Tras la verja, por Rafael Muñoz Abad, Centro de Estudios Africanos de la ULL

26/03/2014 | Bitácora africana

Al otro lado de las alambradas de Ceuta y Melilla se libra una discreta guerra cuyo escenario es tan variopinto que discurre desde las kasbah a los descampados del Sahel. La inteligencia francesa, marroquí, norteamericana y quiero pensar, que por lo mucho que nos incumbe, también la española, se juegan un delicado póker para desactivar los capilares del integrismo islámico. Última y por ello más silenciosa ramificación de una raíz más meridional en lo físico que no en lo ideológico. Lejos de hacer apología del gadafismo, el cambiar a un megalómano, a última hora “reciclado” a tesis pro occidentales, a cambio de sumir a Libia en un futuro incierto que parece ir conduciéndola hacia un sin “gobierno” donde el tráfico de armas y el petróleo irán consolidando un caudillaje bajo la habitual simbiosis: ausencia de orden – asentamiento del yihadismo.

Los intereses económicos de Francia le llevaron cortar de raíz el alzamiento terrorista en Malí y Níger. Algo similar ocurre en la estratégica República Centroáfrica; cruce de caminos en el que la interconexión con el islamismo en el vecino Chad es una amenaza latente. ¿Y Marruecos? De cara a la contención del radicalismo religioso en el Magreb, el astuto y a la par incomodo vecino del sur es un aliado preferencial de Paris y Washington; y ya sólo por eso, España tendrá que plegarse a cada uno de los caprichos alauitas por mucho que al lamentable Margallo de turno se le llene la boca de bonitas palabras que ni él se cree. Menudo papelón el de nuestra cartera de exteriores en materia africana.

Las declaraciones, dignas del plato de Sálvame, de nuestros politiquillos en lo referente a la gestión de lo que viene aconteciendo en las ciudades norteafricanas, vienen a demostrar que tal vez aún vivimos muy de espaldas a Africa. Aglutinar en un mismo discurso el salvaguardo de la vida humana en la mar, la imperiosa necesidad de tener un control fronterizo, la demagogia de las alambradas o la creencia, que hace evidente el no saber nada de los problemas africanos, que sobornando dirigentes, se soluciona el flujo de la desesperación humana. Arengas que ponen en liza el desconocimiento que el corral político tiene acerca de lo que al otro lado de la verja acontece.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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