Un pueblo digno a pesar de la miseria: viaje al corazón de los campamentos saharauis de Tindouf

6/06/2011 | Crónicas y reportajes

La carretera que lleva desde la ciudad de Tindouf al campamento del 27 de Febrero está asfaltada desde hace varios años. A medida que nos acercamos a este campamento, en el que las chozas con techo de zinc han tomado el lugar de las tiendas de campaña que eran el decorado de esta inmensa y mísera barriada, se perciben los esfuerzos llevados a cabo por el estado argelino para ayudar a estos refugiados expulsados de sus tierras por un invasor que no les reconoce ningún derecho.

La carretera alquitranada termina a la entrada del campamento. El emplazamiento se llama 27 de Febrero, una fecha que recuerda a los saharauis la insurrección armada contra el invasor marroquí. Es un agrupamiento escolar epónimo que reagrupa aulas de escuela, un cuartel de gendarmería, un dispensario y un centro cultural que contiene entre otras cosas un cibercafé. Como en la mayoría de las viviendas del desierto, el “complejo”, construido sobre todo a base de tierra, está pintado en amarillo ocre. La evolución de la vida en estas zonas, custodiada por puestos de control militares que no incomodan a nadie que esté de viaje por aquí, también está simbolizada por esas antenas instaladas por Argelia-Telecom. Ofrecen conexión telefónica e Internet a estos habitantes aislados del mundo desde hace unos treinta años.

Además del teléfono, los habitantes de este campamento de refugiados, al igual que los de otros emplazamientos, están enganchados a la red eléctrica que les abastece de energía permanentemente y a buen precio. Los esfuerzos de las autoridades argelinas ya no se limitan al aspecto humanitario. Van más allá.

Sentada en una alfombra “made in Sahara”, Zagharit, de unos cincuenta años de edad, teje objetos a mano. Acompañada de otra “colega”, esta abuela trabaja en el seno de la cooperativa de las mujeres saharauis de los campamentos de refugiados. A su alrededor se amontonan en este minúsculo local construido con piedras y arcilla, todo tipo de objetos artesanales. Encontramos allí bolsos, banderines, banderas e incluso frescos murales. Todo está fabricado con la voluntad de estas mujeres que no saben lo que la palabra “cansancio” significa. Desde el amanecer, grupos de mujeres de todas las edades se dirigen hacia ese taller, el único que posee la RASD (República Árabe Saharaui Democrática). Pero a diferencia de Zagharit que trabaja de forma manual, unas diez mujeres trabajan en un verdadero taller, en una especie de tienda no lejos del tenderete principal. “Trabajamos para ayudar a nuestras familias y para reemplazar a los hombres que están ocupados con la guerra”, nos cuenta nuestra anfitriona que sigue tejiendo un bolso. “Vendemos aquí mismo nuestros productos a los humanitarios europeos y argelinos que vienen por aquí”, nos dice.

En el interior del taller, Fatma Bent Handou, la directora, ejerce de mujer para todo. Además de la dirección de la fábrica, esta quincuagenaria también se ocupa de la venta de los productos expuestos a la entrada del hangar que alberga “las máquinas”. Entre dos ofertas de precios dirigidas a los humanitarios españoles, Fatma nos cuenta sus impresiones. “Damos empleo a 32 mujeres. Cada tres o cuatro meses, repartimos equitativamente las rentas de nuestro esfuerzo”, dice con orgullo. Por lo tanto, cada tres o cuatro meses cada una de las mujeres que trabajan en la cooperativa percibe un salario de 3.000 ó 4.000 dinares argelinos, DA, [28 ó 38 euros]. Parece irrisorio. Pero en las duras condiciones de vida de los campamentos de refugiados saharauis cada céntimo cuenta. Hay que decir que el asunto no es nada fácil. Ya que si los precios ofertados son a veces elevados – un monedero cosido a mano puede llegar hasta los 6 euros – los productos encuentran difícilmente comprador, ya que sólo se venden in situ. La casi totalidad de los habitantes de los campamentos de refugiados de Tindouf viven de la ayuda humanitaria internacional. Es cierto que desde hace algunos años, los tenderetes, por lo general construidos de cualquier manera, proliferan por todas partes alrededor de los campamentos. A mediados del mes de abril, uno puede permitirse yogures, galletas hechas en Argelia o incluso pan, a precios razonables, a veces algo menos caros que las tarifas habituales en Tindouf, la ciudad de donde provienen. En las “boutiques” de este campamento de refugiados, llamadas “tiendas” en español, no hay ni fruta, ni legumbres, ni carne. Sólo se encuentran en algunas tiendas. Sin embargo, estos alimentos son más que vitales para un adecuado funcionamiento del organismo. Y aunque haya disponibilidad, estos productos no están al alcance del paupérrimo bolsillo de los saharauis. Para cubrir el déficit alimentario, las organizaciones humanitarias reparten, en el mes del Ramadán, fruta y legumbres frescas. El resto del año, “las organizaciones humanitarias reparten mensualmente un kilo de cada producto por habitante”, asegura Fadili, un joven militar que vive de realizar chapuzas fuera de sus horas de movilización. Como ejemplo, una familia de 4 personas recibe una ración de 4 kilos de arroz ¡¡¡¡por mes!!!! Con lo que aguantan tan sólo una semana. Pero siempre es “mejor que nada”, suspira nuestro interlocutor. Como muchos de sus compatriotas, Fadili vive en casa de sus padres. A los 21 años, este joven militar ha dejado la escuela para ayudar a su padre y a su madre a superar las dificultades de la vida.

Escolarizado en Boussaâda (vilayato de M´sila), Fadili tuvo que renunciar a la escuela al final del Instituto. “Tenía que alistarme en el ejército. Luego, quise ayudar a mi padre”, nos dice al mismo tiempo que prepara el té, una verdadera pasión en estas comarcas desérticas. Su madre, Mennou, es la alcaldesa del “5º municipio” del vilayato del “27 de Febrero”. Entre las tareas domésticas y sus responsabilidades en el “ayuntamiento”, esta quincuagenaria siempre está disponible. No se queja casi nunca. Prueba de su compromiso, no ha asistido al Congreso de la Unión de mujeres saharauis que tiene lugar a escasos metros de su casa. “Tengo mucho trabajo”, se justifica.

Aminatou Haïdar, el icono

Si se queja, es únicamente para maldecir el régimen marroquí, responsable a sus ojos de las desgracias de su pueblo. Se enorgullece al anunciar que Aminatou Haïdar es prima de su marido. “A pesar de la represión, se negó a aceptar el pasaporte marroquí ¡Gritó alto y fuerte que es saharaui!”, atestigua con orgullo. Aminatou Haïdar es un verdadero icono para los saharauis. Viviendo en los “territorios ocupados”, el retrato de esta infatigable militante por la liberación de su pueblo está prácticamente en todas las casas de los saharauis. Al lado de los de El-Ouali Moustapha Sayed, fundador del Polisario, y del actual presidente de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), Mohamed Abdelaziz. La señora, que acaba de recibir el estatus de ciudadano honorífico en Italia, destacó el año pasado por una huelga de hambre que duró 32 días. Protestaba contra las autoridades marroquís que le negaban la entrada a El Aiún sin pasaporte. Simplemente se negó a mostrar su pasaporte marroquí. En cambio, eligió poner la mención “saharaui” en la casilla “nacionalidad” de la ficha de la Policía del aeropuerto de la ciudad que los saharauis consideran su capital.

El sistema educativo saharaui está en proceso de construcción. Además de algunas escuelas dispersas por varios lugares dentro de los campamentos de refugiados, hay algunas guarderías financiadas por las ayudas internacionales. Una de ellas está situada en el campamento del “27 de Febrero”. Se ha bautizado con el nombre de guardería “Ibrahim Mokhtar”, nombre de un mártir saharaui. La guardería cuenta con algunas salas y un patio, y dispone de tres secciones, una de las cuales dedicada a la enseñanza preescolar. “Damos clases de lengua y aritmética, además de deporte”, nos dice N´guia Sidha, la directora adjunta. Ella y sus colegas perciben “una ayuda” de “10.000 DA” cada tres meses. Esto no les impide trabajar con mucho tesón.

En las escuelas, el mismo plan. Los alumnos siguen el programa argelino en el ciclo de primaria, con excepción del segundo idioma que es el español en vez del francés. Después del examen de aptitud, los alumnos son orientados hacia los colegios y liceos argelinos o españoles. En la universidad, los saharauis estudian sobre todo en Argelia y en España. Sin embargo, otros países acogen un número limitado de estudiantes saharauis. Estos son Francia, Libia y Egipto.

A pesar de la adversidad, los saharauis de los campamentos de refugiados no dejan de lado la cultura. En el centro cultural Naâja, situado en el complejo del 27 de Febrero, nos hemos encontrado casualmente con miembros del Teatro Nacional Saharaui. Formada por varios comediantes, a cargo del Ministerio de Cultura situado en Rabouni (sede provisional del gobierno saharaui en el exilio, situado 25 km al sur de Tidouf), la troupe teatral quiere ser un acompañante del combate de liberación de los saharauis.

“El teatro ha acompañado a la revolución desde el comienzo”, atestigua Najem Hen-Kacem, comediante y autor. Los hemos sorprendido preparando una obra titulada Sinfonía del comienzo, interpretada con ocasión del 6º Congreso de la Unión de las mujeres saharauis. “Al principio, los saharauis no apreciaban nuestro trabajo. Pero han terminado comprendiendo que lo que hacemos es en favor de la lucha”, nos dice. A pesar de la falta de medios, la troupe del Teatro Nacional Saharaui ha interpretado varias obras e incluso ha actuado en 2009 en el Teatro Nacional Argelino con ocasión del Festival panafricano.

El transporte de viajeros es una de las escasas actividades que realizan los saharauis de Tindouf. A menudo propietarios de vehículos todoterreno que compran en Mauritania, estos transportistas atraviesan durante varios días la frontera que separa su país de Mauritania para llevar comerciantes a Nuakchot o a Nuadibú, a cientos de kilómetros de distancia. “Hago el trayecto en 7 días y 6 noches”, atestigua Mohamed, hombre en la cincuentena. Este hombre confiesa llevar 7 personas a la ida y otras tantas a la vuelta. El precio del asiento es de unos 5.000 DA únicamente la ida. Todos los viajeros son saharauis. “Los argelinos no van allí”, nos dice.

Los viajeros saharauis que van a Mauritania lo hacen a menudo para realizar buenos negocios. Allí compran productos a buen precio que venden en los campamentos. De ese modo esperan ganar dinero y permitir a sus conciudadanos comprar artículos domésticos a menor precio que los que compran en Argelia. Para justificar este comportamiento, los saharauis dicen que los aduaneros mauritanos son vulnerables. “Con 200 DA puedes sobornar a cualquier funcionario mauritano”, confiesan algunos jóvenes que encontramos dentro del campamento del 27 de Febrero. ¿Y el tráfico de droga? “Aquí nunca”, zanja un comerciante saharaui. Según él, “puede haber traficantes como en todas partes, pero los narcotraficantes no pueden entrar dentro de los campamentos”. Por otra parte, los saharauis cuentan que la situación se ha puesto muy difícil para los contrabandistas y los narcotraficantes. “Argelia ya no tolera más ese tipo de comercio. Desde ahora, el ejército argelino utiliza la aviación para bombardear las caravanas de traficantes”, nos cuentan.

A pesar de la miseria, la sociedad saharaui es muy abierta. Matriarcal por excelencia, se caracteriza por una tolerancia sin parangón en la región. Sin auténticos lugares para el ocio, las mujeres saharauis están prácticamente en situación de igualdad con los hombres. Se pasean con total libertad sin la restricción “machista” conocida en otras sociedades musulmanas. Sin embargo, la mayoría de los saharauis son practicantes. Pero profesan un Islam mucho más abierto y tolerante. ¿La prueba? La presencia casi permanente de extranjeros dentro de los campamentos no molesta nunca a sus habitantes que sin embargo se aferran a sus tradiciones. El acceso a los campamentos es minuciosamente filtrado. Dos controles, uno del ejército argelino y otro más lejos, de gendarmes saharauis, aseguran el lugar.

Las salidas y las entradas de los saharauis son controladas por un simple trámite administrativo. Pero nunca hay restricciones. “Puedes ir allí donde quieras”, atestigua Fadili que se congratula de que los campamentos no estén infestados de terroristas. “Los terroristas no vienen nunca aquí”, nos dice.

En resumen, el visitante de los campamentos de refugiados saharauis – a imagen de una delegación de elegidos franceses que tuvieron que verificarlo el pasado 22 de abril – descubre un pueblo sediento de libertad. Un pueblo digno, que vive con serenidad, a la espera de recuperar su independencia.

De nuestro enviado especial en los campamentos de refugiados de Tindouf.

Ali Boukhlef

Publicado en “La Tribune”, Argelia, el 17 de Mayo de 2011.

Traducido por Juan Carlos Figueira Iglesias, para Fundación Sur.

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