Burnt Forest es un pueblecito del noroeste de Kenia, cercano a la ciudad de Eldoret, la patria de la mayoría de los deportistas que han encumbrado de oro y de gloria al atletismo de este país. En esta zona de Kenia se pueden apreciar claramente las secuelas de la terrible violencia que asoló el país en los primeros meses de 2008, después de unas contestadas elecciones generales y presidenciales.
Uno mira las hileras de casas y de tiendas, y se puede percatar de cómo la destrucción fue altamente selectiva. Se quemaron solamente ciertos edificios residenciales o comerciales, muchos otros colindantes con los primeros no sufrieron daño alguno: se intentaba intimidar e incluso eliminar al «extranjero» de una zona que la tribu local consideraba como propia.
Después de un año, muchos de estas casas quemadas no han vuelto a ser habitadas. Igualmente, las tiendas abren pero las que se vieron afectadas por aquella selectiva destrucción siguen languideciendo en soledad y abandono como si hubieran sido afectadas por una misteriosa peste que evita que cualquier humano las rehabilite.
Parece ser que las heridas de este doloroso periodo no solo han quedado reflejadas en las casas, sino también en los ánimos de las personas, unas todavía dolidas por la violencia a las que se las sometió simplemente por pertenecer a «la otra tribu» o a la otra opción política, otras con remordimiento por haber caído en la trampa de ser azuzados políticamente y haber sido agentes de violencia y destrucción en unos días de sanguinaria orgía y odios desaforados.
El Centro para los Derechos Humanos y la Democracia, una institución local, decidió crear una innovadora iniciativa destinada a canalizar tantos sentimientos encontrados que las personas guardaban tan celosamente. Inauguraron un «libro del arrepentimiento,» un espacio donde tanto las víctimas de la violencia como los perpetradores de la misma puedan escribir sus sentimientos y sacar fuera tanta emoción reprimida para la que no ha habido hasta ahora canales adecuados de expresión.
El libro del arrepentimiento está accesible todo el día en una pequeña oficina de Burnt Forest, a la cual peregrinan multitud de ciudadanos para dejar plasmada su vivencia de aquellos días o simplemente para ver los que otros han escrito. Según los responsables de esta iniciativa, la gente tiene anhelos de hablar a sus vecinos y reclamar la armonía perdida, restableciendo los antiguos lazos de amistad. Por ejemplo, más de 100 clérigos de diferentes iglesias han escrito en el libro pidiendo perdón por no haber estado a la altura de su vocación de servicio y, en algunos casos, también por haberse dejado llevar por los sentimientos de aquellos días y «haber bendecido a los guerreros y las armas» que sembraron de violencia y sangre pueblos enteros de la geografía keniana.
Ciertamente, no todo es positivo. Hay personas que declaran haber hecho atrocidades pero no muestran remordimiento alguno lo mismo que hay víctimas que, agobiadas en la amargura de los lacerantes recuerdos, no son capaces de perdonar y menos aún de olvidar. Es, sin duda, una expresión de lo peor y de lo mejor que alberga la siempre compleja alma humana.
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