La historia reciente de Burundi está llena de dolor y esperanza, de lágrimas y sorpresas. Hoy podríamos hablar de esperanza guardando todas las precauciones. La esperanza de un país reconciliado y próspero, abierto al mundo y peregrino en las sendas de la democracia. Pero, todo dependerá de un hombre y este hombre es Evariste Ndayishimiye.
Cuando el país entró en las elecciones presidenciales, el 20 de mayo de 2020, todo el pueblo cortó su respiración por miedo a lo que podría pasar. El pasado de Burundi está tan repleto de episodios violentos que cualquier momento de tensión nacional puede abocar a unas escenas de violencia colectiva. El presidente Nkurunziza había sorprendido a todos renunciando a un cuarto mandato que sin embargo le otorgaba la nueva Constitución votada en 2018. Contra todo pronóstico había elegido al general Evariste Ndayishimiye como sustituto, dejando de lado al presidente de la Asamblea Nacional, Pascal Nyabenda, que estaba dado por favorito. Por lo visto, los generales que tienen las riendas del poder quisieron que uno de ellos se hiciera cargo del relevo.
Al proclamar los resultados, como era de esperar, el candidato oficialista fue proclamado ganador y para sorpresa de todos, el opositor, el siempre rebelde Agathon Rwasa, no invitó a sus seguidores a las manifestaciones, lo que hubiera ocasionado inexorablemente enfrentamientos entre las milicias del poder (Imbonerakure) y la juventud de la oposición. Fue la primera sorpresa.
Según la Constitución, el nuevo presidente tenía que jurar el cargo el 20 de agosto pero entre tanto algo dramático pasó. El presidente saliente, Nkurunziza, falleció de una muerte repentina el 9 de junio. A partir de este momento se temió lo peor. En efecto, los fantasmas del pasado nunca están lejos. Sin embargo, los actores políticos parecen haber entendido que un Burundi ensangrentado no beneficia a nadie. Hizo falta mucha cordura y mucha sensatez. El Tribunal Constitucional dictaminó que el nuevo presidente electo tenía que jurar el cargo cuanto antes, evitando así una incierta transición que podía alentar los apetitos de los que siempre quieren pescar en aguas revueltas. Fue la segunda sorpresa.
El 18 de junio de 2020 Ndayishimiye juró el cargo. El futuro está sobre sus hombros. Todo dependerá de sus decisiones. Los desafíos son enormes. En primer lugar tendrá que crear condiciones favorables para que los exiliados de la crisis de 2015 puedan volver sin miedo a represalias. Muchos creen que la disolución de la milicia Imbonerakure puede ser una buena señal en este sentido. En segundo lugar tendrá que hacer esfuerzos diplomáticos para volver a colocar el país en la órbita de las naciones de dónde fue expulsado poco a poco hasta quedar recluido sobre sí mismo. En tercer lugar deberá poner en marcha la economía que actualmente está por los suelos por falta de financiación y de inversiones exteriores. En paralelo, el nuevo presidente tendrá que ir consolidando la democracia, abriendo el espacio político y favoreciendo la prensa libre sin poner en peligro la seguridad nacional.
Ndayishimiye es un hombre de una cierta reputación de moderación y de diálogo. Nacido en 1968, se unió a la rebelión hutu en 1995, poco después de escapar a una matanza de estudiantes en la Universidad de Bujumbura. Fue ganando galardones al mismo tiempo que combatía el poder tutsi, sobreviviendo varias veces a la muerte segura junto con Nkurunziza y otros combatientes. En 2003, después de la firma de los acuerdos de Arusha, se integró en el ejército nacional. En 2005, fue nombrado Jefe de Estado Mayor adjunto del ejército con el rango de general.
Durante mucho tiempo fue hombre de confianza de Pierre Nkurunziza y ocupó varios puestos de responsabilidad política y militar. Está casado, tiene 8 hijos y se declara un ferviente católico. Algunos analistas de la situación de Burundi le califican como el menos malo de los posibles sucesores de Nkurunziza. Que se sepa, no tiene en su expediente ningún episodio que pueda dañar su imagen. Por tanto, las tiene todas consigo para tener éxito. Todo dependerá de su capacidad para marcar las distancias con el pasado sombrío sin cortar necesariamente el cordón umbilical que le relaciona al patriotismo.
Original en: Afroanálisis