Un relato mítico fundacional sobre la creación de Ruanda y de los ruandeses

24/03/2015 | Crónicas y reportajes

Introducción

Se trata del resumen de un relato, recogido por el Padre Loupias, de los Misioneros de África (Padres Blancos), de boca de un tutsi emparentado con la familia real ruandesa (LOUPIAS, 1908, “Tradition et légende des batutsi sur la création du monde et leur établissement au Rwanda”, in Anthropos, vol, 3-1, p.1-13). Un relato sobre Kigwa, primer rey de Ruanda e hijo de Dios.

En 2014, vigésimo aniversario del genocidio ruandés, en diversos reportajes periodísticos para recordar tan terrible y cruel tragedia, se escuchó frecuentemente la argumentación de que el antagonismo hutu-tutsi era una creación de los colonizadores – alemanes y belgas – con especial protagonismo en el invento de los misioneros, Padres Blancos, que llegaron a Ruanda a finales del siglo XIX y principios del XX. Así pues, las últimas raíces, y responsabilidades, del genocidio estarían en la inoculación durante el periodo colonial de la división y posterior odio entre los componentes de la sociedad ruandesa. Esta es la tesis oficial que el gobierno ruandés defiende e impone en su pretensión de reescribir la historia. Jean-Pierrre Chrétien, intelectual francés y gran defensor del régimen actual, es uno de los máximos exponentes de esta tesis. Uno de los cantos más conocidos del FPR, ahora en el poder, cuando invadió desde Uganda el norte de Ruanda, decía: “¡Hijos de Ruanda!, es el Blanco quien ha causado todo esto (…) Cuando llegaron los europeos vivíamos unos al lado de otros en un clima de entendimiento (…) Éramos un árbol armonioso, ¡hijos de Ruanda! (…) Hemos sido separados por la división, pero la época del Blanco la hemos superado. Todos somos llamados a unir nuestras fuerzas para construir Ruanda”. La historia así reescrita podría dividirse en tres etapas: 1) la de la armonía y equilibrio pre-coloniales, 2) la de la ruptura causada por los europeos y por la revolución hutu, que han conducido al genocidio, 3) la del fin del genocidio y de la reconstrucción actual de la armonía preexistente, en un Estado donde ya no habría ni tutsi, ni hutu ni twa. Es lo que se enseña en los centros educativos y en los “ingando” (campos de reeducación y concienciación para jóvenes y adultos.

Esta visión del pasado pre-colonial, choca frontalmente con las primeras impresiones de los recién llegados europeos. Pocas semanas después de instalarse en Save (primera misión católica), en febrero de 1900, Monseñor Hirt escribía a su superior general Livinhac: “El país está sojuzgado por los Batusi ou Baima; el resto de la población, los Bahutu, están totalmente esclavizados; al menos éstos últimos vendrán hacia nosotros. Nunca había visto yo a los misioneros tan bien recibidos por la población; se diría que estas pobres gentes suspiraban por nuestra llegada”. Pocos años después, en 1905, los Padres Blancos describían en su crónica trimestral la estructura de Ruanda como enteramente sometida a las reglas del clientelismo: “El mayor obstáculo para la evangelización es la organización gubernamental: el rey tiene como clientes a todos los gran jefes; éstos tienen como clientes a los pequeños tutsi; éstos a los bahutu influyentes; todos forman una masa compacta difícil de atacar; admiten que venir habitualmente al Blanco significa hacerse cliente del Blanco y actuar como rebelde contra el rey; no pueden servir a dos amos, piensan, Dios y el rey”. La cercanía de algunos misioneros a los bahutu era mal vista y juzgada como peligrosa para la estabilidad del sistema clientelar por la administración alemana, que había optado por la “administración indirecta”, esto es, por el mantenimiento y reforzamiento de las estructuras rígidas jurídico-políticas tradicionales pre-existentes en Ruanda. Las directrices de los máximos responsables de los Misioneros de África iban también en el mismo sentido: nada debía impedir el acercamiento al poder tradicional local, ya que de su conversión al cristianismo sólo podían llegar beneficios para la Iglesia (la gracia de Dios se derramaría naturalmente desde lo alto de la pirámide – el rey y la nobleza- social a la base, el pueblo llano).

Es en este contexto cuando el Padre Paulin Loupias recibe, copia y traduce al francés, el relato que sigue a continuación. Es uno de los más importantes textos (cuentos, proverbios, transmitidos oralmente), pero no el único, existentes sobre los mitos fundacionales del reino de Ruanda. No me parece menor añadir el “detalle” siguiente: El P. Loupias, instalado en Rwaza, misión creada en 1903 en el insumiso norte de Ruanda, fue requerido para mediar entre el rebelde jefe norteño Rukara, que no aceptaba la autoridad del rey, y el rey Musinga; no muy convencido aceptó intervenir; esta mediación le costó la vida (un twa al servicio de Rukara disparó varias flechas contra él, en un episodio sobre el que existe cierta confusión). Como consecuencia de las heridas murió en Rwaza el 1 de abril de 1910. Lo que deseo subrayar es que este episodio trágico se produjo en la época en que por órdenes superiores de los PP.BB., se dio marcha atrás en las simpatías de éstos por los hutu, algo que molestaba sobremanera a las autoridades alemanas y a la monarquía tutsi, sobre cuyo control del país el colonizador alemán (y luego belga) se apoyaba.

El relato

(En letra negrilla y entre comillas se transcriben las palabras textuales del relato; en letra normal, un resumen del contenido del mismo)

La creación

En el principio de los tiempos, Dios creó dos países: el Cielo, país de felicidad y paz, y la Tierra, país de miseria y sufrimientos. Los hombres vivían felices en el paraíso del cielo, pero había una pareja cuya felicidad no era plena, ya que la mujer era estéril. Deseosa de tener un bebé; la mujer se dirigió a Dios y Dios, tras recibir los regalos de la mujer, le acordó la felicidad que reclamaba, al mismo tiempo que le dijo: “Quiero darte lo que pides, pero, ¿serás capaz de guardar un secreto? La mujer prometió que nunca lo violaría. Entonces, Imana, tomó arcilla, la mojó con saliva, la amasó, y modeló una figurita humana. Se la entregó a la mujer: “Llévala contigo, le dijo, es el niño que Dios ha formado con sus manos y su boca, colócalo en una vasija que llenarás de leche mañana y tarde durante nueve meses, Cuando sus miembros se hayan desarrollado, lo sacarás. Será tu hijo. Pero, si quieres conservarlo, no violes mi secreto”.

La mujer hizo lo que Dios le había dicho y cuando se cumplió el plazo de tiempo, oyó gemidos y lloros. Sacó al niño, lo lavó y lo colocó en la cama; cuando regresó su marido, ausente, le presentó el niño que acababa de nacer. El marido se alegró, felicitó a su mujer y le ofreció numerosos regalos. El niño recibió un nombre que no conocemos. Nosotros le llamamos Kigwa, porque cayó del cielo.

Habiendo crecido el niño, la mujer, de nuevo con regalos, se dirigió a Dios pidiéndole otro bebé. Dios se lo concedió, fijando las mismas condiciones; modeló con arcilla mojada el cuerpo del hijo. “Nyinakigwa, nombre de la mujer, se lo llevó y lo puso en una vasija cuya leche fue renovando todos los días. Nueve meses después, el niño comenzó a gemir y llorar; la madre lo sacó de la vasija, lo colocó en la cama y comunicó a su marido que había tenido un nuevo hijo. El niño se llamó Lututsi; es el padre de los Bega. Kigwa es el padre de los Banyiginyia, que son los que dan a Ruanda el rey”.

Nyinakigwa, cargada nuevamente de regalos, se dirigió a Dios, una vez destetado Lututsi, para pedirle esta vez el nacimiento de una niña. Dios, fijando las mismas condiciones que anteriormente, le concedió el favor. La niña recibió el nombre de Nyinabatutsi. “Pasaron muchos años; los niños crecieron. En todo el entorno no había iguales a ellos en inteligencia y belleza. ¡Eran los hijos de Imana! Kigwa y Lututsi acompañaban a su padre a cazar y ni sus lanzas y flechas golpeaban en vano. Mataban muchos animales. Su hermana Nyinabatutsi permanecía en el hogar al lado de su madre. Bordaba los más hermosos manteles, trenzaba los más bellos cestos; no había mejor mantequilla que la ella preparaba. Todos admiraban y felicitaban a los felices padres”.

La expulsión del paraíso

Nyinakigwa tenía una hermana pequeña que era también estéril. Deseaba tener un hijo, por lo que abrumaba a su hermana mayor de caricias y regalos para que le revelara el misterio del nacimiento de sus tres hijos. Nyinakigwa terminó por ceder y confesar el secreto. La hermana menor se dirigió a Dios, pero antes su hermana mayor le dijo: “¿Crees que Imana, irritado, te va a hacer caso? ¿Mi culpa no es también tuya? Iré yo primero y si Dios no escuchó nuestra conversación, tú irás luego. Este arreglo fue acordado. Nyinakigwa preparó su regalo y fue a Imana, al que encontró enfadado. No se atrevió a acercarse. Imana la llamó; ella se presentó y saludó. ¿Con quién has hablado?, le dijo Imana inmediatamente. Has violado mi secreto. Tus hijos te serán secuestrados e irán al país de abajo a sufrir y trabajar”. Dios ejecutó este castigo y envió a los hijos de Nyinakigwa a la tierra, donde sufrieron cansancio y pena.

El perdón

La hermana pequeña, inquieta, fue al día siguiente a visitar a su hermana mayor para conocer la respuesta de Imana. La encontró en la cama, llorosa. Nyinakigwa la maldijo y le acusó de ser la causa de su desgracia. Ella se defendió diciendo: “Hija de mi madre, ¿por qué me insultas? Es verdad que yo soy la causa de tu pecado, pero, ¿no soy yo también víctima del castigo? Tú has tenido hijos y has sido feliz y hoy los has perdido y estás triste y los lloras; pero yo ¿he sido feliz un solo día? ¿Lo seré algún día? No he tenido hijos y no espero tenerlos. Hija de mi madre, Imana es bueno, castiga y perdona. Vete a su encuentro; te acompañaré y mis ruegos lo ablandarán”. Las dos fueron con regalos a pedir perdón a Dios; Imana prometió que se apiadaría de los hijos, que mejoraría su destino y les concedería cuanto su madre demandara.

El relator del P. Loupias concluyó: “Nosotros los batutsi somos los hijos de Imana. Nuestro padre vino del Cielo. Nos castigó por un tiempo, pero nos prometió el perdón. Los Bahutu y los Batwa fueron expulsados del Cielo antes que nosotros e Imana rehusó perdonarlos. Si hoy disfrutan de cierto bienestar es porque se lo hemos procurado nosotros. El Rey y los Batutsi son el corazón del país. Si los bahutu nos echaran, perderían sus bienes e Imana los castigaría”.

Llegada de los tutsi a Ruanda e inicio de su dominación

Los tres hijos de Nyinakigwa, venidos del Cielo, cayeron en Ruanda, en Buganza, al lado del Akagera. No tenían nada de lo que disponían en el Cielo: vacas, cabras, pájaros, semillas, hoces, cuchillos, picos, lanzas, flechas. Con determinación, construyeron una choza para protegerse de los animales feroces. Después de padecer sufrimientos, “se dirigieron a Imana su Padre: Imana de Ruanda, ¡tened compasión de nosotros, perdonadnos! Dios les envió el fuego. Dios nos ha perdonado, dijeron y se apropiaron del fuego y lo escondieron entre los árboles del bosque. Desde entonces la leña se quema y los batwa, a quienes Kigwa enseñó a hacer fuego, saben hacerlo y quemar la leña”. Tres días después el Padre les envió granos del paraíso: alubias, bananos, sorgo y todas las hortalizas cultivadas en Ruanda. Se alegraron y agradecieron a Imana. Días después les envió útiles de trabajo: un martillo para la forja, una hoz, un pico, un mango. Los recogieron y se lo agradecieron a Imana su Padre y se pusieron a trabajar. Unos días después era el tiempo de las primeras cosechas.

Sobre la tierra se encontraban los primeros habitantes de Ruanda. “Ya había tres familias: los Basinga, los Bagesera y los Bazigaba. En el bosque también estaban los Batwa. Todos ellos venían del cielo, desde donde sus ancestros habían sido expulsados por un gran pecado. No habían pedido perdón e Imana los había abandonado desde entonces en el estado más miserable. Un buen día, Muzigaba buscaba qué comer. Apercibió una columna de humo que salía de la choza de Kigwa. Se acercó para observar el fenómeno y verlo de más cerca, ya que creía que se trataba de una nube. Todavía no conocía el fuego. Se percató de que, en el entorno de la choza, había campos cultivados, hierbas y plantas que no había visto en otros sitios. Quedó asombrado. Vio luego tres personas, a las que nunca había visto antes, que trabajaban en una esquina del campo. Eran Kigwa, Lututsi y su hermana. Los interpeló: ¡‘hombres extranjeros! ¿Qué hacéis aquí?’. Ellos se giraron para ver quién les llamaba y vieron a Muzibaga. ‘¿Cómo, se dijeron, hay hombres aquí y nosotros no lo sabíamos?’; luego dirigiéndose al recién llegado, Kigwa le preguntó dónde vivía y qué hacía en ese país. Se inició una conversación entre ellos y Kigwa le contó que venía del Cielo, que las plantas que cultivaba se las había dado el Creador para su alimento. Muzigaba solicitó probarlas y Kigwa y Lututsi lo retuvieron para que comiera con ellos. Mientras se preparaba la comida, Kigwa y Lututsi le mostraron sus instrumentos de trabajo y la manera de servirse de ellos. Todo esto maravillaba a Muzibaga: el fuego, la hoz, y sobre todo cuanto Kigwa les contaba sobre el país de arriba, el Cielo”.

”Mientras tanto Nyinabatutsi preparaba la comida: a Muzibaga le pareció excelente y rogó a Kigwa que le diera algo para llevarlo a su familia. Kigwa se lo dio y Muzibaga se marchó encantado. Contó a las gentes de su tribu que había visto a hombres nuevos y cosas maravillosas y les hizo degustar los víveres que Kigwa le había dado. Se decidió de común acuerdo que al día siguiente irían a ver a Kigwa para ver a los hombres de Imana y pedir las buenas cosas que poseían. Se dirigieron al día siguiente a Kigwa, quien les acogió con bondad y les distribuyó unos alimentos. Regresaron contentos. Días más tarde hicieron una nueva visita a Kigwa y le rogaron que les diera nuevamente alimentos. Kigwa deseaba ciertamente satisfacerlos, pero sus provisiones no eran suficientes para todos. Así que les dijo que si querían ayudarle a cultivar, él les daría las simientes. Aceptaron y Kigwa les prestó su pico y hoz a condición de que cultivaran sus campos. La cosecha de los Bazibaga fue extraordinaria: vivían en la abundancia. Los Bazinga y los Bagesera, al enterarse de que sus vecinos habían tenido buenas cosechas, que no padecían hambre, fueron, ellos también, a ver a Kigwa para pedirle semillas y pico. Kigwa actuó con ellos del mismo modo que con los Bazigaba”.

“Pero el pico comenzó a desgastarse. Kigwa y Lututsi buscaron minerales, los fundieron y forjaron otros siguiendo el modelo que había caído del cielo, y luego cortando ramas de los árboles pusieron mangos a los picos y los repartieron entre los súbditos. Llegaron peticiones de todas partes. Todos querían tener el suyo y poder cultivar. Kigwa y Lututsi, al comprobar que no se bastaban ellos solos para fabricar los picos necesarios, enseñaron el fuego y la manera de forjar a los Bahutu. Desde entonces, los Bahutu, ellos mismos, forjan los picos de Ruanda.

Los Batwa, que viven en la selva, vinieron igualmente a ver a Kigwa y le pidieron que los protegiera de las bestias feroces. Kigwa y Lututsi les dieron sus lanzas, les enseñaron a fabricar los arcos y las flechas y así los hicieron súbditos”.

La multiplicación de los Tutsi

“¿Debían permanecer entre ellos o más bien tomar novias de entre los Bahutu y dar a éstos a Nyinabatutsi? Consultaron a Imana y su confianza en él no fue desengañada”. Imana les envió un emisario, Mutabazi, a quien expresaron sus penas, carencias y sufrimientos. ”Puesto que Imana te ha enviado a nosotros para salvarnos, (…) dile que no hay aquí ninguna familia de nuestra raza a la que podamos pedir novias y a la que podamos ofrecer nuestra hermana”. Mutabazi habló a Imana en favor de ellos. Imana agrupó por parejas a los animales del Cielo y encargó a Mutabazi que los llevara al país de abajo y que anunciara a Kigwa: “¡Toro y su hermana, multiplicaos!, ¡macho cabrío y su hermana, multiplicaos!, ¡ciervo y su hermana, multiplicaos!, ¡gallo y su hermana, multiplicaos! (…) ¡Kigwa y su hermana, multiplicaos! (…) Kigwa exclamó que él no se casaría con su hermana, que si Lututsi la quería tomar sería su mujer. Mutabazi replicó: debemos aceptar las palabras de Imana. Ha dicho: ¡Kigwa y su hermana multiplicaos! Obedeced y que Nyinabatutsi sea la mujer de Kigwa. Kigwa dijo entonces: Pero Lututsi, mi hermano, ¿dónde encontrará mujer? Imana no ha dicho nada al respecto, que espere, contestó Mutabazi”.

“Kigwa se casó con su hermana (…) y tuvo seis hijos, tres chicos y tres chicas. Lututsi, que quería fundar una familia, pidió a Kigwa que le diera la hija mayor, pero Kigwa rechazó”. Lututsi recurrió a la ayuda de Mutabazi, quien le llevó al otro lado de la Kagera, a Karagwe, la tierra de los Bega. Una vez instalado en estas tierras, por indicación de Mutabazi se dirigió en plena noche hacia el territorio de Kigwa solicitando a gritos la mano de una de sus hijas. Quedaron en encontrarse al día siguiente. Mutabazi, que había disfrazado a Lututsi, acompañó a Kigwa y a su hija mayor a atravesar el río. Lututsi había preparado un magnífico festín y el matrimonio quedó concertado. Mutabazi, se dirigió a los dos hermanos y les dijo: “Hijos de Imana, vuestro padre se ha apiadado de vosotros y ha colmado vuestros deseos. Poseéis toda clase de plantas y animales para vuestro servicio. A ti Kigwa te ha dado Nyinabatutsi como esposa y tú Lututsi te has casado con la hija de tu hermano. Todo lo que hoy ha sucedido es Imana el que lo ha ordenado. Ahora, regresad a Ruanda y disfrutad en paz de los bienes que Imana os ha dado”. ”Kigwa reconoció a Lututsi y lo aceptó como yerno. Ese mismo día los dos atravesaron la Kagera y entraron en Ruanda. Desde entonces, los descendientes de Kigwa dan sus muchachas a los descendientes de Lututsi y estos dan las suyas a los Banyiginya. Todas las familias de los Batutsi provienen de ellos y de sus hijos. (…) Así pues, Kigwa y Lututsi han traído a la tierra la bendición del Cielo. Eran los hijos del rey del Cielo, el Imana de Ruanda”. Mutabazi hizo un pacto de sangre con Kigwa y se convirtió en su hermano; fue asesinado por unos envidiosos malvados, pero Imana lo resucitó y se lo llevó al Cielo, donde está para ayudar a Ruanda. Cuando sobreviene alguna desgracia al país, su espíritu toma cuerpo en alguno de los hijos del rey y el país es liberado de ella.

Al final del relato el narrador dijo al P. Loupias que esta historia no era un cuento sino que era verdadera y sólo era conocida por los Batutsi y que “cuando un padre, anciano y enfermo, se la cuenta a su hijo, ¡procura que nadie le oiga!”.

Una breve conclusión por mi parte

Parece evidente que este relato emana una ideología legitimadora de la hegemonía de un grupo humano, los tutsi, sobre el resto de los componentes de la sociedad ruandesa: los hutu y los twa. En la mitología fundacional de Ruanda y de la sociedad ruandesa, los tutsi fueron creados y enviados a la tierra desde el cielo para mandar y su superioridad proviene de la naturaleza misma, por voluntad de Dios. La dominación tutsi es algo natural y legítimo. Sobre esta base se construyó el discurso legitimador del sojuzgamiento de la mayoría de la población por una minoría aristocrática; incluso cierto consentimiento del sojuzgado sería un elemento justificativo de la dominación. Sin embargo, el hecho de que colonizadores y misioneros consolidaran y fortalecieran, y hasta justificaran, el entramado de poder tradicional no parece estar en el origen de las tensiones y rivalidades entre tutsi y hutu; éstas preexistían en la época precolonial: conquista y sometimiento de territorios y poblaciones; imposición de la sumisión.

Ramón Arozarena

Para saber más :

– Ian Linden: « Christianisme et pouvoir au Rwanda (1900-1990) ». Karthala, Paris 1999

– Jan Vansina : «Le Rwanda ancien. Le Royaume nyiginya”, Karthala, Paris, 2001

– François-Xabier Munyarugerego : « Réseaux, pouvoirs, oppositions. La compétition politique au Rwanda ». L’Harmattan, Paris 2003

– Stefaan Minnaert : « Premier voyage de Mgr. Hith au Rwanda. De novembre 1899 a février 1900 ». Éditions Rwandaises, Kigali, 2006.

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