aire. La hospitalidad ghanesa les obligaba a ofrecernos comida. Los alemanes cenaron por fin.

Noche gregoriana

Casi nos dieron las dos de la madrugada, tras los intercambios de saludos, las presentaciones y las preguntas típicas. Pregunté con delicadeza si alguien podía decirnos dónde coño estaban nuestros aposentos. Resulta que no había. Como era tan tarde, la pensión había dado nuestras habitaciones a otros invitados que llegaron antes -esta es una fea costumbre en Ghana que invalida todas las reservas que puedas hacer con antelación. El primero que llega se queda con la cama-. No sabían dónde meternos y alguien sugirió que en el seminario de los presbiterianos había celdas libres. Allí pasamos la noche, en una austeridad espartana, con los ronquidos de los novicios, los invitados o quien estuviera al otro lado del tabique como música de fondo.

Ceremonia doble

Nos levantamos a las seis de la mañana para participar en la previa de la boda. Juro que intenté escaquearme. Hubo presentación de familias, de invitados -nosotros también- y comenzó una ceremonia extraña, en lengua local, con muchos cánticos, muchos sermones, mucho follón y mucho sueño por mi parte.

Después de esta fase, nos dieron de comer un plato de arroz y nos condujeron a la iglesia, donde tendría lugar la ceremonia de verdad. Serían ya las 11h y estaba catatónico. La primera parte cabeceamos en la iglesia -aunque los aullidos de los reverendos, pastores y demás autoridades eclesiásticas nos sobresaltaban de vez en cuando-; y para la segunda, nos fuimos al bar en busca de una coca cola. Esto no supone problema en ningún lugar de África -ni del mundo-. La coca cola siempre está presente. El problema es encontrarla fría. Entre que lo hicimos, la tomamos y volvimos… la boda se acabó. Serían cerca de las 14h.

Nos fuimos al banquete, que se celebraba en la explanada del seminario donde habíamos dormido. Cientos de personas pugnábamos por una silla bajo los toldos. Caía un sol de justicia. Enfrente estaba el bufé. Me pareció escaso y por un momento dudé si tendríamos que echar a correr y el primero que llegara comía, y el último no. No pensaba volver a perder, como con la cama. Teníamos hambre. De repente, apreció el encargado de protocolo y fue levantando a la gente por turnos. Guay. Nos tocó al principio. También hubo una danza local.

No había ni gota de alcohol y el menú se componía de arroz y pollo o tilapia, especialidades del lugar, con mucho picante. También había pastel -Elena cogió dos trozos haciéndose la despistada-. Comimos y casi sin terminar me tocó salir a la palestra a dar un discurso. Esto es una costumbre africana. Implican al visitante en todas las celebraciones y ayuda a perder el miedo a hablar en público. Mi turno iba detrás del pastor, que se quedó a gusto celebrando que el novio y la novia no fueran ni homosexual ni lesbiana y pidiendo a gritos a Jesucristo que el diablo no entrara en sus vidas para corromperles. Ante esta altura intelectual, no sabía qué aportar, así que recurrí a un clásico español que la concurrencia repitió al unísono: “vivan los novios”. Incluso pedí un bis.

Original en : Ghaneantes aviso para

Autor

  • Gonzalo, Ángel

    Ángel Gonzalo es periodista, y como el mísmo cuenta siempre soñó con contar historias, viajar a lugares remotos y ayudar a las personas con dificultades. Por lo tanto no es extraño, que se hiciera periodista, e invertiera todos sus ahorros en descubrir otras culturas o que lleve más de una década trabajando en ONG y
    movimientos sociales.

    Periodista en Radio Ada (Ghana Community Broadcasting Services)

    Vicesecretario General at Sindicato de Periodistas de Madrid (SPM)

    Responsable de Medios de Comunicación at Amnistía Internacional España

    Adjunto a la Dirección de Comunicación at Ayuda en Acción

    Responsable de Comunicación en Solidarios para el Desarrollo
    Redactor en Club Internacional del Libro

    En Bitácora Africana vamos a reproducir el Blog de Ángel Gonzalo "Ghaneantes aviso para" donde cuenta su experiencia en Ada, junto a la desembocadura del río Volta, en Ghana.

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