No es fácil predecir la evolución del turismo después de la pandemia y cómo la obligada reclusión de los ciudadanos en sus países influirá en el turismo hacia África. Lo que sí puede afirmarse es que el turismo no es un factor determinante para la reducción de la pobreza en África.
Ya es un tópico afirmar que África no es un continente pobre sino empobrecido. La paradoja de un continente rico y con grandes potencialidades pero habitado por un elevado número de personas pobres (la “maldición de la riqueza” como algunos han definido esta realidad) no parece superable con la aplicación de las reglas del juego impuestas por la organización neoliberal de la economía global. El pillaje de las riquezas africanas, codiciadas y esquilmadas, en tantos casos con la connivencia de élites dirigentes africanas, por empresas multinacionales al servicio de los países ricos y de unos pocos, es la consecuencia lógica del “orden” económico vigente. Debería abandonarse la codicia como motor del desarrollo y progreso humano. Se me antoja que se trata de un sueño irrealizable. Todo induce a presagiar que uno de los resultados de la pandemia será un aumento de la desigualdad. Sólo me queda desear que el mensaje radical del papa Francisco se encarne en movimientos sociales, políticos, económicos, que griten en las plazas, en las cátedras y en las instituciones nacionales e internacionales que la riqueza está al servicio de toda la humanidad (“que los bienes creados tienen un destino universal”).
Ramón Arozarena