El pasado 9 de Octubre, Uganda cumplió 50 años de independencia. Desde aquel lejano día del 1962, mucha agua ha pasado por debajo del puente y muchas cosas han cambiado.
En las semanas previas a este evento, bastantes rotativos han publicado interesantes series históricas de los diferentes periodos de estos 50 años y los eventos que han jalonado la trayectoria de una Uganda independiente y libre del poder colonial. En un esfuerzo que me ha parecido muy loable, estos diarios han evitado la tentación de dejar de lado las referencias a los momentos o estadistas más nefastos que ha tenido este país (Amín y Obote, por ejemplo). En un ejemplar ejercicio de memoria histórica (me parece que aquí más de un país tendría que aprender, y no estoy mirando a nadie) se ha hablado de las luces y las sombras de estos cincuenta años, se ha hablado y rememorado a todas las víctimas y – apelando a la unidad de las diferentes tribus y grupos étnicos y a la pertenencia común a este país – se han hecho votos para que la estabilidad y la paz sigan siendo la norma y no la excepción en los años venideros.
Como se pueden imaginar, estas celebraciones tienen un gustillo agridulce porque por un lado se mezcla la inflada retórica oficialista (se habla por ejemplo de “50 años de éxitos” en la infraestructura de obras públicas cuando el país cuenta con un sistema ferroviario en parte extremadamente deficiente y en parte colapsado después de años de inactividad) con la cruda realidad de un país que – a pesar de los innegables avances que ha habido – todavía sigue bregando por ejemplo con una terrible estadística del 54 de cada mil recién nacidos mueren en el primer año de vida. mes (no he contrastado estas cifras, las tomo de un diario nacional) o del hecho que cada día mueren 6 ugandesas dando a luz.
Esta celebración ha sido una oportunidad única para poder reflexionar sobre lo que Uganda podría ser con todo el potencial que tiene y sobre lo que no ha podido ser simplemente porque ha habido factores algunos irremediables pero otros bien deliberados tales como la corrupción, la falta de transparencia y un sistema político que promueve el “patronazgo” y el clientelismo más que el servicio desinteresado a la cuidadanía.
Uno de los símbolos de lo que está realmente pasando en el país se ha mostrado de manera muy gráfica con el flamante Mercedes Benz de clase especial preparado expresamente para el presidente Museveni en la factoría de Stuttgart con todos los avances de seguridad y comfort posibles que ha costado (según estimaciones) un millón de Euros al erario público. Eso mientras el estado en los tres últimos años se ha declarado insolvente para pagar el fondo estatal de becas y ayudas al estudio, aparte del muy necesario apoyo que necesitan sectores tan fundamentales como la sanidad o la infraestructura (el presidente se ha enfrentado hace unos días a varios parlamentarios por su decisión de reforzar el presupuesto de defensa y rebajar el de sanidad)
Esa es la triste realidad. Ahora ya ha pasado el glamour de la celebración, los 15 jefes de estado que asistieron a la magna ceremonia se fueron por donde habían venido y el sufrido ciudadano vuelve también a su rutina diaria, sabiendo que las va a pasar canutas para llegar a fin de mes, para pagar el colegio de sus hijos (que en teoría es gratis) y pidiendo a Dios que no se enferme porque cualquier gasto de sanidad va a ser un pozo sin fondo para las magras arcas domésticas. Ojalá que la Uganda de los 100 años de independencia tenga perspectivas más risueñas que la de los 50 (y nosotros que lo veamos).
Original en: En Clave de África