Me entristece leer los numerosos artículos aparecidos en la prensa comentando los disturbios de la semana pasada en las principales ciudades de Túnez, país que ha sido tan importante en mi vida. Esos disturbios han coincidido con el séptimo aniversario de la “Revolución de los Jazmines”. Ésta devolvió a los tunecinos un poco de su libertad y dignidad, y ahora se manifiestan protestando contra el paro, y contra el aumento de impuestos y la disminución de los subsidios que ha decidido el gobierno de Youssef Chahed. Este necesitaría rebajar su déficit (6% del PIB) para que el IMF le haga efectivo un préstamo de €2.4bn ($2.9bn). Pero es difícil conseguirlo cuando la economía sumergida representa el 38% del PIB, el sector público da empleo al 20% de los trabajadores, el gobierno gasta en salarios el 14% del PIB, y sigue siendo proverbial la ineficiencia de la mayoría de las empresas y servicios públicos. Ejemplo notable, durante los últimos diez años, al mismo tiempo que aumentaba en un 14% el número de empleados de la ETAP (Entreprise Tunisienne d’Activités Pétrolières), caía su producción en un 29%.
Para endulzar su dura medicina, el joven primer ministro Youssef Chahed (42 años) ha prometido aumentar en DT100 millones (€34m) el presupuesto de las ayudas sociales. Algunas familias recibirán un suplemento mensual de DT31 (€10)). Pero con todo, la mayoría de los trabajadores no ganarán más de DT300 (€101) mensuales, y seguirán siendo afortunadas las enfermeras (DT500 – €170), los profesores de liceo (DT900 – €305) o los conductores de autobuses públicos (DT450 – €152). Como todas las revoluciones, también la tunecina del 2011 fue a nivel popular eminentemente económica. En ese aspecto no parece que las cosas hayan variado tras siete años de democracia y nueve cambios de gobierno. Y para exasperar más la situación, no es que falten millonarios en Túnez. Los últimos datos del “New World Wealth” confirman lo que a finales del 2013 publicaba el “African Manager”: hay en el país 6500 millonarios (en dólares), de los que 70 son billonarios. Y como siempre, aunque entre las medidas anunciadas por el gobierno está el aumento de impuestos a los bienes “de lujo” (los vinos por ejemplo), no son precisamente los millonarios quienes más sufrirán los ajustes que el gobierno quiere imponer.
Tal vez porque la experiencia tunecina sea “excepcional” en el mundo árabe, y porque sus esfuerzos por mantener la democracia fueron recompensados en 2015 con el premio Nobel de la Paz concedido al “Cuarteto” (sindicalistas, empresarios, abogados y defensores de derechos humanos) que tanto había trabajado para que no se rompiera la convivencia durante los años que siguieron a la revolución, numerosos medios de comunicación se han interesado de manera positiva por lo que ocurre en Túnez. “El País” (español) del 12 de enero hablaba del “meteórico movimiento social que agita Túnez”. Y notaba cómo los numerosos jóvenes simpatizantes de los partidos de izquierda han hecho de las manifestaciones una especie de 11M español pero sin necesidad de crear un nuevo partido como Podemos. “Le Monde” (francés) apuntaba al lado oculto de una transición que en el extranjero había parecido tan positiva. Y terminaba preguntándose: ¿Es normal que la coalición gubernamental formada por Nidaa Tounès (“modernista”) y Ennahda (islamista) se repartan los despojos del Estado al mismo tiempo que erosionan insidiosamente los contrapoderes?
No es de extrañar que, según lo refleja la prensa tunecina, las manifestaciones de la semana pasada hayan sido a menudo turbulentas e irracionales. “Las protestas contra la carestía han degenerado en disturbios, y el caos organizado por los alborotadores en pillajes y salvajadas”, escribía en su página web la periodista Inés Oueslati. Ya de por sí no es fácil respetar las reglas del juego democrático, sabiendo que toda democracia tiende a transformarse en dictadura de la mayoría. Lo es aún menos si eres un joven sin trabajo al que prometieron un día el oro y el moro esos mismos políticos que ahora no te hacen ni caso. Y es que los de Túnez, como apunta Le Monde, están ocupadísimos en mantenerse en el poder, aún a costa de que su alianza (Nidaa/Ennahda), por ser tan inverosímil, esté resultando ineficaz a la hora de gobernar. Según los jóvenes, lo único que los políticos han tomado en serio ha sido la amnistía ofrecida por la “Ley de Recuperación Económica” a numerosos corruptos de la época de Ben Ali. ¿Para aumentar así los despojos que quieren repartirse?
En realidad los jóvenes, –lo cual es normal–, y con ellos muchos comentaristas profesionales, –y eso no es admisible–, olvidan que rara vez en el pasado los revolucionarios han estado a la altura de sus propias revoluciones. Y los de Túnez no son la excepción. Me encontraba allí en enero de 2011. Visité las casas de la familia de Ben Ali saqueadas en La Marsa; escuché el retumbar de los cañones que rodeaban la Presidencia; y hasta tuve en la terraza a policías encargados de evitar posibles actos de vandalismo. Y todos, particularmente los tunecinos, nos quedamos sorprendidos por el compañerismo, la amabilidad, el respeto a los semáforos, la ayuda mutua… que, a pesar de la ausencia de las fuerzas del orden, reinaron durante la primera semana que siguió a la caída del dictador. “Semana de gracia”, la llaman los sociólogos. Pero duró eso, una semana. Luego volvieron los listillos, los chantajes, la corrupción… y no pudiendo acusar a Ben Alí, los tunecinos tuvieron que asumir y apropiarse, horrorizados, los aspectos más oscuros de su temperamento y de su sociedad. Siempre ha existido en Túnez (y no sólo en Túnez) la plaga del clientelismo. Es casi normal que reaparezca ahora, en democracia, cuando todo se sabe. La novedad está en que los jóvenes la condenan en la calle pensando inocentemente que desaparecerá cuando ellos lleguen al poder. Lo que explicaría este dato significativo: en las últimas encuestas en las que los tunecinos, en particular los jóvenes, dicen confiar muy poco en los políticos (de una cierta edad la mayoría), el joven primer ministro aparece como la persona más apreciada del país, a pesar de las medidas de austeridad que quiere imponer. Los jóvenes siguen creyendo que la democracia es lo mejor para el futuro de Túnez. Y que para que se haga real, el gobierno tendrá que “poner pan en la mesa” (la expresión es del Economist) y arreglar la economía.
Con mucho realismo, Inés Oueslati escribe que “Después de tres noches de protestas y violencia a manos de neófitos, Túnez siente la resaca. Sus gobernantes están achispados por el poder, y el pueblo intoxicado por aromas democráticos vaporosamente inalcanzables. Se siente en el ambiente como un tufillo desconocido y un aire de rebelión”. Pero también es cierto que cada día que pasa sin que las manifestaciones y protestas, por duras que sean, degeneren en enfrentamientos entre civiles rivales, es un día ganado en el camino hacia la democracia.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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