Un análisis de las elecciones en la República Democrática del Congo (1/4)

11/02/2019 | Opinión

1) Joseph Kabila bajo la presión de sus vecinos

kabila-11.jpgA lo largo del proceso electoral en la República Democrática del Congo (RDC), con diálogos y aplazamientos, los países de la región mantuvieron la presión sobre Joseph Kabila para que renunciara a un tercer mandato, juzgado como demasiado peligroso. Durante los dos últimos años, la crisis política y los sobresaltos trajeron consigo una afluencia regular de refugiados. La gestión de la crisis electoral en el Congo ha sido vista por muchos Estados como clave para la estabilización de la región de los Grandes Lagos.

“Pero ¿por qué arte de magia han sacado semejante comunicado?”, se encrespa un diplomático de la Unión Africana (UA) que el 18 de enero de 2019 pone en entredicho el derecho de reserva. “¿Qué haremos la vez próxima? “Pedir un nuevo recuento de votos en las próximas elecciones en Nigeria?”. La víspera, una decena de jefes de Estado del continente se habían reunido en la sede de la organización en Adís Abeba. Durante cinco horas, a puerta cerrada, debatieron sobre la crisis postelectoral de la RDC. El presidente saliente, Joseph Kabila, en el poder desde hacía 18 años, parece dispuesto a dejar su sillón a Félix Tshisekedi, hijo del opositor histórico, a la vez que se reserva el control de las Asambleas, nacional y provinciales. Siguiendo los pasos de la Iglesia católica y de algunos socios del Congo, africanos y occidentales, estos jefes de Estado africanos ponen en duda los resultados provisionales y exigen la suspensión de la publicación de los resultados definitivos, a la espera de la llegada a Kinshasa de una delegación cuatro días más tarde.

El que convoca esta “reunión consultiva de alto nivel” es, ironías de la historia, el ruandés Paul Kagame, presidente en ejercicio de la Unión Africana, elegido para un tercer mandato a la cabeza de su país en 2017 con, oficialmente, el 98% de los votos. Desde su ascensión al poder, Kagame ha rechazado cualquier diálogo con su oposición, a la vez que se ha otorgado el derecho de representarse hasta 2034. La perspectiva de un Paul Kagame hacedor de reyes hace rechinar de dientes a Kinshasa hasta en las filas de la oposición, dado que el jefe de Estado ruandés ha sido acusado desde 1996 de desestabilizar el país y de haber multiplicado las fosas comunes hasta Kisangani. “Ello ha desacreditado inmediatamente la iniciativa a ojos de muchos congoleños que, sin embargo, deseaban que la verdad de las urnas fuera respetada”, destaca un activista congoleño.

El ugandés Yoweri Museveni y el otro congoleño Denis Sassou-Nguesso, en el poder respectivamente desde hace 33 y 22 años, están también entre los jefes de estado. Un diplomático congoleño se apresura a ridiculizar las conclusiones de un “club de presidentes vitalicios” que se atreven a dar lecciones al “padre de la democracia”, Joseph Kabila. Este diplomático recuerda que Joseph Kabila ni ha cambiado la constitución ni ha colocado a un delfín a la cabeza del Estado. Sin embargo, en el Congo, ha habido irregularidades, tentativas de corrupción y casos de fraude, pero los congoleños han permanecido determinados para votar masivamente y en calma contra el candidato de la coalición en el poder, Ramazani Shadary. Después de dos años de aplazamientos y de varias manifestaciones reprimidas con sangre, la misma celebración de las elecciones constituía, incluso para la misión de observación de la Unión africana, “una primera victoria para el pueblo congoleño”.

“Serias dudas” sobre los resultados

Se desplazaron también a la capital de Etiopía los jefes de Estado de Sudáfrica, Angola, Zambia, Namibia e incluso Guinea y Chad, a los que se unió el primer ministro etíope y el presidente de la Comisión, a esta minicumbre. Casi todos han tenido algo que ver en las dos guerras del Congo. Todos, en un momento u otro, apoyaron a Joseph Kabila. Se trata de padrinos, unas veces irritados, otras, insistentes con sus consejos.

Reunidos a puerta cerrada, sin advertir a su entorno o incluso a la administración de la UA, estos jefes de Estado adoptan una decisión contraria a lo señalado en el comunicado de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), publicado horas antes. No exigen el respeto de la soberanía del Congo, sino que concluyen más bien en “la existencia de serias dudas con relación a los resultados provisionales de las elecciones” en la RDC. “A puerta cerrada, son sobre todo los vecinos del Congo, Ruanda, Angola, Congo-Brazzaville y Zambia, los que han empujado y han hecho prevalecer que era preciso actuar para preservar la seguridad regional”, confirma un cercano colaborador de los jefes de Estado presentes. Un ministro de un país vecino hace esta confesión: “Kabila está jugando peligrosamente”.

A esta presión regional ha tenido que enfrentarse Joseph Kabila desde 2016. El benjamín de los jefes de Estado de la región no ha cesado de clamar por su independencia y por la soberanía del Congo; ha evitado cumbres y visitas, por estar, como dicen sus cercanos, “demasiado ocupado”. Pero, ha renunciado a un tercer mandato, en parte, por la presión de los padrinos regionales; tercer mandato juzgado como demasiado peligroso. Los anatemas, el jefe de Estado congoleño los ha reservado a la antigua potencia colonial, Bélgica; tampoco ha dudado en mantener un pulso con la UE y ha casi logrado reducir al silencio a la Misión de las Naciones Unidas en el Congo (MONUSCO), exigiendo un plan de retirada definitiva.

¿Qué estrategia ante el rechazo de Kinshasa?

grandes_lagos2.jpgKinshasa, no es ninguna sorpresa, rechaza enseguida suspender la proclamación de los resultados definitivos de la elección presidencial; grita contra la injerencia y promete una decisión de la Corte constitucional “en los plazos previsto por las leyes de nuestro país; leyes que no se pueden violar”, en palabras de Lambert Mende, portavoz del gobierno. Pero el comunicado y el anuncio de la visita son aplaudidos por le Conferencia episcopal del Congo y por la Unión Europea (UE), con Francia y Bélgica a la cabeza. París y Bruselas son acusados abiertamente por diplomáticos de la UA de ser “la mano negra” detrás de una toma de posición criticada.

Los EEUU, que reclamaban como el resto la verdad de las urnas, permanecen extrañamente silenciosos y reconocerán la víspera de la investidura, tras una entrevista con su embajador en Kinshasa, al nuevo presidente del “primer traslado de poder pacífico y democrático”.

Por parte de los jefes de Estado de la Unión africana, el primero en romper filas es el sudafricano Cyril Ramaphosa, que sin embargo estaba anunciado como miembro de la delegación de alto nivel a Kinshasa. Una fuente diplomática africana decía “que él (Ramaphosa) había expresado reticencias a arrinconar a Joseph Kabila y se había dejado convencer en Adís Abeba”. Después de todo, la exigencia democrática en Sudáfrica se limita a una alternancia en el seno de una amplia coalición en el poder.

Algunas horas después de la proclamación de los resultados definitivos, el siempre conciliador Cyril Ramaphosa se da prisa en felicitar a Félix Tshisekedi por su victoria, a pesar de las sospechas de negociación con su aliado tradicional y hasta entonces socio financiero de Sudáfrica, Joseph Kabila. La visita es aplazada “sine die” y el otro opositor, Martin Fayulu, que se autoproclamó presidente, ve que su victoria, reconocida por la comunidad internacional, se escapa. De los catorce jefes de Estado invitados, solo uno se desplazará para asistir a la investidura de Félix Tshisekedi. El ruandés Paul Kagame no dice nada.

¿Joseph Kabila ha cedido lo suficiente?

En agosto pasado, tras haber designado su delfín, Joseph Kabila piensa sin duda que la presión se va a relajar. Acepta asistir a la cumbre de SADC. “Llega persuadido que será recibido como héroe de la democracia”, explica un de los participantes en el encuentro. “A su llegada al aeropuerto, están los presidentes sudafricano, namibio y angoleño que le esperan y le dan el programa”. Kabila se ve obligado por sus pares de África Austral a pronunciar un discurso de despedida. El futuro expresidente no oculta que le cogen desprevenido y no le gusta la idea. Ante la asamblea conjunta de jefes de Estado y de gobierno, Joseph Kabila se divierte sembrando confusión: “No os digo adiós, sino hasta pronto”. El sudafricano Cyril Ramaphosa se ríe y le dice que no tiene dificultad alguna en ceder la presidencia de la organización subregional a su homólogo namibio, Hage Geimgob.

En este periodo de incertidumbre sobre su futuro, el presidente saliente no rehúsa gran cosa a sus vecinos. Cuando Angola, presa de una grave crisis económica, expulsa a más de 250.000 congoleños, apenas protesta. Joseph Kabila tampoco duda en extraditar a presuntos rebeldes a Burundi a petición de su vecino Pierre Nkurunziza. El ejército burundés es autorizado regularmente a instalarse al otro lado de la frontera para perseguir a los grupos armados que le son hostiles.

Poco antes de nombrar a su delfín, Emmanuel Ramazani Shadary, Joseph Kabila envía a Kigali a su ministro de Asuntos exteriores, Léonard Okitundu y a los jefes de los servicios civiles y militares de información, levantando especulaciones sobre sus intenciones, ante la proximidad del cierre de la presentación de candidaturas para las elecciones presidenciales. Desde 2015, el ejército congoleño y fuerzas adyacentes, como el NDC-Renové del jefe de guerra Guidon, con permiso de la ONU, habían atacado regularmente los bastiones de los rebeldes hutu, FDLR y CNRD, sin detener nunca a los mandos, pero forzando a miles de hutu, ruandeses y congoleños, a desplazarse desde territorios de Walikale y sur Lubero hacia Masisi y Rutshuru.

Sonia Rolley

[Traducción, Ramón Arozarena]

Fuente: La tribune franco-rwandaise

[Fundación Sur]


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