Han sido innumerables las veces en las cuales diferentes personas me han pedido que les oriente sobre a qué Organización No Gubernamental deberían confiar sus donativos. Es normal que, dada la picaresca que también ha afectado a los sectores de la ayuda, uno quiera que el dinero que uno ha puesto aparte con esfuerzo y desinterés para compartirlo con otras realidades y personas llegue a su fin gestionado por organizaciones serias, comprometidas y transparentes. Ante tales preguntas, siempre he respondido que para mí Manos Unidas era una de las organizaciones cuyo impacto he podido ver en el terreno y por tanto la he puesto siempre como ejemplo.
Ahora, 50 años después de la iniciativa de aquel benemérito grupo de mujeres de la Acción Católica que quiso afrontar de cara el vergonzoso desafío de erradicar el hambre del mundo, la cruda realidad es que el hambre y el subdesarrollo siguen siendo una de las plagas de la humanidad. Aunque no hayan ganado todavía esa dura guerra, en este medio siglo Manos Unidas ha ganado innumerables batallas contra la ignorancia, el hambre y el subdesarrollo. Soy consciente de la seriedad y la responsabilidad con la que llevan a cabo su importante labor, defendiendo hasta el límite el buen uso de los fondos de los que disponen ya que en muchos casos vienen de economías modestas pero profundamente solidarias. Por esto y por muchas otras razones me alegro profundamente de que hayan recibido el galardón del Príncipe de Asturias a la concordia.
Hace 50 años este puñado de mujeres comenzaron un grupo que – aunque nacía al calor de la Iglesia Católica e inspirada en valores cristianos – decidió concentrarse en proyectos no pastorales de desarrollo humano integral y con su tesón consiguieron que la “Campaña contra el Hambre” fuera uno de los hitos solidarios fundamentales del año y una oportunidad para concienciarse del escándalo que suponía una humanidad que podría solucionar el problema de la desigualdad y la mala distribución de recursos si invertía sus valores y sus prioridades geoestratégicas. Sin saberlo, fundaron una de las primeras oenegés del panorama español y ahí han seguido. En las últimas décadas, miríadas de grupos igualmente enfocados a la lucha contra la pobreza han invadido todo el espectro social e ideológico. Han surgido muchas otras organizaciones con mucho más poderío a la hora de recaudar fondos, más potentes para visibilizar mediáticamente sus logros, con campañas mucho más llamativas e incluso más agresivas y atractivas, con claros apoyos por parte de financiadores públicos, con más efectivos y estructuras en el terreno… pero Manos Unidas, lejos de desanimarse, ha continuado calladamente con su labor de desarrollo. No tenía tantos “profesionales de la cooperación” ni muchos analistas del desarrollo entre sus filas, nunca fueron de las organizaciones que chupaban cámara o buscaban protagonismo, ni tenía “cow-boys humanitarios” con chaleco caqui y navaja multiusos que le dieran a sus proyectos ese peculiar aire de aventura y de heroismo del cual parecen hacer alarde otras organizaciones de solidaridad más postiza. A pesar de recaudar mucho más que otros grupos más pequeños y chillones, decidían pasar siempre a un segundo plano y dar el papel principal a los empobrecidos de este mundo y a las contrapartes que llevaban a cabo su labor en el terreno.
Manos Unidas siguió en la brecha, a pesar de fallos y claras crisis como fue el pico que les costó la participación en la fraudulenta gestión de Gescartera. Aunque entre sus filas hubiera gente sin escrúpulos que, como en todos los grupos sociales, quiere hacer ganancia de río revuelto, el núcleo de la organización no se amilanó ante esta contrariedad y recobraron la confianza de sus colaboradores continuando con su ruta solidaria hasta el día de hoy. Después de los días de hiel, llegan los días de miel y ahora, con este galardón, se ve recompensado el tesón y la santa audacia de quienes creen profundamente en lo que hacen.
He visto a personas de Manos Unidas en el terreno, tratando con respeto y con admiración a tantas contrapartes de la organización que llevan a cabo los proyectos en el terreno. No viven de dietas ni de suculentos pluses de riesgo, … y si se toman una cerveza no se la cargan a los “gastos varios” de la organización sino que se la pagan de su bolsillo. Así de serios (habría que decir más bien serias, ya que el grueso de la organización lo siguen siendo muchas mujeres comprometidas con la causa de la justicia) son ellos y ellas con la causa a la que dedican muchas horas de su semana laboral. Doy fe que sus proyectos no son “meros trámites” para “hacer caridad” y distribuir el pescado, sino que son instrumentos para enseñar cómo pescar y hacer que las personas – más allá de creencias, color, condición social y mentalidad – alcancen un nivel mejor de vida con dignidad y con perspectivas de autogestión y autosuficiencia.
Pues nada, ya está bien de pícaros solidarios, de zascandiles y rambos organizando caravanas y visitando proyectos con GPS y ropa de marca, no todo va a ser oenegés que engañan al donante y denigran el nombre de la solidaridad. El bosque que crece siempre hace menos ruido que el árbol que cae y Manos Unidas es y esperamos que siga siendo uno de los mejores ejemplos de lo que pueden hacer unas personas mínimas con una desmedida pasión por la justicia y una voluntad inasequible al desaliento.
original en : http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php