Os voy a contar, con algún detalle, lo que me ha ocurrido desde la última vez que escribí. El viaje a la región del Volta ha sido muy interesante, aunque pasamos muchas horas en las furgonetas. Éramos 35 entre estudiantes y formadores y llevábamos tres furgonetas, una de ellas iba casi ocupada con las maletas de los 35. Nos dirigíamos a una localidad llamada Jesican, situada al este de Ghana y al noreste de Accra, la capital. En el camino nos detuvimos a visitar la presa de un enorme pantano de más de 100 kilómetros de largo que alimenta de electricidad a todo el país. No sé si aprovechan las aguas para regar ya que cuando las necesitarían es en la estación seca y entonces el nivel del agua en el pantano está muy bajo.
Nos hospedamos en la casa de acogida de la diócesis y aunque no había habitaciones suficientes los estudiantes pusieron colchones en el suelo y durmieron tres e incluso cuatro por habitación. Todos los días que estuvimos en Jesican llovió, y algunos días torrencialmente, aunque logramos hacer todo lo que teníamos planeado.
Un atardecer fuimos a cenar a un poblado perdido en el fondo de la selva. Los jóvenes del poblado prepararon unas danzas tradicionales y mientras esperábamos la cena (que fue comida tradicional) se pusieron a tocar los tantanes y la gente se puso a bailar, niños, jóvenes y mayores. Entre los mayores casi todos eran mujeres. Nuestros estudiantes se unieron a las danza y se lo pasaron muy bien. Ya era de noche pero los del poblado se las arreglaron para iluminar un tubo de neón con una batería y la danza se prolongó hasta mucho después de la cena. Luego siguieron discursos muy formales de bienvenida y de agradecimiento, como es común entre los africanos, y de allí, en plena noche (y seguía lloviendo, las danzas tuvieron lugar al interior de la iglesia), volvimos en los coches a la ciudad por un camino muy estrecho a través de la selva más espesa que he visto en mi vida. Menos mal que no nos encontramos ningún vehículo en sentido opuesto.