Un día me fui a eso (1), por Nuno Cobre

8/07/2011 | Bitácora africana

CÓMO LLAMARLO? ¿Selva? ¿Jungla? ¿Bosque? ¿Espesura? ¿Frondosidad? ¿Arboleda? ¿Suegra? Definitivamente no hay un término lo bastante preciso en español para definir el sitio al que me dirijo. En inglés se le suele generalizar con los términos field o bush, los cuales me resultan mucho más acertados. Pero al traducir al español field o bush, nos salen palabrotas como terreno, arbusto, monte, prado, campo. Campo tiene un pase, como la de la farmacia, pero tampoco me acaba de cuadrar ¿Selva? No, imposible, no puedo llamarlo selva. Tampoco puedo calificarlo como jungla por la sencilla razón de que estaría cayendo en la exageración, en la mentira, en el ¿conradismo? Disculpen la herejía si la hay.

Y eso que autores como Onetti aconsejaban aquello de “miente siempre”. En literatura, en el cine, lo siento, lo siento, se resume la vida, se selecciona lo relevante, se disecciona la realidad, se escoge el espectáculo, se buscan consumidores y de pronto todo son serpientes, elefantes, cocodrilos, negros con cuchillos… Lo siento, lo siento, la vida es algo más que el show. La vida es algo más que una exageración, unas mentiras, la vida es mucho más que todo eso. Reconozcámoslo, todos perdemos tiempo en el baño, todos dormimos, todos estornudamos. Pero eso no vende.

Aunque tampoco me convence la tendencia contraria, esa que cae en un hiperrealismo tan de moda actualmente en el cine europeo por ejemplo, el cual me acaba por cansar por su falta de ritmo, básicamente. Y por su rollo progre barato. Sí, no voy a grabar a nadie durmiendo seis horas como Wharhol, tampoco es eso. Ni el circo ni el baño. La vida. Un Héctor Alterio, la naturalidad. Por ahí. Me siento oh capitán, mi capitán, como si le hubiese revelado a un niño de siete años el secreto de los Reyes Magos. Como si le hubiese dicho, “son ellos, los que duermen ahí al lado y te acarician”. Que miedo tío. Sin circo. ¿Sin ilusión? Al fin y al cabo, la verdad es una manifestación más, casi siempre absurda, insuficiente, imposible de demostrar y absolutizar, y lo siento, lo siento, también puede llegar a ser aburrida.

Por eso no encuentro el término ¡diantres! (toma ya) porque jungla sería una gran mentira, lo mismo que selva y un bosque no es joder ¿Espesura? La palabra espesura no es lo suficientemente visual, es como si Jeff Hornacek se convirtiese en el líder. ¿Arboleda? Corto, muy corto, suena a jardín, me sale Alberti, pero eso es otra historia, y tan bonita ¿Frondosidad? Frondoso es, pero salir con frondosidad es como salir con una mujer aburrida y con gafas y muchos uniformes de cuadritos y deberes por la tarde. Sin miradas.

Perdón, voy a levantarme a buscar el diccionario. Ya estoy aquí. Ahora estoy vivo, tío. Fíjate que en realidad ‘jungla’ podría valer porque el tocho este la define como “terreno cubierto de vegetación muy espesa, propio de zonas cálidas y húmedas” ¿es o no es? Y ahora encuentro ‘selva’ y dice “terreno extenso, sin cultivar y muy poblado de árboles”. Chas, no nos vale porque es cierto que al sitio al que me dirijo está poblado de terrenos extensos y poblados de árboles, pero a su vez hay muchas parcelas cultivadas. Berenjenas, cebollas, quingombós ¿se dice así? Y otros derivados del sulfuro, el litio y las lluvias torrenciales que terminan en una ventana con un fondo entre negruzco, azul marino y una carta que no llega. No nos vale, en resumen. Y que no, que no lo voy a llamar jungla, porque sería como llamar al chófer exótico, tocarle los huevos vamos, porque exótico ¿qué? ¿quién es la referencia hermano para que lo diferente a ese punto cardinal al que no votó nadie sea exótico? A lo mejor el exótico eres tú con tu corbata y tus cinturones y tus zapatos camper y tu manía de leer este blog. Y una carta que no llega. Y un fondo negruzco, entre azul marino y siete suspiros un lunes por la mañana. Que ganas de meterme en un cuadro de Hockney, tío. Ese de California. El de la piscina.

Ocurrió que.

A las ocho y algo de la mañana entro en la furgoneta y arrancamos hacia Bargu. El verde es bosque, creo que llueve porque ya no se ve casi nada. Me noto quemado, una espina arañándome el iris. En realidad es un simple estrés, una preocupación cotidiana, que aburrido es la aventura tío, me digo. Me digo ahora que escribo. No sé si me lo dije entonces. Es increíble.

El parabrisas descubre algunas luces, creo, gente pasando, creo, bordes humanos. El chófer ha notado que ya he dejado de darle vueltas a la cabeza porque cuando ya llevamos unos cuarenta y pico minutos de viaje me sonríe, me enseña los dientes. O tal vez le sonreí yo primero. Y sé, de eso si estoy seguro, que cuando le dije mi edad me respondió con un, “Nuno, eres muy joven”. Pues sabes que te digo, ¡gracias compañero! Y así, rodeados de eso, de bosque de verde, de árboles de árboles, atravesando de vez en cuando ríos (ahí lo llevas por fin), vamos introduciéndonos en eso que es eso pero a lo que se llega por medio de una carretera. Ay, la carretera rompiendo la buena onda aventurerita…

¿Las aspiraciones del chófer? Si mal no recuerdo, era alimentar a sus hijos, aunque a lo mejor eso me lo dijo otro, porque si mal no recuerdo, este chófer me dijo que tenía varias amigas, si mal no recuerdo. Creo recordar ahora su sonrisa amarilla cuando me desveló su hazaña. Todo es amarillo.

Poco después, el chófer se paró en medio de la carretera, se bajó del coche y de otro todo terreno salió otro chófer al que he olvidado y que siguió manejando. Una hora más tarde, ya estábamos en el pueblo.

Original en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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