En un pequeño recinto a las afueras de Baidoa, fuertemente custodiado, un equipo secreto está trabajando para debilitar al grupo militante islamista de Somalia, al Shabab, desde el interior.
“No podemos resolver este asunto militarmente”, dijo Mohamed Hussein, quien dirige un programa de “desvinculación” para miembros de al Shabab con sede en Baidoa, cerca de la frontera con Etiopía.
Aunque al Shabab ya no controle la ciudad o el campo de alrededor, los ataques siguen siendo frecuentes. En total son 80 los miembros de al Shabab que están siendo alojados en el campamento, antiguos miembros del grupo terrorista. El programa está financiado por Alemania, y Gran Bretaña apoya a otro campamento similar en Mogadiscio, donde la entrada de periodistas no está permitida.
Dados los miles de militantes de al Shabab, los técnicos se preguntan constantemente si este intento no supone sólo una gota de un gran océano, a lo que Hussein responde: “Por supuesto que no. Si somos capaces de avanzar y hacer más trabajo de este tipo, creo que podemos superar [a al Shabab]”. “Esperamos que la gente de aquí pueda contar que han sido todos bien recibidos, que no hay necesidad de morir en la selva”, añadió.
Uno de los presentes en el centro, de 30 años y que había sido tendero en Buur Habaka, explicó que se unió a al Shabab sin obligación alguna, haciéndolo después de que los militantes llamaran a los ciudadanos para morir por el Islam”. Este individuo, que sirvió como recaudador de impuestos para al Shabab explicó que recogían el dinero que los camiones traen en las mercancías desde Mogadiscio, llegando a recaudar unos 6 millones de dólares al mes. “Incluso después de que el gobierno tomara la zona, todavía recolectábamos 2,4 millones”. Mientras continuaba relatando su actividad dentro del grupo, reconoció que “fueron atrocidades que me hicieron usar mi cabeza y salir de allí. Me di cuenta de que estas personas eran terroristas”.
“Al Shabab aterroriza a su propia comunidad, obligando a la gente a dar más dinero del que pueden permitirse. Es todo por dinero, no por religión. Después escuché que el gobierno estaba concediendo amnistías a la gente que dejaba el grupo, así que aproveché la ventaja de ello”, contó. “Al Shabab puede ser destruido, pero yo no veo aún ninguna señal de que eso esté ocurriendo. Todavía recogen dinero de dos áreas que conozco”. “Aún así, este campamento es una de las soluciones. Estamos siendo reintegrados aquí y nos dieron dinero para iniciar negocios”.
El director del proyecto, Hussein, admitió que muchos de los recién llegados al campamento habían reconocido acudir por curiosidad, más que por convicción. Uno de los aspectos positivos es que algunos de los alojados están llamando a sus antiguos compañeros para contarles que se encuentran protegidos, ya que muchos de los miembros temen ser asesinados si acuden al centro. “Vamos a exigir un espacio más grande”, informó Hussein reflexionando acerca de las llegadas que se esperan en un futuro próximo.
Hanat, de 25 años, explicó que se unión a al Shabab en 2006, cuando estaba “desempleado y aburrido”; pero pronto se dio cuenta de que sus nuevos jefes no lo dejaban abandonar el grupo. Describió con amargura la intensa guerra urbana desencadenada en la capital contra la Unión Africana y contra las fuerzas gubernamentales somalíes: “En 2010 nos llevaron a Mogadiscio; no teníamos suficiente munición ni suficiente formación. Jugábamos una guerra al escondite”.
Pero luego Hanat realizó una llamada telefónica que cambió su forma de vida. “Mi hermano estaba en el extranjero, formándose en Uganda con el ejército nacional somalí. Cuando me uní a al Shabab me hicieron apagar mi teléfono, así que no tuve ninguna comunicación con mi familia. Pero más tarde, en Mogadiscio, lo volví a encender e intenté llamar a mi hermano. Me dijo que estaba en primera línea, justo allí, frente a mí. Decidí que si disparaba una vez más, sería mi hermano quien muriera, y que si él disparaba, moriría yo”. El hermano de Hanat le contó también que el gobierno proveía de más munición y mejor entrenamiento, “así que cambié de parecer sobre lo que estaba haciendo, escapé de Mogadiscio y cuando el gobierno tomó el control de Baidoa, vine aquí”. Tras avisar a un oficial del gobierno de que Hanat quería salir de al Shabab, lo recibieron en el centro de Baidoa.
Una de las pocas mujeres del centro también ofreció su testimonio. Al Shabab la secuestró cuando volvía de la escuela y la torturó durante ocho meses. Después, la obligaron a casarse con un Emir, un comandante del grupo, y tuvo un hijo con él, mientras que tuvo otros dos con otro de los combatientes. Cuando su primer marido murió, le hicieron casarse con otro miembro, permaneciendo con al Shabab tres años. “Les servía comida y agua a los combatientes . Cuando iban a la guerra, proveía de primeros auxilios e incluso, durante las batallas, luchábamos junto a ellos”. “Un día íbamos en un convoy yendo a luchar cuando sufrimos una emboscada por parte de la AMISOM (fuerzas de la Unión Africana). Cuando me hirieron el costado, me abandonaron. Me escondí en el monte. Más tarde, me encontré con algunas personas que me dieron medicina tradicional para curar mi herida y me llevaron en camello a una zona más segura”. Finalmente, esta mujer llegó al campamento de Baidoa buscando protección.
Como al Shabab no acepta desertores, la mujer que cuenta su testimonio aseguró que intentaron asesinarla varias personas, incluyendo uno de ellos que se inmoló con un chaleco suicida, “por eso tengo esta cicatriz en la cabeza”, explicaba señalando una línea en su frente.
El campamento Baidoa sirve para muchas funciones y ofrece a los ex combatientes la oportunidad de afrontar tan difícil etapa de su vida. El nuevo programa llamado “Acacia de la Paz” pretende desarrollar un proceso en Somalia en busca de la reconciliación de las comunidades que han quedado separadas por el conflicto.
Pero, para muchos de los que viven allí, el campo es ante todo un santuario, una zona de protección donde las personas como las que cuentan estas líneas se encuentran a salvo de los terroristas de al Shabab. No hay duda de que es útil para la vida de todos ellos, pero nadie deja de preguntarse cuánto tiempo transcurrirá hasta que puedan volver a sus hogares.
Andrew Harding
Hiiraan Online – Fundación Sur